Ignoro quién inventó y popularizó la categoría de “chavismo duro”, si fuimos nosotros mismos al analizarnos como cuerpo social o si fueron los manipuladores de opinión de la derecha que nos querían ver troceados y diferenciados. No lo sé. En todo caso, en su momento fue bastante utilizado para los análisis electorales, en los que se hablaba del “chavismo duro”, del “chavismo light” y de algunas otras categorías correspondientes.
Lo que sí sé, pues no tengo ninguna duda de ello, es que el chavismo duro existe. Y que existe, además, como una realidad contundente que se expresa, sobre todo, en los momentos de confrontación con el adversario, no sólo en la circunstancia electoral sino incluso, a la hora de la chiquitica, en cualquier otra que pueda presentarse. Como, por ejemplo, en la actual situación en que nos encontramos, donde Venezuela es el objetivo de una guerra no convencional delineada por el imperio con la participación antipatriótica de los partidos de la derecha.
¿Y cómo se expresa ese chavismo duro? Lo hace, como una fuerza moral de resistencia, y de reafirmación del proyecto bolivariano. También como la consagración del espíritu de lealtad al legado del comandante Hugo Chávez. Y todo ello sostenido por su disposición a jugarse el todo por el todo en cualquier escenario.
Una frase mil veces repetida, “¡Aquí nadie se rinde!”, revela, como ninguna otra, la voluntad de llegar hasta el final. Un final que, en ningún momento, imaginamos como de posible derrota de las fuerzas del pueblo, sino todo lo contrario: un final, si así puede decirse, en esta larga lucha emancipadora, de victoria. El chavismo duro sabe que no puede ser de otra manera.
Por mi parte, le agradezco a tan leal vanguardia, compuesta por millones de mujeres y hombres en todo el territorio, esa lealtad admirable de la que está dando muestras. Y con ella me reconforto. No nos sentimos solos. No nos sentimos débiles. Unidos como estamos para el combate en esta guerra cruel que nos ha sido declarada.