No se llevaron tu nombre

A Desalambrar
Por: Ana Cristina Bracho

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El asesinato del cantante Evio Di Marzo vuelve a desnudar algunas cosas terribles de nuestra sociedad y aunque no tengo un conocimiento de vida de muchas épocas pasadas que me permitan asegurar que esto fue -o no fue- así en el pasado, tengo la certeza que es inadmisible en el presente.

Di Marzo no fue hijo único, de hecho, su hermano es otro ícono musical venezolano y ellos, como en tantas familias ocurre, militaban cada uno para un sector de la política venezolana. Evio, con el chavismo. Yordano, con la oposición. Evio fue chavista, muy chavista y crítico, muy crítico. Por lo que, para la oposición era una decepción y para algunos chavistas, una incomodidad.

Su asesinato para algunos es casi que su culpa. Al final, los chavistas son culpables de todo lo malo que ocurre, sea nuevo o viejo. Merecen, decía hasta una senadora de Estados Unidos, ser sancionados por decisiones políticas. Por lo que, algunos dicen primero que era el hermano chavista como queriendo decir que fue “bien asesinado”.

Un ser, autoidentificado como chavista, se montó en esa ola destacando las diferencias de Evio con relación a Yordano, de quien estimó que la muerte no sería una lástima. En un acto sumamente vergonzoso que no debe dejarse pasar.

¿Qué país somos y qué país queremos? ¿Qué familia es la familia venezolana? Yo no creo en ese país. Jamás lo haré, ni en su existencia porque ese no es el país que recorro y sobre todo en que esos ruidosos seres formen parte representativa del corazón venezolano. No conozco una sola familia que milite homogéneamente en uno de los bandos de la política, y daré mi vida por el derecho de los otros a existir. Sean o no mi familia.

Pienso en esta hora como nuestro gran poeta Andrés Eloy Blanco “Por mí, ni un odio, hijo mío, / ni un solo rencor por mí ,/ no derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí, / ni andar cobrándole al hilo / la cuenta del padre ruin / y no olvidar que las hijas / del que me hiciera sufrir / para ti han de ser sagradas / como las hijas del Cid.”

La mayoría de este pueblo no es ese. Es el tío que se burla en la comida familiar o la vecina que baja el último sorbito de café que había guardado para regalarse incluso a un desconocido. Estoy absolutamente segura que esto podremos pararlo porque somos más aunque hagamos menos ruido.

El hampa, ya lo decía Domingo Alberto Rangel, hace ya mucho tiempo que está por encima de todos los poderes. Ya se ha llevado demasiadas vidas. La respuesta que no se ha dado cuando se desbordó en los setenta, cuando sigue viva y apabullante en 2018, no está en abandonar la calle y dejar que a todos nos coma el alma, ni en irnos del país pero sobre todo no está en dejarnos picar del odio maldito que la alimenta.

Ojalá que pronto evitemos todos la muerte, amando la vida. Amándola en nosotros y en los otros, quitando del camino esas carroñas que del color que se vistan aparecen desalmadas, perversas.

@anicrisbracho
Caracas