No pocos pensadores lo han afirmado: los recursos en el mundo alcanzan para cubrir las necesidades de todos, sin ser por ello suficientes para cubrir la avaricia de algunos. Sobre la Tierra, donde domina la ambición de los pocos, millones de niños mueren de sed, las enfermedades erradicadas regresan y los salarios son poco más que sal y agua.
El hambre es sin duda la moneda en base a la cual los sectores pudientes someten pueblos, representados en la individualidad de un niño o de un trabajador y en la colectividad de los países periféricos.
Esta semana ha venido cargada en estos temas. Hay un caso particularmente siniestro, el de la prostitución de niñas y niños centroafricanas por parte de soldados franceses que transaban con –o contra ellos- comida por sexo. Con este acto respondido tibiamente por el Eliseo diciendo que si alguien hubiese osado así manchar el uniforme, sería castigado, se evidencia que detrás de tanta obra de paz está la herida vieja del ego colonialista que busca recordar su supremacía.
El salario, ese concepto que impulsa las fuerzas al trabajo es un terreno en permanente discusión. Pues la rentabilidad de los negocios nace de la estabilidad a la baja de las retribuciones y el drama no se agota allí, pues cuando los trabajadores o los Estados los hacen subir, los dueños de los medios de producción o, en nuestro caso, de los centros de distribución y comercialización, utilizan los precios para disipar la capacidad de mejora que tuvo el incremento salarial.
Ese es uno de los dramas centrales que se han configurado en contra de Venezuela: un sistema de monedas falsamente valoradas conjugado con sectores improductivos que reivindican un libertinaje en sus aspiraciones de ganancias y que saben que con la especulación latigan las mayorías que dignamente viven de su trabajo. Esto se traduce en una frase repetida para permear la unión de todos quienes, desde obreros hasta cargos directivos, tienen la misma condición de clase pero suelen caer en juegos que anhelan separarlos, pues al subir el precio dirán que es culpa del Gobierno que les obliga a pagarle más.
Así, la guerra que es contra el pueblo -como señala Tony Boza- quieren convertirla a una “del pueblo contra el pueblo” y no es tan solo un problema aislado casa adentro, es el resultado de la lógica de un sistema.