Revolución Bolivariana: ¿comenzar de nuevo o ir más allá?

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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En su discurso de salutación al país con motivo de su reelección como presidente constitucional de la República, el presidente Nicolás Maduro alerta sobre el carácter histórico del proceso iniciado hace ya 18 años por el comandante Hugo Chávez, convocando a una fase de revisión profunda que condujera a retomar los principios ideológicos de la Revolución Bolivariana, para acabar definitivamente con las distorsiones que han obstaculizado el avance de la misma.

“Estamos haciendo historia –dice- todo esto es historia nueva, porque en Venezuela hay una revolución democrática, profunda, pacífica, constitucional; hay una revolución en etapa constituyente, creando y canalizando las fuerzas de la Nación por la vía política, democrática, pacífica.”

Su llamado, sin embargo, pareciera chocar una vez más contra el mismo muro de incomprensión contra el cual ha chocado desde siempre el discurso progresista en el mundo, erigido por una sociedad profundamente reticente a una verdadera transformación a fondo del sistema democrático que la humanidad ha conocido desde hace más de quinientos años.

Desde que el comandante Chávez diera aquel audaz paso de convocar al liderazgo revolucionario a emprender hacia lo interno una etapa de revisión intensiva, que él mismo denominó de las tres erres; revisión, rectificación y reimpulso, la revolución ha asumido que las deficiencias que anidan en las estructuras de sustentación institucional del gobierno revolucionario, son solo producto de vicios endémicos que corroen la integridad ética de la dirigencia y la hacen incapaz de comprender la verdadera dimensión del compromiso.

Por supuesto que hay que reconocer la enajenación en las convicciones de aquellos que ciertamente consideran lograda la emancipación del pueblo cuando los “emancipados” son apenas ellos mismos, apoltronados como están muchos en los ampulosos despachos que circunstancialmente se les han asignado para llevar adelante una labor de servicio que a la larga devienen nada más en más problemas.

Pero reducir el mal que padece la Revolución solamente a la relajación moral de la dirigencia, pareciera estar todavía muy lejos de alcanzar el nivel de una diagnosis exhaustiva del problema, que sin lugar a dudas padece el proceso, y que sin lugar a dudas debe ser extirpado desde su misma raíz si de verdad se persigue la transformación de la sociedad y no una simple recuperación de la eficiencia en la gestión pública.

“Venezuela necesita un nuevo comienzo en revolución, con revolución y para hacer revolución” ha dicho el Presidente y ese debe ser el punto de partida de la reflexión necesaria a la que está llamando. Los postulados, los retos y los objetivos revolucionarios han sido perfectamente establecidos. El comandante Chávez los expuso de mil maneras a lo largo de tres lustros de intenso debate ideológico con el pueblo. Pero, ¿está clara la hoja de ruta para alcanzar ese utópico horizonte que nos hemos propuesto desde este punto de partida que significa el modelo democrático participativo y protagónico que la misma revolución propuso como base de la transformación por construirse?

Bajo ese modelo democrático, el presidente Nicolás Maduro se ha convertido, tanto en términos absolutos como en términos porcentuales, en el presidente más votado en la historia política venezolana, después del comandante Chávez, no solo una vez sino en dos ocasiones, colocándose en las dos oportunidades muy por encima del apoyo popular alcanzado por todos los presidentes de la Cuarta República.

Sin embargo, el Mandatario venezolano es asumido hoy por los voceros más emblemáticos de la democracia occidental como un dictador, brutal y sanguinario, y de esa forma es presentado por los grandes medios de comunicación al servicio de esa democracia que dice responder a la más elevada aspiración de justicia social concebida por la humanidad.

No solo el espurio Presidente de los Estados Unidos arremete hoy contra el Mandatario que mayor respaldo popular legítimo tiene en el continente, sino personajes que jamás han sido electos por nadie, como los representantes de la Unión Europea o el secretario general de La OEA, sobre quienes ha recaído la bochornosa responsabilidad de responder a las necesidades genocidas del imperio norteamericano contra nuestro pueblo, en nombre de esa democracia que tanto reivindican.

