Por William Castillo Bollé|Del espectáculo a la política (Opinión)

Hace apenas unas horas, el país asistió atónito a la última y mas dramática representación política de la derecha venezolana. Drama, en ese sentido que los griegos daban a aquello que alcanzaba una síntesis conmovedora de tragedia y comedia. Desde el estrado mismo de la Asamblea Nacional (AN), se escenificó un bochornoso intento de desconocer el Estado de derecho, y de parir forzadamente un golpe de Estado; pero esencialmente, de justificar ante fanatizadas audiencias internas y desesperados financistas y amos externos, un plan de violencia y crimen político que acabe de una vez por todas con la indeseable Revolución Bolivariana.

Imposturas, poses, manoteos, gritos histéricos, gestualidad fingida, parlamentos repetitivos. No faltó ni un solo de los elementos del teatro griego, incluyendo el mito. Una patética escenificación que pretendió vender la idea de un Parlamento que rescata la democracia, mientras la pisotea, que finge amor por la Constitución mientras redacta su acta de defunción; actrices y actores de tercera acompañados de su infaltable coro mediático que invocan demagógicamente al pueblo, y se aterrorizan cuando éste irrumpe en el proscenio y les arruina la fiesta. Un guión envejecido, aburrido, bufo. Y peligroso.

Que nadie se llame a engaño con las conciliadoras palabras (bajo el shock del “asalto”) del anciano corifeo de la AN. Como dice Guy Debord en La sociedad del espectáculo, la ideología opresora se diluye en la representación, en el espectáculo mismo. Y la ideología golpista, ruin, elitista de los restauradores del neoliberalismo, mas allá de cualquier gesto tumultuario, de selfies y de algún que otro pescozón, apareció ahí, en esa histérica “sesión ordinaria”. Allí vertieron todo el odio acumulado, la frustración e impotencia política frente a la Revolución, y su torpe ambición de imponerle al pueblo venezolano un proyecto antidemocrático que liquidaría las enormes conquistas sociales alcanzadas en la última década y media.

Lo que se define en estos días no es un simple forcejeo de poderes, ni un duelo político de dos vanguardias políticas. Es una fase de nuestra historia. Una etapa maravillosa que ha abierto caminos de redención y justicia. Una travesía larga, esforzada, plagada de peligros, de errores, pero sobre todo de celadas imperiales y de conspiraciones. Un camino de transformación que coloca en el pueblo –como nunca antes en nuestra historia- el poder de moldear con sus manos su destino.

Cuando la conspiración utiliza la legalidad del Poder Legislativo para desconocer la democracia; cuando los que se frotan las manos, listos para subastar la Patria, humillan la Constitución con argumentos tan imbéciles y disparatados como “el abandono del cargo” y la “doble nacionalidad”, lo que se pretende es forzar la barra, adelantar y legitimar la violencia programada para estos días, acelerar un cronograma fracasado pero criminal. Y no importa cuántos Almagros y cuánta “comunidad internacional” salgan a sonrojarse e indignarse por la incivilidad de la Revolución. El zarpazo ha sido develado. Las cartas han sido puestas sobre la mesa. O es la violencia o es la paz. O es el golpe de la canalla parlamentaria o es la democracia popular. Bolivariana.

Queda sin embargo una pequeña esperanza: el limitado pero insustituible espacio de la verdadera política, del diálogo, al que nunca se puede renunciar, porque cada vida, que la derecha arriesga con su plan violento, cada instante de incertidumbre que le ahorremos a nuestro pueblo, bien vale el esfuerzo de sentarse con los golpistas. Que nadie se confunda. No hay contradicción alguna entre la amplitud para hablar de paz, sin chantajes ni condiciones, y la firme defensa de la Constitución, los principios democráticos y los innegociables intereses del pueblo.

Superar y desmontar la política del show. Traer nuevamente a los alzados al carril democrático. Sin impunidad. Con justicia. Con sensatez y serenidad. He allí la tarea para acabar de una vez por todas con los teatros de la miseria y la muerte y abrir caminos al diálogo social. Sincero. Auténtico. Difícil. Necesario.

Pasar de la política del espectáculo, a la política sin espectáculo.

wacastillo@gmail.com