Más de 7.000 refugiados esperan atravesar el Eurotunnel |Francia: Xenofobia y solidaridad rivalizan en la ‘jungla’ de Calais

Los actos racistas y las muestras de solidaridad se multiplican al mismo tiempo en Calais, la ciudad del norte de Francia convertida en última etapa para miles de refugiados que sueñan con llegar a Reino Unido.

La manifestación que este fin de semana recorrió sus calles en apoyo a los emigrantes, terminó en altercados con la policía y varias detenciones, escenificando la tensión creciente que vive la localidad.

Vista desde el aire, la ‘Jungla’ se asemeja a un inmenso mar de plástico azul y blanco. Situado a apenas cinco kilómetros de la ciudad francesa de Calais, frente al Canal de la Mancha, este asentamiento acoge a más de 7.000 emigrantes de una quincena de nacionalidades que esperan dar el salto definitivo a Inglaterra: afganos, sudaneses, sirios, etíopes, eritreos… un paseo entre sus calles enlodadas se convierte en un recorrido por un mapa de conflictos.

En este gigantesco poblado, formado por chabolas y precarias estructuras de madera, todo es extremo: el frío, el viento, el barro. La ‘Jungla’ es como un ser vivo que respira, inspira y expira, engulle y escupe a personas de muy distintos orígen con dos cosas en común: una odisea a sus espaldas hasta su llegada a Calais y el sueño de alcanzar Reino Unido, considerado la verdadera Tierra Prometida.

ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA

Las cifras oscilan, pero en los últimos meses el número de habitantes de la Jungla ha explotado: de 3.000 personas pasó a 10.000, y en la actualidad se estima que malviven en ella entre 7.000 y 8.000 habitantes.

El flujo exponencial de refugiados ha espoleado a la extrema derecha, que multiplica sus acciones xenófobas y se gana a la población local: en las elecciones regionales de diciembre, el Frente Nacional obtuvo en la región de Pas-de-Calais un 42% de los votos.

Grupúsculos como “Sauvons Calais” (“Salvemos Calais”) o “Calaisiens en colère” (“Calaisianos enfurecidos”) se hacen fuertes en las calles y en internet, con vídeos de propaganda en los que documentan supuestas exacciones cometidas por los habitantes del asentamiento. Comentarios como “Están arruinando Francia, convirtiéndola en un país de mierda como los suyos” se prodigan en la página de Facebook de este último colectivo, que suma más de 60.000 ‘me gusta’.

“Es excesivo, es una invasión. Aquí tenemos a todo Oriente Medio y media Africa Subsahariana. En Calais ya hay suficiente miseria como para que tengamos que soportar la de otros. Deben volver a sus países”, afirma Bernard, habitante de Calais.

En las últimas semanas, ha aumentado la violencia contra refugiados y voluntarios que ayudan en la Jungla. Personas que colaboran en el campamento han encontrado las ruedas de sus coches pinchadas, y varios emigrantes y personas que los acompañaban han recibido palizas.

“Las agresiones de la extrema derecha se producen con la connivencia de la policía”, asegura categórico Philipe Wannesson, voluntario en el asentamiento de Calais.

“Las agresiones de la extrema derecha se producen con la connivencia de la policía”, asegura categórico Philipe Wannesson, bretón llegado a Calais hace siete años y muy implicado en la ayuda a los refugiados. “Para ellos es útil tener a alguien que atemorice a los emigrantes y a los habitantes solidarios de Calais”.

La policía francesa, según claman las asociaciones proderechos humanos y los propios refugiados, no duda en emplear la fuerza contra quienes cada noche tratan de colarse en un camión para atravesar el Eurotunnel. Ameer, sirio de 17 años, conoce bien sus métodos y se lo toma con estoicismo. “Estoy acostumbrado a que la policía nos pegue o nos lance gases lacrimógenos. Llevo dos meses en la Jungla y he intentado cruzar varias veces. A veces se ha dado mejor, otras peor, pero sigo intentándolo”, afirma.

Frente al aumento de las agresiones xenófobas y la represión policial, este fin de semana varias asociaciones llamaron a la movilización en solidaridad con los refugiados en Calais. Unas 2.000 personas, entre residentes locales, activistas llegados de París y otras ciudades, y habitantes de la Jungla, se manifestaron al grito de “Migrantes, bienvenidos”.

