La persistencia de la insensatez, por Alberto Aranguibel (Opinión)

«Los relojes blandos no son más que camembert paranoico-crítico, tierno, extravagante y abandonado por el tiempo y el espacio.»
Salvador Dalí

Luego de años de intensa búsqueda de un lenguaje y una personalidad propios (como es usual desde tiempos inmemoriales en el mundo de las artes), el aún joven pintor figuerense Salvador Dalí, encontró en el surrealismo a principios de los años veinte del siglo pasado un espacio confortable en el cual no solo le era permitido dar rienda suelta a su proverbial imaginación, sino que se le abrían las puertas al inagotable mundo de la especulación humana que le serviría de soporte a la imponente obra que de ahí en adelante desarrollaría, ya no solo en la pintura sino en la escultura, la orfebrería, el cine, el teatro y la prensa escrita.

Más allá de la grandeza de su arte, la dimensión de Dalí no puede ser entendida en modo alguno sin considerar como parte esencial de su propuesta surrealista su provocadora capacidad para la extravagancia más delirante e irreverente. En “La persistencia de la memoria”, un pequeño oleo sobre tela de apenas 24 x 33 centímetros, Dalí hace en 1931 su presentación formal ante el mundo, con un planteamiento desconcertante como pocos en la historia del arte hasta aquel momento, que desata la más frenética vorágine de interpretaciones sobre su contenido simbólico y hasta metafísico. El enigma sobre la sonrisa de la Gioconda que durante siglos intrigó a la crítica del arte, se vio relegado con la irrupción del cuadro de Dalí que, en medio de la efervescencia surrealista que entonces se imponía (con Breton, Magritte, Buñuel, Éluard, entre otros, a la cabeza), se convertía en el centro de la controversia y de las especulaciones más descabelladas en torno a su obra.

Escrudiñar el pensamiento surrealista en busca de la lógica del raciocinio fue desde siempre un intento falaz de las sociedades pacatas habituadas a los convencionalismos y las normas y códigos preestablecidos. Pero más audaz aún, ha sido la pretensión de revisión que han intentado los pensadores y académicos del estatus quo que desde el ámbito del conocimiento preestablecido han intentado ya no una lectura elaborada del surrealismo sino una adecuación de su propuesta al esquema del pensamiento burgués. Algo así como forzar la innovación para hacerla convencional.

Breton definía el surrealismo como “la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón…”, lo que no impidió nunca la disquisición arbitraria en un sentido o en otro de quienes buscaron dar explicación al surrealismo desde la perspectiva de las sociedades retrógradas y conservadoras que siempre estuvieron al rezago de las ideas progresistas de la humanidad.

Dalí se burló de toda esa inteligencia burguesa no solo con el atrevimiento de su arte que la sociedad pretendía amoldar, sino con el desparpajo de su delicioso cinismo y su insumisa propuesta “paranoica-crítica”. Pero, muy a su pesar, la sociedad continuó siendo timorata y atávica, porque para eso ha sido educada a través el tiempo.

Si algo postergó desde siempre el avance del conocimiento y la transformación de la sociedad, fue precisamente el empeño de los sectores dominantes por imponer un modelo gatopardiano que, al mejor estilo de Lampedusa, promoviera cambios pero solo para que todo siguiera igual. Más allá de la naturaleza ideológica, filosófica o política, que pudiera explicar su reticencia a los cambios, la sociedad ha sido retardataria por excelencia, en virtud del peso que el poder de esos sectores ha ejercido sobre ella mediante el control y la distribución elitesca del conocimiento para promover su inhibición y su desarticulación como fuerza potencialmente transformadora, inculcando la idea de que todo lo diferente es peligroso y amenazante y aferrando a la gente hacia lo conocido.

En Venezuela, a lo largo del periodo bolivariano, el debate político ha estado principalmente determinado por esa condición reaccionaria subyacente en la sociedad capitalista, que cree que lo sabe todo y que todo puede interpretarlo de manera cabal y concluyente, más allá del espacio para la construcción ideológica que ofrece la democracia participativa y protagónica que hoy se da en el país. Mientras las fuerzas revolucionarias han estado signadas fundamentalmente por la lógica del estudio y la sistematización del pensamiento bolivariano y chavista, la derecha ha optado por un esquema de confrontación basado en la descalificación, la acusación y el obstruccionismo, antes que en la elaboración filosófica política. De ahí el habito recurrente del discurso opositor a quedarse en el cuestionamiento de toda iniciativa revolucionaria desde el terreno de la hipótesis, generalmente referida al cataclismo inexorable al que conduciría el modelo socialista propuesto por la revolución.

Independientemente de los logros evidentes alcanzados por la revolución en inclusión social, en elevación de la calidad de vida de las grandes mayorías pobres de la ciudad y del campo, y de los múltiples beneficios que los sectores de la clase media, los profesionales, estudiantes y trabajadores han obtenido gracias a la atención del gobierno venezolano, el antichavista común reniega de la posibilidad de transformación que ofrece el socialismo bolivariano más por el temor al cambio, inoculado a la sociedad a través del tiempo por la oligarquía, que por convicción alguna de naturaleza neoliberal o capitalista.

