La sangre derramada duele. Hay crímenes y daños que son irreparables y todo intento de clausura está destinado al fracaso. La conflictiva y nunca acabada mirada sobre el pasado reciente –la Guerra de los Balcanes– vuelve a escena por el premio Nobel de Literatura 2019 al escritor austríaco Peter Handke. La principal asociación de víctimas del genocidio en la ciudad bosnia de Srebrenica anunció que pedirá la retirada del Nobel de Literatura a Handke por “defender a responsables de crímenes de guerra”. Munira Subasic, presidenta de la Asociación Madres de Srebrenica, declaró al portal bosnio Klix que la petición será cursada al Comité del Nobel. “El hombre que defendía a los carniceros balcánicos no puede obtener ese premio”, dijo Subasic. “Estamos muy afectados como víctimas. ¿Cómo puede obtener el premio Nobel alguien que defiende a los criminales y, sobre todo, a quienes cometieron genocidio?”, agregó la presidenta de la Asociación Madres de Srebrenica. En la plataforma de peticiones Change.org se han juntado más de 12.000 firmas para exigir la retirada del Nobel al escritor austríaco por ser admirador de Slobodan Milosevic (1941-2006), “el carnicero de los Balcanes”, apelativo que compartía con Ratko Mladic y Radovan Karadzic.

El pasado es objeto de disputas; los diversos protagonistas se manifiestan y silencian, subrayan o escamotean los elementos de la construcción de su propio relato. En Srebrenica milicias serbobosnias asesinaron en 1995 a 8.000 hombres musulmanes durante la guerra en Bosnia, un acto que la Justicia Internacional calificó de genocidio. El posicionamiento de Handke, en sintonía con Serbia, reabrió viejas heridas en los Balcanes occidentales, un territorio todavía traumatizado por las consecuencias de las guerras de desintegración de la antigua Yugoslavia; un ámbito donde hay una lucha por las memorias en pugna. La figura del autor de Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Sava, Morava y Drina, o justicia para Serbia, libro publicado en 1996, está en el corazón de esa contienda. Para unos el escritor austríaco es un apologista de los crímenes cometidos en nombre el nacionalismo serbio, mientras que para otros es un intelectual que se atrevió a luchar contra la demonización de los serbios como causantes de todos los males de las guerras en la antigua Yugoslavia.

El autor de Carta breve para un largo adiós, La mujer zurda y La tarde de un escritor, por mencionar apenas un puñado de títulos de su prolífica producción, negó que minimizara la matanza de Srebrenica y aclaró que su intención era matizar la maniquea imagen ofrecida por los medios de comunicación internacionales que consistía en presentar a los serbios como los “malvados” y los bosniomusulmanes como los “buenos”. Durante los bombardeos de la OTAN en 1999 contra la entonces Yugoslavia, Handke aseguró que la Alianza Atlántica (OTAN) pretendía crear “un nuevo Auschwitz”, en referencia a uno de los campos de concentración y exterminio de la Alemania Nazi. La comparación hirió más sensibilidades y el escritor después se disculpó por usar esa expresión. Lo que no habría que perder de vista es que la mayor herejía de Handke fue cuestionar el papel de la OTAN y de los grandes medios y mostrar cómo la propaganda internacional había logrado generar una opinión pública favorable a cualquier intervención contra Serbia.

Su posición disidente –a contramano de la manipulación para presentar a los serbios como los “monstruos”- se radicaliza y ahí es donde aparece el nudo más difícil de desatar de la polémica. Milosevic era considerado el artífice de las limpiezas étnicas en Kosovo y Bosnia. Handke no solo visitó a Milosevic en la cárcel de La Haya en 2004, cuando era juzgado como criminal de guerra, sino que asistió a su entierro el 18 de marzo de 2006 en el jardín de la casa familiar de Pozarevac, la ciudad natal del expresidente serbio. “Vengo aquí en defensa de la dignidad humana”, confesó Handke y cavó su propia tumba al lado de Milosevic. Su presencia en el funeral desató un escándalo y tuvo que renunciar al premio literario Heinrich Heine, concedido por la ciudad de Düsseldorf.

Varios intelectuales y artistas que apoyaron a Handke como Elfriede Jelinek, Patrick Modiano, Wim Wenders y Emir Kusturica denunciaron que el escritor austríaco estaba sufriendo “una campaña de difamación por pensar a contracorriente”. En una entrevista posterior con The New York Times explicó su presencia en el entierro: “Creo que fue una figura trágica. No un héroe, pero sí un ser humano trágico. Pero soy un escritor y no un juez. Amo a Yugoslavia –no tanto a Serbia, pero sí a Yugoslavia- y quise acompañar la caída de mi país favorito en Europa y esa fue una de las razones para asistir al funeral”. En 2016, a diez años de la muerte de Milosevic, el Tribunal de la Haya lo exoneró de la responsabilidad en los crímenes de guerra entre 1992-1995 en Bosnia.

Sefik Dzaferovic, miembro musulmán de la presidencia tripartita bosnia, consideró una vergüenza premiar a Handke, al que calificó de admirador de Milosevic. “Es vergonzoso que el Comité Nobel pase por alto el hecho de que Handke justificase y defendiese a Slobodan Milosevic y sus ejecutores Radovan Karadzic y Ratko Mladic, quienes fueron condenados por los crímenes de guerra más graves, incluido el genocidio”, afirmó Dzaferovic. También el presidente de Kosovo, Hashim Thaci, se sumó a los cuestionamientos. “El genocidio en Bosnia-Herzegovina tuvo un autor. Handke optó por apoyar y defender a esos autores. La decisión acerca del Premio Nobel ha traído inmensa pena a las innumerables víctimas, escribió Thaci en Twitter. El primer ministro de Albania, Edi Rama, reconoció en la misma red social: “Nunca pensé que sentiría ganas de vomitar por un premio Nobel, pero la desvergüenza se está convirtiendo en parte normal del mundo en el que vivimos”. Para concluir tuiteó: “¡NO, no podemos ser tan insensibles con el racismo y el genocidio!”.

En Serbia, el premio Nobel de Literatura a Handke fue recibido con alegría. El ministro de Cultura, Vladan Vukosavljevic, destacó que el escritor estuvo con “el pueblo serbio” en sus momentos más difíciles. El cineasta Emir Kusturica celebró el premio y planteó que la “lucha política (de Handke) ha sido la continuación de su literatura”. Una reflexión de la bielorrusa Svetlana Alexievich, premio Nobel de Literatura en 2015, ilumina el problema: “Los recuerdos no son un relato apasionado impasible de la realidad desaparecida; son el renacimiento del pasado, cuando el tiempo vuelve a suceder”.

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