Por Alberto Aranguibel B.|Imperfecciones de una democracia vetusta y destartalada (Opinión)

“Para ser realmente grande hay que estar con la gente, no por encima de ella”

Montesquieu

Como era de esperarse, el discurso de cada uno de los representantes de los países reunidos la semana pasada en sesión extraordinaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para conocer el informe del Secretario General de ese organismo sobre Venezuela, estuvo siempre saturado con la empalagosa fraseología diplomática tal usual en esos encuentros, en los que las ideas (en la muy rara eventualidad en que las hubiere) no deben nunca traspasar el lindero del consabido formalismo protocolar y del edulcorado engalanamiento de las formas de cortesía propias del lenguaje institucional burgués.

El verbo fogoso, lúcido, franco, directo y sin poses acartonadas con el que se expresa contundente en esos escenarios la voz de la Revolución Bolivariana a través de nuestra flamante canciller Delcy Rodríguez, no es para nada habitual en espacios como esos.

Aparentar mesura, juicio ponderado y amplitud de criterio por encima de todo, es obligación impostergable de todo buen diplomático de carrera, así sea para exaltar el mas indefendible e imperfecto sistema de organización social jamás conocido por la humanidad, como lo es el de la democracia representativa.

La democracia es hasta hoy el único modelo de auténtica organización de la sociedad. Los regímenes monárquicos, feudales o de naturaleza liberal, no se corresponden con la aspiración de igualdad y de justicia que da origen a través de la historia a la idea de democracia, que solamente el comunismo en su concepción mas acabada supera.

Presionada por esa aspiración ancestral de los pueblos es como llega la oligarquía a aceptar finalmente la democracia. Pero intentando adecuarla a una modalidad que responda de manera lo mas cabal posible a sus intereses de élite dominante. De ahí surge la llamada “democracia representativa”, que supone que el poder sigue en manos de los sectores hegemónicos supuestamente para representar los intereses de la sociedad.

Lo cierto es que lo único defendible hoy como modelo avanzado y eficiente de organización de la sociedad es la llamada “democracia participativa y protagónica”, por ser aquel que supera de manera eficaz y tangible las profundas limitaciones y precariedades del vetusto y destartalado modelo representativo, en función de la verdadera justicia e igualdad social que exige una auténtica democracia.

La democracia, según el luminoso criterio del Barón Charles de Montesquieu, quien tanto se desveló por estos asuntos que datan como preocupación de los grandes pensadores desde la mas antigua filosofía helénica, es la que responda a las necesidades de la gente y no a la de las élites políticas que decidan en su nombre, con base en una intangible y relativa capacidad intelectual o de dudosa experticia política de los dirigentes circunstanciales que –mas por eventualidades de la historia que por el legítimo mandato popular– controlen en un momento determinado los hilos del poder en la sociedad.

Pero la élite diplomática del mundo (y en particular del continente americano, hoy tan influenciado por la hegemonía del imperio mas tiránico de todos los tiempos) pareciera aferrada solo a aquellos aspectos de la filosofía de Montesquieu que inequívocamente favorecen al sistema que mas se ajusta a esos atrasados modelos sociales en los que una minoría privilegiada siempre resulta ser la única beneficiaria de las riquezas y oportunidades de cada país.

La maltrecha figura de la llamada división o separación de poderes es el ritornelo infaltable en la definición burguesa de la democracia que pretende instaurar hoy en el mundo Estados Unidos y que el Secretario General de la OEA pareciera decidido a imponer precisamente en el continente que tantos logros ha alcanzado en lo que va de siglo XXI dando al traste con esa decadente concepción burguesa.

Todos los representantes ahí reunidos, incluso aquellos que de manera mayoritaria intervinieron para repudiar las pretensiones golpistas de los lacayos del imperio contra nuestro país, se refirieron de manera recurrente (como siempre lo hacen) a ese aspecto particular de la doctrina democrática que pretende colocar la calidad del modelo por encima de su cualidad verdaderamente funcional en pro de la justicia y la igualdad. La división de poderes –decían- es el pilar del sistema de garantías de los derechos fundamentales de la sociedad.

En esa reunión Luis Almagro se centró de forma obsesiva en la supuesta falta de independencia de poderes en Venezuela, tal como lo sostiene de manera igualmente terca la derecha venezolana.

