En celebración por el Día Internacional del Libro| Palomares fue recordado en las afueras de la Librería del Sur de Gradillas

A las 11:20 am los poetas Enrique Hernández D’ Jesús, William Osuna y Pedro Ruiz se congregaron en las afueras de la Librería del Sur de Gradillas para homenajear al poeta Ramón Palomares, fallecido en marzo pasado.

La muerte del poeta aún duele. El Día Internacional del Libro es una excusa más para rememorarlo públicamente y volver a su palabra llena de ríos y de pájaros. Las personas caminan con pasos apresurados por la calle en la que se encuentra la librería. Unos pasan indiferentes, otros se detienen expectantes y tímidos por lo que sucederá. Es un recital de poesía a cielo abierto. Las sillas vacías comienzan a ocuparse de curiosos, lectores, poetas y amigos.

El cantautor Leo Vargas abre el recital con una canción sobre las notas de una guitarra electroacústica. Pedro Ruiz comienza su intervención haciendo referencia a una afirmación de la mitología maquiritare (pueblo yekuano) que reza: “la muerte no existe”. Piensa en la siembra que dejó Palomares, lo expresa a las y a los asistentes. “Su poesía transformó la poesía venezolana”, y trae a colación El Reino, el primer poemario del poeta trujillano, cuyo fundamental aporte, indica Ruiz, es el carácter universal de su poética y el uso de un lenguaje novedoso.

Para Ruiz es indispensable leer a Palomares tomando en consideración al pueblo en donde nació: Escuque, cuya población, para entonces, no superaba los dos mil habitantes, según sus palabras. “Ramón convirtió ese pueblo en poesía”, dice Ruiz con emoción.

Comparó al poeta con “un científico extraordinario”, en el sentido del bien que hace la ciencia cuando está al servicio de la gente. “Fue un observador detallista de la naturaleza. Una flor, un detalle eran muy importantes para él (…) Para Ramón el detalle no reducía su belleza, sino que la engrandecía”, expresó.

EL SOL QUEMA

El sol comenzaba su ascenso hacia el punto más alto del cielo. El mediodía se instaló sobre las cabezas de los asistentes, quienes comenzaron a arrastrar sus sillas hacia las pocas sombras que aún resistían. “El Catire” Hernández D’ Jesús se queja del calor.

Vargas entona una canción. El tema dice “Se ha prendido la candela” y es literal, el sol comienza a desesperar a los asistentes. Los organizadores instalan dos carpas pequeñas para aminorar los embates del astro rey. Pero los poetas quedan en la intemperie a merced del fuego.

El Catire vuelve a reclamar por el sol y también porque no han sido invitadas poetas mujeres en la actividad. Por ello, se tomó la tarea de invitar a Alessandra Coronel, una joven poeta, para que lea junto a ellos. Coronel lee el famoso poema “Pajaritro que venís tan cansado”. Vargas comienza a musicalizar el poema con breves notas pero Coronel se detiene. No puede concentrarse con la música y le pide al cantautor que la detenga mientras recita. Vargas sonríe y para.

“Lo que soñaste se lo llevaron las aguas / Ahora solo hay malezas”, son versos de “El Patiesito”, en la voz de Coronel. Al culminar su participación un ruido se impone en la Plaza Bolívar. Minutos después el Himno Nacional cantado por Chávez da inicio a una actividad muy cerca. Tácitamente todos han decidido hacer silencio. Willian Osuna dice en voz alta “Con el himno no compite nadie”. Una señora del público mueve frenéticamente su mano derecha como si sostuviera una batuta y dirigiera ante ella una orquesta invisible.

Culmina el himno y Osuna exclama “Ahora sí no pueden competir con nosotros”. El poeta comienza a recordar sus primeros encuentros con Palomares en el Bar Girondina, recuerda unas botas que compró el poeta fallecido. La organizadora le hace señales para que no se vaya por los caminos verdes. Sin embargo Osuna continúa, prometiendo que retomará el hilo de la conversación. “Uno no tiene la culpa de ser poeta e ir más allá de las emociones”, agrega. Expresa que un país no se empobrece por crisis económicas, “Un país se empobrece porque nos falta Ramón Palomares. Perdimos a nuestro chamán”, sentencia. Lee un poema de Palomares y cierra diciendo “Volveré”.

LA MÚSICA INTERRUMPE A LOS POETAS

Vargas canta a los desaparecidos. El Catire le pide que solo cante una canción en las transiciones entre poema y poema, opina que la música interrumpe la naturaleza del recital.

Vuelve Osuna efectivamente y promete ser breve “porque El Catire anda angustiado”. Se suma a la petición del poeta y fotógrafo, “La música mata a la poesía”.

El Catire le dice a Vargas, desde uno de los toldos, donde fue a refugiarse del sol: “Tú música es muy buena pero se pierde la poesía. La razón que nos trae aquí es hablar y leer a Palomares. Si las canciones fueran sobre Palomares es otra cosa”,

Osuna lee un poema llamado “El sol”, los asistentes se ríen por la coincidencia. “Andaba el sol muy alto como un gallo”, reza el poema.

El Catire se incorpora para leer pero antes insiste al cantautor “No es contra tí”. Luego recuerda que a los 15 años Palomares lo llevó a recorrer los páramos andinos. Así aprendió a mirar, cuenta. “Así me inicié en la poesía” y también en el conocimiento de la tierra, de “nuestra cosmogonía”, agrega. Piensa que tuvo mucha suerte al ser uno de los amigos queridos del poeta trujillano.

Compartió con el público su último encuentro con Palomares, dos días antes de su muerte. En el lecho de muerte, El Catire para animarlo le pidió, en forma de chiste, que se recuperará porque un amigo le prestaría un apartamento desde donde se podía ver el mar y chicas con bikinis. Palomares se sonrojó y le respondió “Pero es que ya no puedo beber ni viajar”, entonces le encomendó al amigo que continuará con estas tareas por él. El Catire cumple y cumplirá la misión sin chistar.

El Catire recuerda que Palomares le dijo “Estoy rodeado de ángeles, mis hijos son ángeles, mis amigos, son ángeles, María Eugenia es un ángel, Tarek y su esposa son ángeles. Tú Catire eres mi ángel más querido”, en su última visita.

El escritor lee un poema y vuelve nuevamente a explicar las razones por la cuales considera que la música “rompe el hálito del poema”. Vargas se limita a sonreír despreocupadamente ante la “asamblea” que armaron los poetas.

Osuna quería que este recital no fuese uno convencional, esperaba que fuese una especie de misa en la que todas y todos leyeran a Palomares. “Para conectarse con Ramón solo hace falta abrir sus libros”. Esa es la invitación: no dejar que la poesía de Palomares muera nunca.

T/ Diana Moncada
F/ Jonathan Manzano
Caracas