Relatos de los que no se rinden

Amado de Jesús Briceño Guerra suele apostarse ocasionalmente por los alrededores de la plaza Bolívar tocando una flauta dulce con un cajoncito de cartón puesto en el piso para que los transeúntes coloquen “lo que le diga su conciencia”. El domingo pasado, cuando oscurecía en la ciudad, estaba sentado en un banquito, cerca de la “esquina caliente”, interpretando una de esas melodías que posiblemente escuchó en los domingos de retreta de la plaza Bolívar de Boconó, estado Trujillo, o en los jueves de Noches boconesas, en las que Nacho Barazarte y su grupo de arpa, cuatro y maracas deleitaba a los asistentes con su repertorio de música criolla.

Confiesa que es nativo de aquel pueblo andino, tierra de Fabricio Ojeda, pero que lleva mucho tiempo en Caracas. Sus padres lo enseñaron a compartir el pan, a vivir en comunión y en unión con los semejantes. Leyó libros sobre Bolívar y se enteró acerca de la esclavitud y la anarquía de aquellos tiempos. De allí que aprendió a valorar la libertad.

“Me dije que iba se seguir el legado de Bolívar y el legado de Alí Primera, del Che Guevara, el ejemplo de nuestro comandante Hugo Rafael Chávez Frías, porque él despertó al pueblo y le mostró que nuestro país es una belleza y que tenemos muchas razones y motivos para luchar por nuestra patria, para verla dignificada, respetada y amada siempre, sobre todo independiente, que sea una patria libre. Venezuela es grande, es hermosísima; no la cambio por otra”, dice.

En una bolsa tiene metidas un par de maracas. Ese domingo no había comido ni un pedazo de pan en todo el día.

Asienta que afronta la vida con el comercio, la música, la cultura, pero que la situación de los últimos meses lo ha golpeado fuerte, pero no se queja.

“Así como yo”, indica, “que estoy siendo parte de esta terrible situación que estamos viviendo en lo económico, el problema con la luz, el agua, hay miles de personas que a mi alrededor están sufriendo por ese criminal método opositor y del imperio gringo de destruir a nuestro país y parte del mundo, porque se lo han hecho a otros países que han dejado en la ruina, pero no me quejo. Sigo luchando y aguanto la pela como muchos por aquí, que estamos aguantando la pela por causa de estos criminales que están destruyendo la mente del ser humano”.

Se enamoró de la música cuando siendo un niño se escapaba a las quebradas de Boconó con sus hermanos mayores. Allí recogía unos carricitos bonitos parecidos al bambú. Una vez encontró uno que tenía como un pitico. Sonaba como una flauta. “De ahí en adelante me enamoré de la música. Había como una fuerza espiritual emanada de esos manantiales”.

Relata que un diciembre, sus padres le dijeron que pusieran los zapatos detrás de la puerta porque los Reyes Magos iban a pasar por debajo con sus regalos.

“En uno de esos regalos venía una flauta de color rojo como crema. De ahí en adelante ese instrumento formó parte de mi alma”.

Toca la flauta para ahuyentar los malos aires, liberarse de las tensiones, del estrés.

“La música, sí, mi flauta la tocó para liberarme, para ver si alguna armonía puede llegar a los oídos de los personas de alrededor y que puedan sentir que siempre hay un motivo para luchar por la vida, por la paz y la armonía. Soy miliciano. Vivo de Pilita a Sordo, alquilado en una casa de familia. El único revolucionario, bolivariano, chavista y madurista soy yo. A mucha honra, porque quiero a mi país y sé que el socialismo es una de las formas más humanas con la que se puede vivir”, dice.

T/ Manuel Abrizo
F/CO