¿Será que Rusia después de salvar a Siria también salvará a Turquía? (Análisis Internacional)

Una semana después de los graves e inesperados acontecimientos en Turquía hay que hacerse algunas preguntas sobre lo sucedido y sus consecuencias.

La intentona ha desnudado a los ojos del mundo la realidad política de este importante país. Vive una crisis generalizada con una lucha enconada que se estaba librando en las esferas del poder acompañada de una crisis de convivencia entre los distintos pueblos y comunidades culturales y religiosas que lo forman. Todo eso acompañado de una crisis económica.

Además esta crisis acarrea otra en el seno de la alianza militar Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ya que históricamente este país ha venido cumpliendo funciones estratégicas para dicha alianza que, aunque han cambiado con el tiempo, no dejan de ser de la mayor importancia en sus planes hegemonistas y expansivos.

El régimen turco ha pasado de ser un pivote central en el “cinturón sanitario” en contra de la supuesta pero falsa “expansión soviética” a ser un dispositivo de seguridad frente a quienes Occidente considera actuales “enemigos regionales”, léase la Federación Rusa también acusada falsamente de “expansiva”; la República Islámica de Irán, cuyo reforzamiento inquieta en Occidente; la República Árabe Siria y otras fracciones árabes no sometidas a Occidente y, la mas lejana República Popular China, cuya influencia económica se hace sentir en todas las partes del Planeta inevitablemente.

El “hombre fuerte” de Turquía Recep Tayip Erdogan había aceptado seguir jugando un rol de aliado subalterno del Pentágono y de la OTAN, sobre todo después del peligro que para Occidente supuso el derrocamiento en 2010 de dos dictaduras que facilitaban su hegemonía en el norte de África y el mundo árabe: la tunecina del señor Ben Alí y sobre todo la egipcia del señor Mubarak. Es mas que evidente que se produjo un acuerdo a nivel de cúpula entre la agrupación política religiosa de los Hermanos Musulmanes a la que pertenece el señor Erdogan y la Administración Obama para controlar el descontento de las masas árabes y reforzar la hegemonía occidental en dichos países. Por la sucesión de hechos observables el acuerdo incluía la toma del poder por los Hermanos Musulmanes en varios países árabes: Túnez, Libia, Egipto, Autoridad Palestina y también Siria e incluso en Argelia y Marruecos.

El problema para Turquía es que este plan entraba en contradicción con sus propios intereses económicos y geopolíticos, en particular los de una pujante clase empresarial que necesita expandir sus negocios. Ya no estamos frente al país debilitado y subdesarrollado del siglo XX sino ante una emergente potencia regional. Las empresas turcas necesitan una amplia zona de influencia y también ingresar en la Unión Europea (UE) para tener acceso a nuevos mercados, financiación, materias primas e inversiones. Necesitan de una buena vecindad con sus vecinos en particular Rusia, Irán, países árabes, caucásicos, balcánicos y centroasiáticos. La orientación geopolítica de Erdogan ha perjudicado dichos intereses. La guerra contra Siria ha hecho perder a Turquía un rentable comercio. La tensión le aleja del ingreso en la UE y, para colmo, los incidentes con Rusia le hacen objeto de pérdidas y sanciones económicas.

La incapacidad de las fuerzas terroristas de derrocar la República Árabe Siria ha colocado al gobierno de Erdogan en un callejón sin salida económica, militar y política que ha precipitado los acontecimientos.

El terrorismo brutal que lleva años asolando los países vecinos ha golpeado el aeropuerto internacional de Estambul después de producirse un primer acercamiento a Rusia. De manera sorprendente el grupo criminal Daesh ha golpeado el país que le sirve o ha servido hasta ahora de retaguardia estratégica y hay que preguntarse el porqué.

Después ha venido la intentona de un sector militar que algunos analistas han relacionado con el mismo acercamiento.

