Por Marcelo Barros|Noticias de dos santos bolivarianos (Opinión)

Después de vencer muchas resistencias en el Vaticano finalmente fue oficializado el proceso de canonización de dos obispos latinoamericanos. El proceso de monseñor Oscar Romero, mártir de El Salvador, ya había sido abierto, pero solo ahora con el papa Francisco pudo caminar. El sábado 23 de mayo, en plena plaza en El Salvador, ocurrirá la penúltima etapa para la canonización de Romero.

El domingo pasado, en Recife, fue abierta la primera etapa del proceso de canonización de Dom Helder Camara. El fue arzobispo de Recife de 1964 a 1985 y supo ser pastor como profeta de los pobres. Ya a inicios de los años 60, en sus Cartas-Circulares, proponía que la Iglesia apoyara el bolivarianismo, como proceso de integración latinoamericana y como camino de liberación de todos los colonialismos.

Se llama “proceso de canonización” el instrumento por el cual la Iglesia reconoce a alguien fallecido (mujer u hombre), como ejemplo de santidad a ser seguido por todos. No se trata de hacer de alguien un santo. No es el Papa o la Iglesia los que pueden hacer de alguien santa o santo. La santidad es un don de Dios que santifica gratuitamente todas las personas que lo aceptan. Él hace de cada ser humano un templo vivo de su presencia.

Pero, desde siglos antiguos, las Iglesias hacen una lista (canon) de personas que las comunidades reconocen como alguien que logró vivir la santidad de forma ejemplar. Para comprobar que esa hermana o ese hermano fallecido puede ser propuesta o propuesto como modelo público de santidad, la Iglesia nombra una comisión que estudia la vida y los escritos de la persona. Después de un largo proceso, si es aprobada, esa persona es puesta oficialmente en la lista de los santos. La proclamación es hecha en la Iglesia Católica por el Papa y en las iglesias orientales, por los patriarcas.

Actualmente ese proceso de canonización debe cambiar de criterios y métodos. En otros tiempos se consideraba como signo de santidad un modelo de vida ascético que castigaba el cuerpo y valoraba virtudes individuales, actualmente, cuestionables.

En el caso de monseñor Romero y de Helder Camara, ellos vivieron su vocación cristiana como solidaridad en el compromiso social con los más pobres. Fueron profetas de la justicia, como signo de la presencia divina. Fueron fieles a su Iglesia, pero proponiendo que ella se pusiera a servicio de la transformación del mundo y del ideal bolivariano de la Patria Grande y libre. En el Evangelio, Jesús dijo: “Busquen el reino de Dios y su justicia y todo lo demás viene junto con eso” (Mt 6, 33).

T/ Marcelo Barros
Recife / Brasil