La neocolonización de la comida: ¿por qué el TLC empeoró la dieta de los mexicanos?

La dieta tradicional mexicana —rica en granos, tubérculos, leguminosas y verduras— podría proteger contra el desarrollo de enfermedades asociadas al sistema nervioso como el Alzheimer. Sin embargo, la comida ultraprocesada, cuyo consumo creció tras la firma del TLC entre México, EEUU y Canadá, ha deformado la alimentación de este país.

A principios de mayo, científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zhejiang, China, dieron a conocer los hallazgos de una investigación que consistió en la revisión sistemática de distintas dietas y su asociación con el Alzheimer. Así, los investigadores concluyeron que la dieta de tipo occidental, rica en grasas saturadas, azúcares y sal, puede someter al organismo a un estrés adicional que genera vulnerabilidad a la demencia.

En contraste, asegura el estudio publicado en la revista Frontiers in Neuroscience, la dieta mediterránea, rica en cereales integrales, fruta, verdura y mariscos puede proteger contra casos leves y moderados de la enfermedad que representa entre 60 y 70% de los más de 55 millones de casos de demencia en el mundo, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.

Pero no solo la dieta mediterránea es capaz de defender contra casos leves de Alzheimer. El responsable del laboratorio de Neuroecología Cognitiva de la Facultad de Psicología de la UNAM, el doctor Isaac González Santoyo, afirmó en entrevista para Sputnik que la dieta precolombina mexicana puede favorecer una mayor diversificación del microbioma intestinal —conjunto de microorganismos bacterianos, hongos y virus que se encargan de procesar la mayor cantidad de los procesos metabólicos del organismo— y, por ende, la salud.

«Este tipo de dieta (…) tiene una incorporación importante de elementos como fibras naturales, vegetales, hortalizas como el quelite —que se encuentra a lo largo de la milpa—, el maíz —que es uno de los granos más importantes cultivados por estas poblaciones precolombinas— (…) y la incorporación de estos nutrientes promueve una absorción intestinal por parte de nuestras células que podría favorecer nuestro desarrollo del sistema nervioso», aseveró el doctor en Ciencias Biomédicas.

Relación entre la comida y el cerebro

A decir del doctor González Santoyo, un elemento clave y de reciente estudio para entender cómo se relacionan los alimentos que consumimos con las funciones cognitivas o la enfermedad es lo que se conoce como microbiota intestinal.

«La microbiota intestinal es este conjunto de microorganismos bacterianos, hongos y virus que nos acompañan desde que nacemos y son los que se encargan de procesar la mayor cantidad de los procesos metabólicos del organismo, entonces, son los que procesan todos nuestros alimentos y el procesamiento de estos alimentos produce, a su vez, metabolitos [molécula producida durante el metabolismo] que pueden favorecer o ir en detrimento de la salud del hospedero», detalló el estudioso de las funciones neurocognitivas humanas.

La enfermedad del Alzheimer, por ejemplo, se caracteriza por el crecimiento y acumulación en el cerebro de una proteína llamada beta amiloide, que es producto de las células, precisa el experto. Pero hace por lo menos ocho años, añadió, se descubrió una asociación fuertemente positiva entre la presencia de ciertos grupos bacterianos en el microbioma intestinal y el incremento de los componentes beta amiloides.

«El tipo de bacterias que producen o que incitan a nuevas células a producir mayor cantidad de esta proteína [beta amiloide], son bacterias que se alimentan de productos animales, como las grasas saturadas», explicó el científico.

Esto quiere decir que, al comer, estamos nutriendo a nuestra microbiota con ciertas características nutricionales que, al mismo tiempo, favorecen un mayor o menor crecimiento de poblaciones bacterianas que repercutirán sobre nuestra salud. Es así que el consumo en la dieta mexicana de granos, legumbres y leguminosas, señala el experto, favorece el crecimiento de estos tipos de bacterias que producen unas moléculas llamadas ácidos grasos de cadena corta.

«Estos ácidos grasos de cadena corta no se pueden producir si no es por las bacterias a través de la degradación de fibras complejas que se encuentran en granos, en fibras vegetales, etcétera. Estos ácidos grasos de cadena corta están vinculados muchísimo a la salud del hospedero, refuerzan la pared intestinal, para que no haya esta filtración de microorganismos», explicó.

Mientras que, a nivel sistémico en el organismo, dichos ácidos grasos de cadena corta refuerzan las barreras hematoencefálicas —membrana que regula el paso de moléculas desde el torrente sanguíneo al tejido cerebral— para que el filtrado de la información que está entrando al cerebro «que es nuestro órgano privilegiado o inmuno privilegiado, tenga un mayor filtrado en estos componentes».

«Entonces, las bacterias, en una dieta mexicana que tenga altos contenidos de fibras dietéticas, de granos y bajos contenidos de proteínas y lípidos animales, que la encontramos en casi todos los platillos tradicionales mexicanos, puede ser muy favorable para evitar patofisiologías desde el sistema nervioso, o para mejorar los desarrollos cognitivos en periodos de adultez o senectud».

Por el contrario, cuando la dieta tradicional del país latinoamericano se combina con la gran cantidad de grasas saturadas de la comida chatarra o ultra procesada, además de estimuladores o potenciadores del sabor como el glutamato monosódico de las frituras, el resultado para nuestro desarrollo cognitivo resulta perjudicial.

