Por Armando Carías| El equilibrado (Opinión)

Haciendo equilibrios con los adjetivos y caminando con precaución sobre los eufemismos, el equilibrado se desplaza sobre la cuerda floja de la ambigüedad, protegido por la red de seguridad que lo salvará de que nos enteremos de lo que realmente piensa.

El equilibrado escribe artículos, declara y es vocero de cualquier cosa, procurando no perder la ponderación que exhibe bajo la carpa de la opinión pública.

El equilibrado, si es analista político, pone siempre «los puntos sobre las ies», si frecuenta las páginas de economía dirá que «las cuentas claras y el chocolate espeso», de tratarse de un experto petrolero citará a Arturo Uslar Pietri y a Juan Manuel Pérez Alfonso y, en caso de mostrar preferencia por el deporte, emulará la sapiencia de Yogui Berra sentenciando que «el juego no se acaba hasta que termina».

En su afán por no ser ni chicha ni limonada, el equilibrado consulta y aplica el manual de lo políticamente correcto, para no salirse del librito que le aconseja estar bien con Dios y con el diablo.

El equilibrado busca siempre el aplauso de las dos barras y se desplaza con habilidad entre la fanaticada ubicada a la izquierda del estadium y la que se instala a la derecha del graderío.

Conseguirlo es fácil: hace maromas cuando le entrevistan en programas mañaneros y entre las páginas de opinión de la llamada gran prensa, exhibiéndose bajo las luces de la tercera opción, con su garrocha que le permite saltar talanqueras y ejecutar destrezas para un lado y para el otro, con el objetivo de alcanzar su zona de confort, sujeto al arnés que le proteja de mortales caídas.

Tanto equilibrio da vértigo.

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