Por Iván Oliver Rugeles|A 71 años de la liberación de Auschwitz (Opinión)

Este 27 de enero último se cumplieron 71 años de la liberación por parte del ejército soviético del campo de extermino nazi de Auschwitz, ubicado al sur de Polonia y en el que, de acuerdo a las investigaciones realizadas sobre el holocausto, se concluye que allí fueron asesinados y/o murieron por inanición, no menos de 1.500.000 judíos.

En su mayoría eran judíos europeos, homosexuales y alemanes opositores, en su mayoría comunistas. La población de prisioneros del campo cuando llegó ese día, era de un poco más de siete mil, pues sus captores, los de alto rango y los custodios del infernal lugar, habían logrado escaparse.

Este aniversario de acontecimiento tan relevante nos impone refrescar la memoria y decir lo que muy poco se divulga sobre el papel condenable que jugó el Gobierno yanqui de la época, al resistirse casi hasta el final del nazismo a favor de admitir un plan de rescate masivo de judíos perseguidos por ese criminal régimen en Europa y su ingreso al territorio del Norte.

No solamente logró el propio presidente Franklin D. Roosevelt hacer más inflexibles las leyes migratorias, sino mantener su rechazo a llevar adelante un proyecto para rescatar judíos y disponer, a través de su funcionario de mayor confianza y quien desempeñaba la autoridad mayor de su gobierno en el área de inmigración, Breckinridge Long, un aristócrata y antisemita visceral en extremo, todos los obstáculos posibles para la expedición de visados, por la vía de exigir cada vez mayores requisitos, entre los cuales se incluyó, por increíble que parezca, un certificado de buena conducta expedido por la policía alemana.

Sostienen algunos historiadores y expertos en el tema que el propio Roosevelt ordenó hacer lo indecible porque los refugiados judíos perseguidos por los nazis, fueran “reasentados” y sugirió como posibles países Venezuela, Etiopía y África Occidental y qué casualidad, países esos que para le época no eran otra cosa que serviles a su políticas imperiales y, en el caso del nuestro, su mayor y más seguro proveedor de petróleo a precio vil.

Y así sucedió. En 1939 llegaron al país 251 judíos. Su recibimiento fue bien solidario por parte de las comunidades adonde atracaron los barcos (Puerto Cabello), pero hubo sectores del gobierno de Eleazar López Contreras y de la burguesía criolla que se opuso, arguyendo razones religiosas, pues se trataba de personas anticristianas que llegaban a un país eminentemente católico, como el nuestro y porque alegaban, además, que ello violaba la Ley de Inmigración y Colonización (1918), la cual negaba el ingreso de negros y los nacionales de Polonia, Alemania, Checoeslovaquia, Rumania, Siria, Egipto y, entre otros, de Albania y, precisamente, esos inmigrantes judíos eran de esas nacionalidades. No obstante ello, el Gobierno cedió a la presión criolla e internacional.

Esa es la historia y no aquella distorsionada que nos engaña diciéndonos que nuestro país fue receptivo a la inmigración judía, gracias a la “humanitaria» gestión de Estados Unidos.

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