Rocío Figueroa, exmonja: «Las mujeres católicas estamos cansadas, basta ya de una Iglesia patriarcal»

Rocío Figueroa fue durante 21 años consagrada en la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, la congregación femenina vertiente del Sodalicio de Vida Cristiana, uno de los grupos más conservadores de la Iglesia latinoameriana, del que llegó a ser superiora. Rocío sufrió los abusos del vicario de la congregación, German Doig, y ayudó a desentrañar los del propio fundador, Luis Fernando Figari. Hoy, esta teóloga peruana abandera, desde Voices of Faith, la lucha por la igualdad de las mujeres, religiosas y laicas, en la Iglesia.

Usted sufrió abusos en el Sodalicio. ¿En qué consistieron? ¿Durante cuánto tiempo?

Cuando tenía 15 años, sentí la llamada de Dios, y me encontré con Sodalicio, un movimiento católico muy conservador en el Perú. Cuando ingresé no había mujeres consagradas, solo hombres. German Doig, el vicario de Sodalicio, se convirtió en mi director espiritual. Tras unos meses, nos animó a practicar yoga. Poco a poco, las sesiones grupales se convirtieron en personales, solos él y yo. Me enseñó ‘ejercicios especiales’ que, según dijo, me ayudarían a desarrollar el autodominio y el control sobre mi sexualidad. Él estaba ‘ayudándome’, probando mi castidad. Estos gradualmente se volvieron más íntimos y más controladores. No dije nada a nadie porque no sabía describirlo, pero sentía que era mi culpa: él era bueno, yo mala. Nunca hablé de esta experiencia.

Usted continuó en la orden, ¿cuándo fue  consciente de lo que pasaba?

Con 18 años, cinco amigas y yo decidimos consagrar nuestras vidas y así empezamos la rama femenina de Sodalicio. Encontramos una casita cerca del aeropuerto en una zona muy pobre en Perú. Durante esos años fuimos terriblemente tratadas por la comunidad masculina. El fundador (Luis Fernando Figari, condenado por abusos sexuales y a la espera de juicio en Perú) fue un misógino que continuamente decía que las mujeres eran menos inteligentes y que solo querían que les ayudáramos a promover las vocaciones de la rama masculina. Poco a poco, me volví más crítica sobre cómo éramos tratadas las mujeres en la comunidad. Por eso, Figari y Doig me enviaron a Roma.

¿Cómo le trataron al llegar a Roma?

Cuando llegué al Vaticano, aún pertenecía al Sodalicio. Era una mujer ‘formateada’ por un sistema enfermo que había manipulado mi conciencia y mi voluntad. Durante mi tiempo fui tratada con respeto, pero un sistema jerárquico y vertical como el del Vaticano no permitía ni permite que las mujeres, incluso aquellas con cierta responsabilidad como fue en mi caso, participen de las decisiones importantes. Cuando se trataba de decisiones importantes eran solo el presidente, el vicepresidente y el subsecretario que contaban. El resto, no.

Tras unos años, cuando me sentía más segura, propuse a las autoridades del Pontificio Consejo para los Laicos organizar una reunión con todas las mujeres que trabajaban en el Vaticano para aunar esfuerzos, escuchar sus opiniones y buscar una mayor presencia en la estructura. La respuesta fue: «De ninguna manera. Los otros dicasterios van a pensar que estamos revolucionando a las mujeres». En ese momento comprendí que no había espacio en el Vaticano para el cambio.

En Roma, además, usted descubre, y denuncia, los abusos no sólo de Doig, sino también de Figari y la cúpula del Sodalicio…

Doig, mi abusador, murió en 2002, y poco después el fundador me pidió que lo ayudara a trabajar en su causa de beatificación. Lo hice con dudas, pero en 2006, un amigo y yo descubrimos una segunda víctima de Doig. Después, una tercera… Doig fue un abusador en serie toda su vida. Decidí informar al fundador, pero no me creyeron: me acusaron de seductora, mentirosa y de instigar un complot contra el Sodalicio.

Después, descubrí los abusos dentro del Sodalicio, y cómo el fundador estaba cubriendo al vicario Doig. Figari comenzó a desacreditarme. Empezó a correr la voz de que tenía problemas psicológicos. En 2009 me obligó a renunciar a mi cargo en el Vaticano, donde estaba a cargo de la sección de mujeres en el Consejo Pontificio para los Laicos. Le dije a mi jefe de Dicasterio (en 2009, el cardenal Rylko) los abusos que había sufrido, y cómo el fundador lo estaba ocultando, y su respuesta fue: «Tienes dos alternativas: o te sales de la comunidad o te quedas como un soldado silente». Me di cuenta de que nunca tendría el apoyo del Vaticano. Figari me obligó a renunciar al Vaticano. Temía que yo hablara en el Vaticano y me obligó a escribir una carta diciendo que yo estaba enferma y no podía trabajar. Recuerdo haber escrito: «Renuncio pues mi fundador dice que estoy enferma».