¿Será acaso en verdad la Revolución Bolivariana la que está fallando, o será más bien que el origen del problema está en la génesis misma de lo que pretendemos reparar para intentar hacerlo funcionar bien?

En su enjundioso libro Una Constitución para todos, Marcelo Koenig describe con perfecta claridad el origen del problema que enfrenta hoy no solo la Revolución Bolivariana sino la humanidad entera.

Citando a Ernesto Sampay, dice: “La burguesía consiguió la adhesión activa del pueblo bajo para derrocar al despotismo que, con los procedimientos característicos de esta institución viciosa, defendía el régimen socio-político feudal en su trance crítico; pero en seguida, a fin de contener a ese aliado circunstancial que perseguía objetivos allende a los suyos, se vio forzada a tranzar con los elementos sobrevivientes del enemigo derrotado. Tal avenencia, iniciada con el Thermidor, se consolidó en el Congreso de Viena de 1815, cuando la burguesía, salvando sus libertades económicas, aceptó compartir el gobierno con las dinastías feudales de Europa”.

“En Europa –sigue diciendo Koenig- la situación de predominio absoluto de la burguesía se extendió engendrando sus propios antagonistas: los obreros. La irrupción de los trabajadores en la historia, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, aprovechando las libertades democráticas que había instaurado la burguesía en beneficio de sí misma, fue cambiando la escena de la Constitución real en los países europeos. Pero la amenaza de la aparición de estas luchas –de ampliación de derechos de civiles a económicos en las clases oprimidas- fue lo que hizo que la burguesía se tornara cada vez más reaccionaria, llegando incluso en muchos países a apoyar regímenes autoritarios que iban en contra de las libertades que fueron sus banderas”.

La democracia contemporánea no es sino el residuo calamitoso de un modelo ambicioso concebido por las clases dominantes para ampliar su dominio económico sobre la sociedad, pero que jamás tuvo en sus genes la sed de justicia del pueblo. Solo así es posible comprender el abominable injerto entre monarquía y democracia que en pleno siglo XXI todavía subsiste con total vigor en el continente europeo.

En defensa de esa democracia que se le vendió siempre al mundo como el modelo que aseguraría de manera perfecta la armonización de intereses colectivos e individuales en la sociedad, se han cometido y se cometen las peores atrocidades en contra del ser humano para preservar los intereses económicos de sus opresores.

Para esa burguesía que ataca hoy a la Revolución Bolivariana el problema no es de ninguna manera si el modelo democrático es representativo o participativo y protagónico, y mucho menos si su funcionamiento se ajusta o no a los criterios de la eficiencia y la idoneidad en el ejercicio del gobierno, sino que la democracia debe estar siempre al servicio de los ricos y jamás en las manos del pueblo.

En Venezuela el pueblo lo tiene perfectamente claro y eso explica la persistencia inquebrantable en su respaldo a la revolución. El presidente Maduro lo sabe y en ese sentido ha orientado la estrategia. “No creo que ninguno de nosotros vaya adelante del pueblo. No, aquí va adelante ese pueblo hermoso (y no lo estoy sublimando o mitificando, no). Es una realidad venezolana porque es un pueblo, es el pueblo glorioso de los libertadores. Además, es el pueblo que captó, que recibió la siembra espiritual de nuestro comandante Chávez”.

Ciertamente, no quepa la menor duda, hay que retomar el proyecto original bolivariano y chavista para refundar el inédito proceso de inclusión y de bienestar social alcanzado por la revolución en su primera fase. “Hace falta una gran rectificación profunda, hace falta un reaprendizaje profundo, hace falta hacer las cosas de nuevo, mejor. Hay que hacer las cosas de nuevo y mejor, más allá de la consigna, más allá del aplauso.”, ha dicho el presidente.

Hagámoslo, pues. Pero empecemos por revisar si lo que vinimos a hacer fue a satisfacer las ancestrales aspiraciones de la burguesía en procura del perfeccionamiento de una vetusta democracia que jamás resolverá los problemas de la humanidad, o si por el contrario nuestro papel en la historia es abrirle posibilidades ciertas a una nueva forma de vida, en la que los retos surjan de una nueva concepción de lo que en su momento se denominó el pacto social.

Es a eso a lo que aspira el pueblo.