Por Marcelo Barros|En el principio, la bendición (Opinión)

Cada vez más, las Iglesias despiertan sobre la responsabilidad ecológica. Jamás, la teología negó la bondad fundamental de las cosas creadas por Dios, ni la presencia amorosa del Espíritu en todo el universo.

Sin embargo, por motivos culturales, el Cristianismo se concentró más en la historia del pecado y de la redención operada por Cristo. Esa forma de creer llevó mucha gente a desarrollar una imagen de un Dios fuera de la historia. Eso generó una religión que, aislada de lo social y político, acabó siendo cooptada por los imperios, a servicio de una política colonialista.

Actualmente muchos cristianos buscan unir el mensaje liberador de Jesús con la bendición divina actuante en el universo. El término bendecir significa decir el bien. Es una palabra fuerte, una energía de amor que crea el bien. Y esa es la primera y la última palabra divina sobre la vida y el universo. Ni siquiera toda maldad de la cual el ser humano es capaz logra disminuir la belleza de la vida, ni oscurecer la energía amorosa que anima el universo.

Ese amor, presente y actuante, a cada momento en la vida se manifiesta de mil formas y es expresión de la bendición divina. Matthew Fox, teólogo estadounidense, traduce así el inicio del cuarto evangelio: “En el principio de todo, existía la energía creadora. Esa energía era divina. Por su intermedio, todo fue creado. Y ella se hizo carne. Nosotros la reconocemos en la persona de Jesús”.

En los evangelios, Jesús habla de la creación al hablar del reinado divino. En las culturas antiguas, afirmar el reinado divino es reconocer que hay una inteligencia amorosa que gobierna el orden cósmico. Por eso, Jesús dijo: “Miren las aves del cielo. Miren los lirios del campo. Dios cuida de ellos. No iría a cuidar así de ustedes?” (Mt 6, 23 ss.). Al decir que los pobres son bienaventurados porque de ellos es el reinado divino, afirma que todo ser humano recibe de Dios una dignidad de rey.

Muchas veces, la humanidad comprendió eso como un derecho a dominar la naturaleza y explotarla en su provecho egoísta. Al contrario, Dios hizo de nosotros jardineros, administradores de su creación y agentes de la bendición divina para todo el universo. Eso nos hace liberarnos de una visión equivocada y negativa de Dios, como un ser que pune y castiga a los seres humanos.

Al contrario Jesús nos enseña que si Dios existe, solo puede ser amor, perdón y fuente de bendición para nosotros y para el universo. Quién cree en Jesucristo, lo descubre presente en el universo. El se manifiesta como la fuerza renovadora de la vida en todo el universo.