En días recientes he visto muchos debates sobre la pertinencia o no de las acciones económicas tomadas por el Gobierno del presidente Nicolás Maduro, cosas que van desde la locura de creer que el cupo de dólares es “un derecho” hasta colegas de los medios del Estado que aseguran sentirse indignados por dichas medidas, en contraposición de lo que defienden cada día en nuestros medios.
Hago esta columna con el ánimo de llamar a la reflexión, en la vida, en lo personal, en el trabajo se necesita un mínimo de coherencia y lealtad.
El debate es y debe ser siempre irreverente, creo en la defensa absoluta de las convicciones éticas de cada persona y por eso consigo inadmisible que ciertos compañeros no renuncien a sus tareas en defensa de la Revolución o a ese “derecho” de que hablan de gastarse “como les dé la gana” los dólares que produce Petróleos de Venezuela, porque ambas cosas son totalmente incompatibles en una nación que enfrenta la mayor arremetida mediática, económica, política y terrorista de la última década en el continente americano.
Entiendo y apoyo el deseo de mucho de ver tras las rejas a los empresarios de maletín, agentes aduanales y funcionarios corruptos que son, en el grueso de la ecuación, los responsables del caos cambiario existen en la Venezuela de hoy.
Pero, pido conciencia a la hora de reconocer que cualquiera que se presta para “raspar cupos” en el exterior y que venda a precio especulativo las divisas que adquirió financiadas por el Estado es un agente de distorsión de una economía golpeada hasta la saciedad.
Por increíble que te parezca compatriota, raspar 300 o 3.500 dólares para introducirlos al juego del mercado negro dispara los precios de todo, nos afecta a todos por igual, incluso a ti sin darte cuenta y te convierte en un traidor.