La dieta mexicana tradicional y el impacto del TLCAN

La historia de la gastronomía tradicional del país latinoamericano —declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO el 16 de noviembre de 2010— se puede resumir en tres momentos.
Cuando el territorio que hoy se conoce como México se dividía en las regiones etnográficas de Aridoamérica (norte) —representada por los chichimecas— y Mesoamérica (sur) —en donde se desarrollaron las culturas tolteca, olmeca, zapoteca, mixteca y mexica—.

Según investigaciones de la nutrióloga mexicana Gabriela A. Galán Ramírez, la dieta de los chichimecas debió ser rica en productos como el nopal, el maguey, la tuna y el mezquite. En cambio, en la región de Mesoamérica la alimentación incluye elementos como el maíz, frijol, chile, aguacate y calabaza, entre otros.

Sin embargo, tras la Conquista, acaecida en 1521, se incorporaron ingredientes y técnicas culinarias de España. Concretamente, se introdujeron alimentos como el trigo, arroz, garbanzos, olivo, cerezas, uvas, duraznos, manzana, cerdo, oveja, gallina, huevo, leche y sus derivados. Asimismo aceite de olivo y manteca de cerdo, además de vinos y destilados. Mientras que, desde China, llegaron especias y hierbas que dieron lugar a la cocina novohispana. Y varios siglos después, en 1821, la influencia francesa, polaca y austro-húngara también dejaron su huella en la gastronomía de México.

El tercer momento se puede identificar paralelamente a la entrada en vigor el 1 de enero de 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado entre México, Estados Unidos y Canadá durante el sexenio del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. Esto dio paso a la proliferación de alimentos ultraprocesados que, desde entonces, se pueden encontrar prácticamente en cualquier rincón del país latinoamericano.

«El Tratado de Libre Comercio nos ha vendido no solamente productos, nos ha vendido una idea de estilo de vida y esta idea de estilo de vida desde la jerarquización económica y política que tienen Canadá y Estados Unidos sobre México, nos hace creer que los productos ofertados por estos países dentro de esta jerarquía colonizadora, económica y política, son mejores o han sido mejores», señaló al respecto el doctor Santoyo.

Añadió que el consumo de los productos ultraprocesados se ha acoplado tan bien a la dieta mexicana que hoy, menos de 30 años después del TLCAN, estamos viendo las consecuencias negativas. «A mi parecer es totalmente negativa esta incorporación de estas ideas del tipo de dieta que se ha considerado occidental, pero occidental norteamericana».

De acuerdo con estimaciones del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en el país latinoamericano aproximadamente 1,3 millones de personas padecen la enfermedad de Alzheimer. Entre los factores que aumentan el riesgo de sufrir demencia destacan:

Edad (es más común en personas de 65 años o más)

Hipertensión arterial

Exceso de azúcar en la sangre (diabetes)

Exceso de peso u obesidad

Tabaquismo

Consumo excesivo de alcohol

Inactividad física

Aislamiento social

Depresión

Adicionalmente, en 2020 fallecieron 151.019 personas en México a causa de diabetes mellitus, lo que representó el 14% del total de las defunciones de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

«Lo preocupante es que (…) en las poblaciones mexicanas se centraliza el consumo de estos productos [ultra procesados] a ciertos grupos étnicos o poblacionales minoritarios (…) que son los que tienen la mayor cantidad de consumo de este tipo de productos», denuncia el investigador.

En cambio, según el científico, las poblaciones de Estados Unidos y Canadá tienen mayor diversidad en el acceso a recursos alimenticios que favorecen el consumo de los elementos que están asociados a una menor probabilidad del desarrollo de estas enfermedades.

«Esta incorporación de la dieta occidental hace una monopolización del consumo de estos recursos, entonces homogeniza la cantidad y cada vez vemos en poblaciones mexicanas que si no tienes el suficiente poder adquisitivo social y económico para acceder a dietas diversas, que favorecen tus procesos cognoscitivos, entonces estamos destinados a tener una posibilidad de desarrollo de estas enfermedades crónicas no transmisibles en etapas posteriores de nuestra vida, que eso es alarmante», señala González Santoyo.

La genética no es destino

Con todo, González Santoyo reconoce que los hallazgos de la investigación de la Universidad de Zhejiang son fantásticos, pues diluyen la idea determinista de la década de los 90, cuando se afirmaba que todo era genético.

«Estamos viendo, por ejemplo, que aunque tú tengas la predisposición del gen para desarrollar Alzheimer [APOE4], si tienes una dieta equilibrada, tu probabilidad de desarrollar estas patofisiologías se reduce al 80% y eso es hermoso, porque entonces los genes no son el destino, no somos una población mexicana genéticamente destinada al fallo por Alzheimer y entonces, eso nos da a nosotros el poder de nuestra salud, en función de las actividades que realicemos día a día», puntualiza.

Por ello, el experto considera que es necesaria una política de salud pública que incorpore el consumo de probióticos y prebióticos, fundamentales en todas las etapas de la vida pero particularmente en las primeras infancias. Al mismo tiempo, mencionó la importancia de disminuir el uso de antibióticos alopáticos si, como país, se desea revertir las estadísticas de comorbilidad tan negativas que se registran en la actualidad.

Finalmente, el científico recomienda regresar a una dieta tradicional en combinación con el consumo de lípidos y proteínas animales, que favorecen la conectividad neuronal en periodos de desarrollo en los niños y diversifican grupos de bacterias o de otros microorganismos, que promueven procesos positivos sobre el sistema nervioso.

«Entre mayor diversificación de alimentos tengamos, en cantidades equiparables, en cantidades equilibradas, mayor diversificación de grupos bacterianos tendremos y, por ende, mayor probabilidad de estado de salud normal, mejor», aseguró el experto.

F/Sputnik