Se reagrupa ‘caravana’ migrante en albergues abarrotados en Ciudad de México

La gran columna de más de 5 mil centroamericanos desplazados se logró reagrupar ayer, después de fracturarse en cuatro o cinco contingentes el pasado sábado. Aquella dispersión fue el efecto de la jugada del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, quien hizo aparecer como un espejismo la posibilidad de alcanzar la capital en una sola jornada con el acceso de autobuses para todos, para después retirar su ofrecimiento.

La desesperación por avanzar hizo que la caravana, que hasta entonces se había mantenido cohesionada, se separara. Unos avanzaron sin esperar a los rezagados. Otros tomaron otras rutas. Los que llevan dinero pagaron boleto de autobús. Unos pernoctaron en Córdoba, otros en Acayucan, y unos más caminaron toda la noche.

Pero ayer todos volvieron a confluir. A distintos ritmos, a bordo de transportes de carga, los integrantes de la primera caravana masiva pernoctaron anoche en el gigantesco albergue que dispusieron las autoridades de Ciudad de México. Su número no ha mermado.

La diáspora sigue

Al parecer, nuevas columnas se les han sumado. Y detrás de ellos, en las otras caravanas de salvadoreños y hondureños que ingresaron en días pasados, unos por Chiapas y otros por Tabasco, suman otros 8 o 10 mil desplazados más, según cálculos conservadores.

El logro de alcanzar esta primera meta, apenas una etapa intermedia en lo que anhelan será su destino final, Estados Unidos, se vio oscurecido por el extravío de entre 80 y 100 desplazados que el domingo abordaron un camión de carga en la localidad de Isla.

Isla todavía está dentro del triángulo dominado por el crimen organizado. A los migrantes los encerraron y colocaron candados en la puerta. Eso le dio mala espina a los coordinadores, informa el titular de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca, Arturo Peimbert. Han transcurrido ya dos días y no se sabe de su paradero. Ya se levantó una denuncia por estos hechos.

Quizá por esa luz de alerta y las duras críticas de la Organización de las Naciones Unidas sobre la actuación de las autoridades mexicanas, en las inmediaciones de Ciudad Serdán la Policía Federal (PF) muestra un rostro diferente y despliega un operativo de asistencia humanitaria que no se había visto a lo largo del trayecto de 17 días, desde que esta primera caravana ingresó al país.

Ahí, Gladys Yasmín sufre un ataque de ansiedad. Elementos de la PF se han abocado a detener a todas las pipas, vehículos nodriza o camiones de carga de plataforma que transportan migrantes de manera precaria e insegura. Los bajan a todos, los forman y paran a los conductores de tráileres que viajen a Puebla o a Ciudad de México. Negocian con ellos, apelan a su solidaridad y les ofrecen no pagar peaje el resto de la ruta a cambio de llevar en sus cajas vacías a 100, 200 desplazados. Los suben ordenadamente, vigilan que no entren más de los que puedan viajar sentados y que las puertas queden abiertas para asegurar la ventilación. Así, entre las nueve de la mañana y las cuatro de la tarde son más de 2 mil 500 desplazados que se enfilan a la capital.

Pero Gladys se aferra a sus dos carreolas y se niega a subir. Soy asmática, mis dos niños son asmáticos. Venimos mal. Ahí adentro nos vamos a ahogar.

Además, confiesa, la policía mexicana le da miedo. De la tortuosa travesía que han vivido ella y su familia, recuerda lo que para ella es el peor momento, el más horrible: la noche que tuvieron que pasar sobre el puente internacional del Suchiate, cuando el gobierno mexicano cerró las puertas de la garita y los uniformados arrojaron gases lacrimógenos sobre la multitud. A nosotros nos tocó. Casi nos ahogamos.

Entonces los agentes, bajo la mirada vigilante de paramédicos de tres ambulancias dispuestas para dar primeros auxilios, le consiguen otro tipo de transporte a la familia. Salieron de Córdoba sin desayunar. Mientras esperan, Jonael, de tres años, y Selbin, de 15 meses, pellizcan la papa de un taco que les regalan. Preguntamos a Gladys que si en México le ofrecen refugio se quedaría: Yo sí, dice sin titubear. Ella viene de La Ceiba, en la Costa Atlántica hondureña, una zona que casi se ha vaciado por el terror que han sembrado los grupos delincuenciales, verdadero gobierno paralelo.

¿De qué huyes?, se le pregunta.

Como toda respuesta señala su frente surcada de cicatrices. “Mire lo que me hicieron los mareros. Ellos mandan allá, de donde soy”.

Los enfermos

Los últimos en llegar a la Madgalena Mixhuca, poco antes de las 11 de la noche, fueron los rezagados, los más vulnerables, en su mayoría niños pequeños y varias madres enfermas, ya incapaces de moverse por sí solas. El ombudsman Arturo Peimbert no se mueve de su lado hasta asegurarse que todos están bien instalados.

Salieron de Fortín a las dos de la tarde. Tengo fiebre, dolor de huesos, dice una joven madre echada en el piso, en espera de que su grupo se mueva. Viaja sola con su niño de un año y apenas puede ver por él. Con grandes esfuerzos logra ponerse de pie y seguir a su grupo para no quedar rezagada cuando les avisan que al fin han conseguido transporte. Salen a las dos de la tarde en las bateas de unas pick-ups que atravesarán las Cumbres de Maltrata para dejarlos en Puebla. Ahí, tras otra espera y con otros grupos que se les unen, emprenden el tramo final. Serán los últimos.

Otro grupo que se reincorpora luego de dispersarse es el que pernoctó en Acayucan. Son cerca de 150. Carlos Antonio, un albañil de la región de Copán, Honduras, cuenta que se alistaron desde las cinco de la madrugada para abordar los prometidos autobuses que les ahorrarían muchas horas de caminatas agotadoras, días de cansancio y noches a la intemperie, y que según el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, los llevarían directamente a Ciudad de México. Pasaron las horas y finalmente se percataron que habían sido engañados. Casi me lo imaginé como los políticos Honduras, a los que no se les puede creer nada.

Josué Ayala Carballo, salvadoreño, tiene su propia numeralia. Calcula que hubo tramos en los que él y su grupo caminaron nueve horas. Otros, los más ligeros, cuatro horas. Pero tenemos condición, dice. Refiere que él fue soldado del ejército durante la guerra, reclutado en su natal San Miguel cuando tenía 17 años. Combatió toda la etapa de la confrontación armada en el Batallón Arce. Y cuando se firmaron los acuerdos de paz en su país, en 1992, a los combatientes desmovilizados como él nos tiraron a la basura.

En ese grupo vienen otros hondureños de Copán, pero que no entraron por Chiapas, sino por Tabasco, con la obligada parada en el albergue La 72 de Tenosique. Venimos caminando desde Tenosique hacia Palenque, luego Coatzacoalcos. En Veracruz alcanzamos a este grupo, pero nosotros somos como mil. Ahí venimos. Y en Tapachula hay otra caravana. En Pijijiapan otra más. Yo digo, no sé, calculo que somos como 10 mil más.

Un grupo de peregrinos se acerca al grupo. Son una docena de yucatecos que año tras año viajan desde Mérida hasta San Juan de los Lagos en bicicleta. Se sorprenden: como nunca en sus siete años de aventura guadalupana habían visto tanto centroamericano. El que parece jefe se pregunta: ¿Por qué será que se quieren quitar de su lugar?

F/La Jornada F/AFP