El autor Mario Neto realizó una puesta en escena con otros temas y personajes infantiles|El perdón de los pescados, o el ingenio en trance de supervivencia

“Quiero divertir al público, y el único modo que conozco para hacerlo es divertirme a mí mismo”, señala de entrada Mario Neto, autor de El perdón de los pescados, pieza ganadora de los premios a la mejor dramaturgia, dirección, música y maquillaje del Microteatro Infantil de Venezuela 2016, que se efectúa en el CCCT de Caracas.

– Algunos autores de teatro infantil explican que parte de su propósito al escribir es difundir valores. ¿Este es su caso con El perdón de los pescados?

– Depende de los valores. Entiendo que los valores sociales son los valores que aprecia la sociedad: poder, dinero, sexo, propiedades, activos, comodities, divisas. La bolsa de valores y los valores de los bolsas. Empezando por mí.

– ¿Eso no le parece simplista? Hay otros valores.

– Por supuesto, los valores nutricionales. Según eso, la obra El perdón de los pescados es nutritiva y ofrece valores: contiene omega 3 y proteínas baratas, ya sean frescas o sean de lata.

– Valores como la solidaridad, la honestidad, la valentía, el anhelo de justicia…

– Espero que esos valores estén implícitos, porque no quiero dictar récipes morales. En la escena está lo que pude poner, sobre todo en la música.

– ¿Qué importancia tiene la música?

– Es fundamental, especialmente porque se trata de música en vivo, interpretada por Karina Oses y por Nathalye Vera; esa vida, que es la vida de quienes cantan, le da una frescura, un sabor especial a la obra, y el público lo percibe y disfruta. Además nos apoyamos en ritmos muy sabrosos de Venezuela y del Caribe. Hay joropo oriental, ska y parranda.

– ¿Cree en el rescate de las tradiciones?

– Lo que creo es que a veces las tradiciones nos pueden rescatar. Por lo menos a mí. Por ejemplo, cuando no sé cómo rematar una obra de teatro, una canción de una fiesta popular puede rescatarme y despertar la imagen que faltaba. En El perdón de los pescados hay, o quiero que haya, una resonancia de las viejas coplas españolas, de los ritmos africanos, de los bailes aborígenes. Nuestro rico imaginario venezolano, sincrético. Una pizca de sabor de nuestra invaluable herencia, que no es excluyente ni dogmática.

– ¿A qué se refiere?

– Las mayores tradiciones, me decía un amigo, son las de los animales, las grandes migraciones de las mariposas, de los atunes, de las ballenas, de los animales en las llanuras del África oriental. Algunas de esas tradiciones nos alimentan. Ante ellas, las de los otros animales, esos primates lampiños recién llegados, son como suspiros de vanidad.

– Los recién llegados somos los humanos…

– Sí. Nosotros seguimos siendo animales. Aunque nuestras pulsiones se socialicen mediante la hipocresía, el arte u otras formas. Es un juego muy serio el juego social. ¿No sientes a veces que estás atrapado en una red de apariencias, de roles y depredaciones reglamentadas, que ir al trabajo o a la escuela es como ir a una farsa? Una farsa muy seria, y generalmente muy cuadrada, con sus figurantes y su puesta en escena. Y claro, esa farsa paga el alquiler. Adivinemos quiénes son los títeres. No lucho contra eso, solo lo constato.

– Reformulo la pregunta, ¿quiénes son los pescados a los que hay que perdonar?

– Nosotros. Pescados en la red que nosotros mismos tejimos. Por su feroz inocencia, por su destructiva ignorancia. Por su irresponsable egoísmo. Estamos destruyendo los mares, los peces, el planeta. Es decir, estamos autodestruyéndonos. Con plástico, contaminación, sobrepesca, consumismo, despilfarro, con la injusticia en la distribución y gestión del agua y los alimentos. La sufrimos diariamente. Como dice el coro de la obra: “Unos pescan una fortuna y otros pescan un resfriado”.

– En la obra hay un momento en el que la sardina, a punto de ser devorada, reza un «Atún nuestro que estás en el mar», una versión bufa del Padre nuestro. ¿Era solo un chiste o hay algún propósito iconoclasta?

– La sardina es un bufón que reza muy en serio. García Lorca dijo que la escena de Titania y Lanza, ya convertido en burro, en el Sueño…, debía ser representada como si dos genuinos amantes se encontraran. No hay que “sobrerrepresentar” lo que la escena ya expresa. El «atún nuestro que estás en el mar» coloca a los peces en nuestra posición. Es un pequeño desplazamiento semántico. A mí me encantaría creer que mi sardina está emparentada, salvando las distancias, con el ingenio de Lazarillo de Tormes, es decir, con el ingenio del pueblo en trance de supervivencia.

– A diferencia de la mayoría de las obras que presenta el festival de microteatro, El perdón de los pescados no tiene princesas, héroes o personajes de Disney. ¿Se propuso luchar contra esa todopoderosa transnacional?

– No sería sensato ni práctico. Además, respeto el trabajo de quienes apelan a las princesas y los héroes de Disney o Marvel como plataforma para sus obras. ¿Por qué no habrían de hacerlo?, el público lo demanda, y los actores tienen que comer, al menos de vez en cuando. Sin embargo, creo que también es válida una apuesta en escena con otros temas y personajes. Que haya diversidad de ofertas. Yo creo que hay ganas de teatro para todos los gustos y bolsillos. A nuestra disposición está el catálogo vivo del imaginario venezolano y universal, los Locos de Moruy y de La Velas, las Zaragozas, la muñeca de la Calenda, los diablos, este país está lleno de diablos, de esos que bailan ante el Santísimo Sacramento… de Yare, de Chuao, de Turiamo. El maravilloso Tamunangue, los chimbangles, la llora, la lista es rica y larga.

– ¿Cómo escribe sus obras?

– Escribir es tanto placentero como angustiante. Como a Woizek, me cuesta mucho expresarme, y el resultado siempre está debajo de las expectativas. Pero ese debajo es interesante. Por otra parte, quiero divertir al público, y el único modo que conozco para hacerlo es divertirme a mí mismo primero. Así, en el mejor de los casos, ganamos todos. Trato de dejarles el sufrimiento a las productoras, que son las que se arriesgan más, con el permiso de las actrices y los actores.

– ¿Algo que quiera agregar?

– Las gracias a Ariadna Vilas, por inspirar la obra; a Alberta Centeno, por su excelente trabajo como directora. Y a todo el elenco: Karina Oses, Nathalye Vera, Morelys Rodríguez, Jhurani Servellón y Roberto Calzadilla. Son mi cofradía, la tripulación. Espero que sigamos juntos en este y en nuevos viajes.

Acotó para cerrar: “En octubre tengo el honor de estrenar una obra de teatro para adultos titulada Las inquilinas, comedia para voyeuristas que pagan por ver, coescrita con Salvador Fleján. Salvador es un cuentista divertidísimo. Es un guasón literario muy serio, con un fino oído para el ritmo y la eufonía del texto. Y a la vez es un escritor gamberro. Pero a pesar de toda su malicia ha cometido la imprudencia de coescribir conmigo. Veremos qué pasa. Confiemos en que César Uribe, el director de la pieza, nos enmiende la plana. Pero no mucho, porque hay que dejar unos cuantos renglones torcidos para que el público se pueda sentir aludido”.

T/Mauricio Vilas
F/Cortesía Katherine Dommar
Caracas