Columna La Araña Feminista |Parto respetado, violencia obstétrica y lactancia (Opinión)

La celebración de la Semana Mundial del Parto Respetado se percibe como una oportunidad para llamar la atención -sobre todo de los medios de comunicación- sobre un drama humano que ha sido naturalizado por la mayor parte de los ciudadanos, los gobiernos y las organizaciones sociales. El nombre de este terrible problema es violencia obstétrica, delito tipificado en la Ley Orgánica sobre el derecho de la mujer a una vida libre de violencia.

La violencia obstétrica es, sin duda, una de las demostraciones más palpables y cotidianas del sistema de dominación patriarcal que se materializa en el secuestro de los procesos naturales del trabajo de parto. La prohibición de movimiento, la aplicación de químicos y métodos artificiales para acelerar el parto, la agresión verbal y física hacia la mujer, la toma de decisiones sin el consentimiento de ésta, la negación de acompañamiento familiar; en fin, un conjunto de prácticas del sistema industrial de salud que anulan las capacidades de la mujer de parir y cuidar a su bebé.

Uno de los grandes desafíos que enfrentan las personas y organizaciones que trabajan para crear conciencia colectiva acerca de este problema es que -al haberse hecho cotidiana esta forma de violencia- la mujer no percibe como agresión algunas acciones que ejerce el sistema de salud sobre su persona, sus familiares y más grave aún sobre su bebé, a menos que estas sean verdaderamente extremas.

Contrario a lo que se piensa, las mujeres no somos las únicas víctimas de la violencia obstétrica. Los bebés sufren agresiones similares a las que sufren sus madres, durante y tras el parto o cesárea. Esta concepción más amplia del problema está recogida en la Ley Orgánica sobre el derecho de la mujer a una vida libre de violencia la cual califica también como delito la separación de la madre e hijo sin justificación médica, el impedimento al apego oportuno y la negación de la posibilidad de amamantar al bebé inmediatamente al nacer.

Separar al bebé de su madre apenas nace tiene implicaciones en la salud emocional y física del binomio madre-hijo/a. Impide que la cría al salir del útero vuelva al cuerpo materno que constituye su habitad, y donde consigue regular su metabolismo, respiración, ritmo cardíaco, temperatura y obtendrá el alimento permanente (leche materna) que le garantizará la salud y la vida.

La mayoría de los lugares de nacimiento, tanto públicos como privados, el recién nacido es separado de su madre apenas nace, con el fin de practicarle un conjunto de procedimientos médicos, algunos de ellos profundamente violentos, realizados sin el consentimiento ni la presencia de la madre y el padre, practicados de manera habitual y no de acuerdo a las condiciones de salud/enfermedad particulares del recién nacido.

Particularmente dos de los procedimientos practicados en la mayoría de los centros de salud al momento del nacimiento son determinantes para el inicio del amamantamiento.

Se trata del uso de incubadoras y la práctica de dar teteros de suero glucosado y/o fórmulas lácteas a los bebés durante su estadía en el centro de salud. Ambas prácticas no solo son contrarias a la naturaleza del recién nacido y de la madre sino que son profundamente violentas, al producir en el recién nacido numerosos episodios de llanto, y en la madre, angustia, estrés y pérdida de confianza.

Entender que el amamantamiento es la continuación de la gestación del mamífero humano es imprescindible para comprender que la violencia que se ejerce sobre la mujer durante el parto y los días siguientes también es violencia contra los y las bebés, y de ese modo debe ser visibilizado en todas las acciones que busquen humanizar el parto y el nacimiento.

T/ Lactarte. Blogspot.com