Por Ramón Alirio Contreras G|Un dolor que flota (Opinión)

El rumor de las balas sonaba insistentemente toda la noche. El silencio de la noche traía a mi ventana la total confusión que se vivía en una ciudad que aún no lograba entender qué era lo que estaba pasando. El blackout informativo era superado por el boca a boca. Tito era uno de los que hacía sonar durante la noche del 27 y 28 de febrero uno de los carritos del Mersifrica, el único supermercado que exisitió, hasta esa fecha, en Casalta III. Tenía, creo, 16 años, su madre había sido hasta unos meses antes la conserje del edicio. Eso lo hacía compañero natural de juegos. Tito era inquieto, sin duda, como un grueso número de los muchachos de las clases populares de la época, su mayor expectativa de formación era realizar un curso en el INCE para poder incorporarse a la masa de trabajo, para producir riquezas acumulables para los capitalistas.

No recuerdo bien o quizás nunca lo supe, si fue el martes 28 o el miércoles 1 de marzo de 1989 cuando salió, según supuestamente al INCE. En el camino se encontró con los saqueos del centro comercial Propatria. Fue una distracción fatal. Ya no volvió más a su casa en el barrio “La Silsa”, en Casalta. Su madre comenzó a tocar puerta por puerta para saber si alguno de sus amigos lo habíamos visto. Unos días más tarde supimos que había aparecido, pero ya no era Tito, el muchacho alegre y “chalequeador”. Su cuerpo estaba irreconocible, el rostro que vi en esa caja metálica que llevó su cuerpo adolescente hasta su destino final, no era el del flaco compañero de caimaneras de tardes incasables de juego.

Como su caso, no hubo responsables. Nadie pagó por el crimen que, seguramente, cometió un Policía Metropolitano, bajo las órdenes de Virgilio Ávila Vivas y de Carlos Andrés Pérez. También su muerte tiene los nombres de Antonio Ledezma, Henry Ramos Allup, Ítalo del Valle Alliegro y todos los que tenían responsabilidad sobre las fuerzas represivas del Estado. Todos ellos, casualmente, militantes de la oposición venezolana.

En 1989, Venezuela vivió uno de los genocidios más grandes que nuestro continente haya sufrido jamás. Los venezolanos vivimos un holocausto que muchos pretenden olvidar y que la Revolución ha dado pasos, no los suficientes, para hacer justicia y mantener de manera viva en nuestra memoria.

Debemos profundizar más el estudio de todo lo que significó El Caracazo, debemos dar rostro, tener un monumento nacional a la memoria de nuestros caídos.

@racontrerasg