La caída en el precio del petróleo vista únicamente como un problema de oferta y demanda solo deja ver una visión fragmentada de la realidad, por un incremento de la producción del llamado petróleo de esquisto, que técnicamente no es considerado petróleo y — al igual que las arenas bituminosas canadienses– no es registrable como reserva o producción a futuro por las empresas petroleras.
Dejando a un lado por ahora la enorme destrucción del ambiente y contaminación del agua generada por la explotación de estos hidrocarburos en Norteamérica, considerada la más grande del mundo, la baja en el valor del crudo visualiza fines ulteriores por parte de las compañías que sacrifican flujo de caja con un precio bajo en función de la obtención del elemento faltante en sus inventarios: reservas de petróleo.
Desde el año 2003 al 2013, los países fuera de la OPEP han producido, comercializado y consumido 161 mil 800 millones de barriles y descubierto 11 mil 200 millones de barriles, una caída pronunciada de las reservas conocidas de la zona del planeta en que actúan con completa libertad las compañías transnacionales.
El objetivo de estas empresas es obtener reservas, no flujo de caja del que están rebosantes, por lo que arrebatar su control a los Estados-Nación pertenecientes a la OPEP es la tarea encomendada para gobiernos que supeditan sus intereses a los del lobby petrolero, comenzando por el estadounidense.
El precio bajo, que puede durar en función de las reservas de esquisto, cuyas cifras están altamente cuestionadas e infladas, y con un valor del barril que paraliza los nuevos desarrollos petroleros, permite maniobras geopolíticas contra países OPEP sin ocasionar una paralización de las economías y rechazo popular en los países ejecutantes.