En estos días la élite económica del mundo y representantes de gobiernos se reunieron en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Ese encuentro tenía la finalidad de, a toda costa, garantizar la dominación del poder financiero, en todo el planeta. Sin embargo, cada vez más, aumenta el número de personas que toman conciencia de que es necesario un cambio de camino en dirección a nuevas bases de organización de la sociedad. Para ello es necesario pensar y proponer un nuevo humanismo, eso es una comprensión nueva y más profunda del ser humano y de su misión en el mundo. En esa tarea, las ciencias y el análisis político tienen una importante función.
El siglo XXI tuvo su inicio marcado por un nuevo proceso social y político en América Latina. Aunque con sus fallas y limitaciones, el Bolivarianismo tiene como meta la liberación de nuestros países, una más justa distribución social de la renta y una integración de toda América Latina y Caribe. Una vez, en Brasil, el presidente Hugo Chávez afirmó: “La base de la verdadera política es la capacidad de amar. Esa actitud nos hace tener una ética de respeto, incluso en relación a nuestros adversarios”. Para destruir esas conquistas de nuestros pueblos, el sistema capitalista, aun desacreditado, ha movido una verdadera montaña de odio y violencia.
Para vencer esto tenemos que ser capaces de rever nuestros errores y estar dispuestos siempre dialogar.
Nuestra actividad política se hace desde la convicción de que es posible cambiar el mundo y realizar una sociedad de justicia y de paz. Para ello, es importante partir de los que están más abajo en la pirámide social. Solo así, podemos respetar la sacralidad de cada ser humano y, al mismo tiempo, valorar el camino de las culturas ancestrales, mantener la prioridad de lo comunitario sobre lo individual y acentuar una relación más íntima con la Madre Tierra y la naturaleza.
En la región andina, los indios no hablan más de socialismo sino de un sistema social y económico fundamentado en el bien vivir personal y colectivo. En ese camino las Iglesias cristianas y las religiones tienen una función importante. Deben ayudar a las personas, que sean creyentes o no, a abrirse a un amor solidario que pueda cambiar las relaciones humanas de competición en caminos de colaboración y solidaridad.
Hace más de 50 años, en el cierre del Concilio Vaticano II, en Roma, el papa Pablo VI retomó la afirmación de un teólogo del siglo IV que decía: “Para encontrar a Dios, la persona necesita abrirse a todo lo que es humano y ponerse como hermano/a de toda la humanidad”.