Por Gino González|Al borde del desastre (Opinión)

Las alimañas siguen su camino a pesar del juicio amenazante de la grima.

En los años 40 llegó al llano huyendo de la hambruna europea y cercó con una sola cuerda de alambre leguas y más leguas de tierra hasta las costas del Orinoco para ser luego uno de los más poderosos terratenientes de la zona.

Sus descendientes defenderían aquella “propiedad privada” a capa, espada y plomo contra quien osara pasar el límite de esas tierras aunque fuese para cazar un venado o sacar un pez en sus ríos o lagunas. Fueron “dueños” hasta de los caminos “reales”.

Los ancianos cuentan que el terrateniente colocaba un candado en la puerta del camino que pasaba por “sus tierras” a cierta hora de la noche para no permitir el tránsito a los caseríos adyacentes.

Cuánta carencia albergaría ese ser humano a raíz, tal vez, de su condición pasada para apoderarse de un territorio prácticamente igual o superior a su país de origen.

“Paren el mundo que quiero bajarme”, fue una de las consignas del gran movimiento cultural anticapitalista de los jóvenes de los años 60. Pareciera, a pesar de las condiciones objetivas adversas, que esta fue la gran movilización histórica de la juventud que se propuso la lucha contra el capitalismo mediante un pensamiento y un discurso que planteaba la separación de este sistema nefasto.

Hoy la realidad vorazmente evidencia lo inviable del capitalismo, pero aún así, nos movemos como hordas desesperadas buscando salidas en este laberinto exigiendo reivindicaciones en el contexto del propio capitalismo.

Atiborrados de información y vacíos de conciencia, arrastramos la equivocación.

Cómo se materializa la revolución, cómo aplicamos el concepto, cómo incidimos para propugnar la cultura que nos separe de este sistema putrefacto.

Los niveles de ambición son extremos más allá de la capacidad de aguante del planeta. Los ricos no se van a detener ni nosotros tampoco por arte de magia.

Mientras tanto la dinámica social es tiránica. La naturaleza terrestre no la seduce la danza de la tecnología e indiferente sigue su curso implacable.