El país sigue en plena crisis y Erdogan se aferra al poder desmantelando partes sustanciales del propio aparato del Estado como la guardia presidencial, unidades militares y de seguridad, el Poder Judicial y algunos ministerios. La tensión se ha centrado en la depuración de los militares implicados en el golpe pero también afecta a comunidades religiosas ajenas por completo al mismo como los alevíes turcos, los alauíes árabes de Alexandrette y la muy reducida minoría cristiana, a la izquierda y a los kurdos.sé Antonio Egido
jaegido@gma

Estos acontecimientos debilitan al Estado turco en su conjunto, ponen en peligro la unidad social y afectan a sus opciones geoestratégicas. Hay una tensión desconocida entre Erdogan y la Administración estadounidense.

Pero simultáneamente refuerzan el rol estabilizador regional, el prestigio político y la influencia de Rusia que se convierte casi en la única salida para el país. Rusia no solamente no ha tenido nada que ver con el golpe sino que lo ha condenado y ha apoyado la estabilización de la situación política. Lógicamente el Gobierno ruso puede pedir que deje cuando menos de ser complaciente con los grupos terroristas que emplean su suelo como base operativa contra Siria. Si Erdogan se compromete a cerrar la frontera y a no permitir los movimientos de los terroristas y, menos aun, a contribuir a su financiamiento como el ministerio ruso de defensa demostró de manera indudable en el caso inaudito de la compra del petróleo robado a Siria, la paz tan anhelada en Siria está a un paso.

Este escenario estaría acompañado de una nueva etapa en las relaciones entre el antiguo país otomano y sus vecinos que sería favorable para todos ellos. Permitiría la necesaria reconstrucción de la Siria afectada por una guerra terrible de años. Reconstruiría las relaciones entre Turquía y Rusia. Debilitaría inevitablemente la influencia de la OTAN en Turquía y su tradicional rol de sirviente de los intereses geopolíticos occidentales a pesar de sus propios intereses como país. Esto contribuiría previsiblemente a una evolución política en la propia Turquía en la que ni mayorías ni minorías buscarían imponerse a las otras como pasa hoy creando una espiral de tensión sin solución ninguna mas que la fragmentación del país como está pasando en Irak y Libia y ha pasado en la antigua Yugoslavia y la actual Serbia, por citar solo ejemplos en su vecindario.

La unidad de Turquía no la garantiza un poderoso dispositivo de seguridad que imponga la fuerza. El propio Imperio Otomano duró porque se basaba en el reconocimiento de sus diversos componentes sociales en un marco, claro está, no democrático, sino de obediencia al Sultán pero en el que turcos, griegos, albaneses, árabes, bereberes, kurdos, judíos, musulmanes y cristianos veían respetados algunos derechos básicos.

El desarrollo de su economía, su independencia como Estado, una nueva era en la relación con sus vecinos, la estabilidad interior, la paz exterior y por consecuencia la reducción del peso de su Ejército que, como vemos, carga no solo el presupuesto nacional sino además es una amenaza interna, el desarrollo de su enorme potencialidad cultural, económica y social en realidad dependen de que normalice sus relaciones con Rusia.

¿Este escenario incomodaría a Estados Unidos? Es evidente que sí, pero ya EEUU sabe que no estamos en el siglo XX y menos en su última década en que podían imponer su voluntad geopolítica, comercial, financiera y económica de manera casi absoluta como pasó en tantos escenarios regionales.

Hay una fuerte tradición de influencia estadounidense en este país euro-asiático que, sin duda, no va a desaparecer de la noche a la mañana. Pero también la hubo en otros países de la región y terminó por desaparecer o cuando menos debilitarse mucho, como son los casos de Egipto donde su Ejército renunció a la subvención anual que le ofrecía Washington para asegurar su subordinación, de Irán que pasó a convertirse en obsesión estadounidense, de Irak de donde las tropas estadounidenses debieron partir en 2011.

Veremos qué pasa.

T/ José Antonio Egido
jaegido@gmail.com