Los motivos del lobo de Francisco de Asís|Chávez, nosotros, y la felicidad (Opinión)

Hemos dicho que la nuestra es una revolución amorosa. Nuestro pueblo lo es: un pueblo que se mueve sobre todo por los afectos. El comandante Hugo Chávez lo era: un hombre amoroso.

Pero, según le entendí al ministro Reinaldo Iturrriza hace unos días con ocasión de un seminario sobre el legado de Chávez, ese amor se traduce constantemente sin duda en una suerte de felicidad.

Reinaldo venía diciendo (tal vez con otras palabras, pero la idea es la misma), que Chávez era un hombre feliz, como representante de un pueblo cuya alma colectiva expresa de continuo una especial alegría de vivir que le ha permitido por siglos enfrentarse a las dificultades y acometer apasionadamente sus luchas sin perder el ánimo.

Hay pueblos cuya cultura da la impresión de contener algunos rasgos melancólicos, al menos en sus manifestaciones superficiales. No es así el nuestro.

Todos nosotros, y me refiero a esta generación de venezolanos que convivió con Chávez en su tiempo, somos testigos de la recia alegría con que se manifestaba su espíritu rebelde, combativo, solidario, amoroso.

Alegría que nos transmitía a todos en la lucha diaria de una revolución que está teñida de una dicha de ser y de hacer lo que hace y de un profundo regocijo del alma a prueba de amargura.

¡Somos felices! Los amargados son otros: lo dice siempre Diosdado Cabello. Aquellos que no se conectan con el pueblo. Aquellos sumergidos, no el amor, sino en el odio.

De manera que el amor en batalla y este buen ánimo de nuestro pueblo, tienen como destino la mayor suma de felicidad posible, según el concepto bolivariano que Chávez tanto repetía al guiarnos por el camino revolucionario.

El 4 de septiembre de 2010, inaugurando unas viviendas en Lara, se refería a ello:

“Ese camino nos tiene que conducir a la cima de la felicidad para un pueblo y ese camino es duro, difícil, estará lleno de peligros siempre pero ese es el camino como dijo el gran Argimiro Gabaldón”. (…) “Miren las viviendas, bonitas, buenas y baratas, bellas. Claro, más bellas serán cuando tengan más árboles, el jardín, el agua, la calle adoquinada, todo eso es la felicidad, no digamos que sea el paraíso, pero algo parecido, que vivamos felices pues, para eso nacimos, para ser un mundo feliz”.

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