El pavor atávico a todo lo que represente una reinterpretación del mundo en función de una forma de vida distinta en la que las iniquidades y la injusticia sean superadas, coloca al ciudadano promedio formado en la lógica capitalista de la sociedad burguesa en la creencia de que toda revolución conduce al pasado porque su fundamento ideológico es exactamente el mismo de los abolicionistas de la esclavitud, de la explotación obrera, del colonialismo industrial y del campo. Postulados todos satanizados por la derecha a través del tiempo.

Por eso el Comandante Chávez habló siempre de lo revolucionario como lo nuevo frente al atraso que representa lo viejo, el modelo burgués que el proyecto socialista se propone derruir. La propuesta de la burguesía –solía decir- es el capitalismo, y el capitalismo es la prehistoria. “Todo el proyecto bolivariano es nuevo (entregar viviendas al pueblo en forma gratuita, garantizar el acceso sin costo a la educación, dotar a los estudiantes de computadoras, crear redes de alimentación a bajo costo, de salud, odontología, alfabetización, lograr la inclusión social de personas de la tercera edad, de madres del barrio, de discapacitados, promover el control obrero en las fábricas, el poder popular en las comunidades), mientras que el capitalismo es barbarie, fraude, saqueo y masacre.”

Cuando la derecha venezolana se empeña en predecir a diario el fin de la libertad, o de la vida inclusive, que acaecería siempre en fechas infinitamente postergadas una y otra vez; el asalto a la patria potestad de los niños; la eliminación del sistema bancario para imponer un absurdo corralito; o la imposición del sistema de pelotones de fusilamiento para exterminar a la disidencia política, como ellos lo creen, no expresa otra cosa que el terror genético que las sociedades capitalistas inoculan a su gente para hacerla reaccionar frente a lo nuevo.

La persistencia en un mismo esquema de pavor a las transformaciones, que se repite y se repite sin que jamás cristalice en la realidad el objeto de su delirio, sin que en ningún momento se impongan la sensatez y el buen juicio que bastarían para recuperar la salud mental y la autoestima que como ciudadanos merecen y a las cuales tienen derecho, exactamente igual que el resto de los venezolanos conscientes que hoy construyen el sueño de una patria soberana donde reinen la justicia y la igualdad social, es verdaderamente doloroso.

La militancia de a pie de la oposición venezolana debe entender de una buena vez que su fracaso no es de naturaleza política o ideológica sino de cordura. Cuando se sigue la orientación de líderes que lo único que persiguen es bloquear la posibilidad de avanzar hacia lo nuevo, es cuando en verdad se retrocede a lo más tenebroso del pasado.

Superar la insensatez del miedo es el compromiso que hoy tiene esa militancia opositora que en verdad cree en Venezuela y que se niega a ser víctima del odio que su liderazgo le proporciona como única herramienta de lucha política.

@SoyAranguibel

EXCELENTE ARTICULO ARBELTO, PERO YO LE AGREGARIA Q’ ESTO SE LO PASEN TIPO DISCURSO EN LA S ESCUELAS LICEOS TECNICAS Y UNIVERSIDADES Y A JURO EN LAS SALAS DE CINES UNIDOS DE ESTE PAIS Y POR LAS CABLERAS, POR UN MES EN VEZ DE PASAR LA PROPAGANDA DE Q’ LA GASOLINA SE REGALA EN ESTE PAIS Y ES AHORA CUANDO SE DAN CUENTA DE Q’ EL AGUA ESTA MAS CARO Q’ LA GASOLINA 1 KG DE HARINA DE MAIZ, ETC Y NO ENSEÑAN LA OTRA CARA DE LA MONEDA, Q’ AMBAS COSASPODRIAN COSTAR IGUAL E INCLUSO MENOS EL AGUA, PUES SE HAN PUESTO A PENSAR, SI EL CAPITALISMO PUDIERA CONTROLAR EL AIRE, A Q’ «p» ESTARIA EL M° CUBICO, ANTES DE TOMAR UNA DECISION DEL»P» DE LA GASOLINA Y DEMAS COMBUSTIBLES ESTUDIE TODAS LAS ALTERNATIVAS POSIBLE Q’ HACEN Q’ NUESTRO COSTO DE PRODUCCION DE LA GASOLINA SEA ESE Q’ SEÑALA EN LA PROPAGANDA Y REVISAR A PDVSA EN CUANTO A COSTOS(NOMINA Y CONTRATOS COLECTIVOS, POLIZA HCM), ESTA POLIZA DEBE SER ELIMINADA, PUES SE ESTA APOYANDO A LA MEDICINA PRIV, Q’ UNA VEZ SE ACABA EL MONTO, TE ENVIAN AL HOSPITAL