¿Qué es para la burguesía atrabiliaria y decimonónica que representa Almagro la llamada “división de poderes” sobre la cual él considera que se asienta la igualdad social?

¿No le resulta suficiente muestra de división y autonomía de poderes en Venezuela que el Presidente de la Asamblea Nacional (AN) en persona (a quién él atiende en su oficina en Washington para recibir de sus manos su solicitud de apoyo para derrocar el Gobierno legítimo de los venezolanos) jure persistentemente ante los medios de comunicación que su único propósito al frente de ese organismo es destituir al Presidente de la República, es decir al representante de otro poder del Estado?

¿Necesita acaso el secretario Almagro una confrontación a pescozada limpia entre el Presidente del Poder Legislativo y el Presidente del Poder Ejecutivo para aceptar que efectivamente sí hay división de poderes en el país?

En la mas poderosa democracia del mundo, Estados Unidos, el Presidente designa motu propio a los jueces del Tribunal Supremo de Justicia y jamás se ha escuchado a ningún constitucionalista de ese país ni de ninguna otra parte del mundo contrariarse por tal aberración.

Tampoco existe en esa nación que tanto se jacta de dar lecciones de democracia al mundo, una instancia del Estado a nivel de las demás ramas o poderes del mismo, de carácter independiente y autónomo, como el Poder Electoral que sí existe en la democracia participativa y protagónica que rige en la República Bolivariana de Venezuela y que es ejemplo y referencia en el mundo por su robustez, transparencia e inviolabilidad en el resguardo de la voluntad popular.

Ni se acercan, ninguna de esas naciones supuestamente avanzadas en cuanto a modelos de democracia, a la moderna concepción del Poder Ciudadano que en nuestro país concentra de manera articulada los mecanismos para la defensa efectiva de los derechos y garantías sociales.

Al respecto Almagro se hace la vista gorda no solo porque es un vulgar peón del imperio, sino porque en realidad la separación de poderes no es lo que él supone.

La autonomía no es (ni debe ser de ninguna manera) la confrontación fratricida entre representantes de las distintas instancias del poder (como lo propone el burdo y necio esquema de la oposición venezolana), sino la distribución armoniosa y eficiente de la administración del Estado en función de un mismo y promisorio proyecto de país.

En Venezuela, esa concepción omnímoda del poder que prevaleció en el pasado exterminó a miles de venezolanos disidentes del entreguismo que las élites puntofijistas llevaban a cabo con el país, y acabó con las infinitas oportunidades que tuvimos siempre para alcanzar el bienestar y el progreso al que aspirábamos y que fueron pulverizadas por la ineptitud, la corrupción y el desprecio hacia el pueblo por parte de esas élites indolentes y vendepatria.

Como se los ha dicho en sus caras de manera valiente nuestra Canciller, pareciera que el sistema americano de naciones no se orienta hoy a la concreción de la idea de hermandad y cooperación entre los pueblos, y ni siquiera al perfeccionamiento de la democracia como lo pregona jactancioso su arrogante Secretario General, sino al secuestro de nuestro país para hacer retrogradar nuestra avanzada democracia, referencia de inclusión social hoy en el mundo, para intentar reinstaurar el viejo esquema de élites entreguistas a espaldas del sufrido pueblo venezolano que tantas veces ha reafirmado su voluntad de conquistar su redención definitiva y mas perdurable a través de la Revolución Bolivariana.

Por eso, porque son solo maquinaciones perversas de demagogia barata que ya los pueblos no compran ni aceptan de ninguna manera, es que terminan fracasados frente a un televisor rumiando, como siempre, sus derrotas recurrentes.

¿Cuánto nos habrá costado a los venezolanos la factura en pasajes aéreos, whisky del caro y limusinas de lujo en Washington, de toda esa caterva de engreídos contrarrevolucionarios que fueron a la OEA a hacer ese bochornoso ridículo?

T/ Alberto Aranguibel B.
@SoyAranguibel
Caracas

Con esta exposición, el insigne Politólogo Alberto Aranquibel demuestra lo que es, éso, un insigne politólogo.

  • toda esa parafernalia que se armò para aplicar la famosa carta,,,,,,, y no se aplicó bueno lo que yo quisiera saber si a ese fulano Alumugre no se le puede destitur ò hacerlo renunciar