Los diagnósticos y soluciones a la actual situación de Venezuela ha generado posiciones encontradas. Hay quienes aseguran que llamar “crisis” a lo que sucede en el país es inadecuado, del otro lado llegan al extremo de sostener que “el modelo ha fracasado”.
Ciertamente los diagnósticos están preñados de la posición política de los interlocutores que hacen el análisis, sean economistas, ingenieros o politólogos, catedráticos, por mencionar algunos de los opinadores que recogen los medios de comunicación social.
Pero atribuir a ciertos conceptos de la teoría económica un sesgo de izquierda o de derecha constituye negar siglos de acumulación de conocimiento de esa disciplina.
Los teóricos rusos fueron los que más avanzaron en la construcción de una base conceptual distinta a la del capitalismo basada en la planificación, pero no dejaron de lado los preceptos clásicos del equilibrio de precios, la óptima asignación de recursos y la propuesta marginalista de los neoclásicos, relacionada a la productividad.
Al revisar el libro de texto sobre la teoría económica que se utilizaba en las universidades de la antigua URSS y que algunos académicos ponían como referencia en la UCV, no distan mucho de los usados en las universidades de la cuna del imperio.
Las diferencia se supeditan a que los primeros ponen como prioritario la planificación central y, en el segundo, el libre mercado, pero eso no impedía considerar los preceptos de la teoría económica.
Cuando se dejaron de lado esos conceptos, en la URSS se creó un gigantesca economía subterránea que colapsó después de la Perestroika y la Glasnost, mientras que en Estados Unidos se produjeron enormes crisis económicas, como la Gran Depresión o la de las hipotecas subprime en este siglo, por nombrar solo dos.
Usar la economía como arma política desde cualquier posición en un sistema político de alternancia ha resultado contraproducente. Lo que se requiere es de un profundo estudio de las soluciones.