“El gobierno socialista de François Hollande está implementando punto por punto el programa del Frente Nacional de 2012”, se indigna Olli, estudiante de 18 años llegada desde la capital francesa. “Tienen a los refugiados en campos cerrados, como animales… ¿dónde esta la libre circulación? ¿Nos hemos olvidados de que son seres humanos?”

AUTO-ORGANIZACIÓN Y SOLIDARIDAD

En 2015, el Estado francés decidió reagrupar a los refugiados que vivían en distintos campamentos de la ciudad de Calais en un único emplazamiento en torno al centro de acogida Jules Ferry, pero la insuficiencia de alojamientos e infraestructuras no ha dejado a los emigrantes más remedio que auto-organizarse.

Con ayuda de las asociaciones y oenegés en el terreno, el improvisado campamento se ha convertido en pocos meses en una ciudad, con escuelas, mezquita e iglesia, comercios y restaurantes. Entre quienes viven en la Jungla, muchos han asumido que no lograrán cruzar y han decidido quedarse y prosperar, explica Sameer, afgano de 22 años, mientras pasea entre los puestos de té y comestibles saludando a varios compatriotas.

Sameer trabajaba como intérprete para las tropas de la OTAN y el ejército británico en Afganistán hasta que los talibanes mataron a su padre y a su hermano. No tuvo tiempo de esperar el salvoconducto que, por colaborar con las tropas extranjeras, le habría dado automáticamente los papeles de residencia en Inglaterra: en lugar de eso, tuvo que marcharse con lo puesto y emprender la larga ruta hacia Europa atravesando Irán, Turquía y los Balkanes.

Tras llegar a Calais, en los 9 días que pasó en la Jungla trató de cruzar la frontera una decena de veces, explica. La última, se cayó debajo del camión en el que se había encaramado para cruzar el Canal de la Mancha y se rompió una pierna. Dos meses entre el hospital y rehabilicación le hicieron cambiar de idea y quedarse en Francia. Ahora ayuda como voluntario en varias asociaciones a emigrantes y refugiados recién llegados. “Siento que es mi responsabilidad. Lo que más hace falta aquí es humanidad”.

Como él, otros refugiados que deciden quedarse en Francia trabajan junto a los voluntarios y personal de asociaciones y oenegés para acoger a los recién llegados a Calais, en torno a unas 250 personas.

Muchos de ellos son británicos, como Jayney Laird, joven risueña que luce con orgullo el abrigo que le regaló uno de los refugiados. Laird lleva dos meses trabajando como voluntaria con la ONG médica Hands International, que lleva a cabo campañas de vacunación para contener las enfermedades que proliferan en la Jungla.

“Por las pésimas condiciones de higiene, han aparecido enfermedades como la sarna y el sarampión. En las últimas dos semanas hemos vacunado a 3.000 personas contra la gripe”, explica. “Pero necesitamos más ayuda, necesitamos doctores; la ONU no identifica Calais como una zona de crisis y por eso sus agencias no están aquí. Fuera de Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo, sacamos el trabajo adelante entre pequeñas asociaciones y voluntarios”, asegura.

Otra voluntaria británica, Emily Carrigan, trabaja en un centro para mujeres y niños en el campamento. Casi todos los habitantes de la Jungla son hombres, y pequeñas asociaciones como la suya tratan de crear un entorno seguro para las mujeres y menores no acompañados que viven en el asentamiento.

A la pregunta de qué la empujó a ayudar en Calais, responde: “Quiero creer que Reino Unido es un país de gente compasiva, aunque lo único que haga nuestro gobierno sea levantar un muro” para impedir que los emigrantes pasen. “A veces pienso que tendrían más oportunidades en Francia. Trato de disuadirles de cruzar, les digo que aquí estarán mejor”.

QUEDARSE DE ESTE LADO

Tras infinitos intentos fallidos, hay refugiados que se dan por vencidos y deciden quedarse en Francia. En el caso de Sameer, con mayor motivo al no tener familia que le espere al otro lado del Canal de la Mancha, como ocurre con muchos de los que intentan cruzar.

“Obviamente, echo de menos a mi familia y a mi país”, reconoce. “Esta es una tierra diferente, donde se come, se vive, se ama diferente”.

“Pero ahora que he decidido quedarme aquí, siento que es mi responsabilidad ayudar a la gente”, agrega. “Veo lo que sufren, sé lo que es intentar conseguir los papeles en un lugar desconocido cuando ni siquiera hablas el idioma. Yo ahora quiero estudiar, conseguir un buen trabajo y ser de provecho para la sociedad en la que ahora vivo, la que ahora es mi casa”.

FyF/Publico.es