No se rindió, y continuó con la investigación…

Figari me aisló de la comunidad, de todo Sodalicio. Los otros miembros tenían prohibido ponerse en contacto conmigo. Se aseguró de que no pudiera trabajar ni realizar ninguna otra actividad: era un medio de control y humillación. Decidí que no me rendiría ni abandonaría la comunidad hasta que descubriera la verdad. Comencé una investigación interna que me llevó 4 años y descubrí más víctimas y cuatro perpetradores. Con toda esta información, en 2010, fui al nuevo vicario de Sodalicio y le pedí que le dijera a Figari que renunciara como superior porque estaba encubriendo los crímenes de Doig y continuando la causa de su beatificación. Al mismo tiempo, le pedí que investigara al fundador. No me hicieron caso.

En diciembre de 2010, me puse en contacto con un periodista y ex miembro de Sodalicio, Pedro Salinas. El rastro de las víctimas llevó hasta la cima: cuatro de los principales líderes de Sodalicio habían sido abusadores. Ayudé a las víctimas a presentar sus acusaciones ante el tribunal eclesiástico de Lima y también ante el Vaticano. Ni Roma ni la diócesis respondieron a nuestras acusaciones. En 2012, dejé la comunidad. Ahora, gracias a las investigaciones de Pedro Salinas, todo el mundo conoce la verdad: Figari, Doig y los demás fueron unos depredadores.

Así que además de los abusos sexuales, fue víctima de abusos de poder

En primer lugar, hay que entender que todo abuso sexual es ante todo un abuso de poder. Es necesario prestar atención al poder y no solo al sexo, pues el abuso de poder es una característica central del abuso sexual en la Iglesia. Cualquier tipo de abuso en la Iglesia es una traición, que en la mayor parte de los casos viene desde el clero.

El abuso sexual clerical tiene consecuencias muy serias en las víctimas. Por un lado, tiene los mismos efectos de cualquier abuso sexual, como ansiedad, depresión, baja autoestima o estrés postraumático. Por otro lado, lo característico del abuso sexual en la Iglesia es que tiene como característica el poder espiritual, que se usa para seducir al menor. El sacerdote o consagrado ‘representa’ la voz de Dios y la víctima confía porque cree que las palabras de su abusador vienen del mismo Dios. La traición de la confianza lleva a la víctima a sentirse abandonada por Dios, volcando sus sentimientos de traición contra Él. El abuso sexual en la Iglesia genera un conflicto teológico y existencial, desafiando la fe de la víctima, su identidad espiritual y el concepto que tiene de Dios.

Al mismo tiempo, el clericalismo del que tanto ha hablado el Papa Francisco genera relaciones abusivas y la perpetuación de las mismas y su impunidad. Las estructuras de la Iglesia deben estar al servicio del pueblo de Dios en el seguimiento fiel de Jesús y no al servicio del delirio egocéntrico de poder.

¿Cómo definiría la situación de las mujeres en la Iglesia católica?

Están presentes solo a nivel carismático y poquísimo a nivel institucional. La Iglesia católica está respirando solo con un pulmón y por eso se está ahogando. En la Iglesia institucional, en el Vaticano, la mujer no está involucrada en los procesos de decisión y eso hace que la imagen eclesial esté desfigurada. Basta ver una foto de un Sínodo o encuentro en el Vaticano: todos son rostros masculinos. Este no es el verdadero rostro del pueblo de Dios.

Ninguna joven del siglo XXI va a sentirse atraída por la Iglesia, pues su voz no es escuchada. Por ello, muchas mujeres no toman en cuenta a la Iglesia. La Iglesia católica no tiene nada que ofrecer a una joven llena de talentos y liderazgo.

¿Y cómo es la situación de las religiosas, en su opinión?

Siguen siendo consideradas por el clero como ciudadanas de segunda-clase. Y no sólo eso, han sido explotadas y usadas para perpetuar el clericalismo. ¿Cómo puede ser que en el siglo XXI tengamos congregaciones dedicadas a ser sirvientas de los sacerdotes? Las religiosas deben tener un rol fundamental en la renovación eclesial, ser líderes y participar de la toma de decisiones. Tienen que alzar su voz, como muchas lo están haciendo ya, contra un clericalismo que está aniquilando la belleza de nuestras comunidades eclesiales.

¿Hay voces que se están alzando?

Si. Las mujeres católicas estamos cansadas. Hay un sentimiento generalizado que para mí proviene del Espíritu: ¡basta ya! Basta ya de una Iglesia patriarcal, basta ya de una Iglesia que parece un club exclusivo de hombres donde las mujeres no cuentan.

Creo que cada vez más mujeres somos conscientes de que todos somos Iglesia y que por nuestro bautismo tenemos la responsabilidad de alzar nuestra voz. Se han creado muchas plataformas, como Voices of Faith, una plataforma de mujeres católicas que empuja la transformación de la Iglesia exigiendo que las mujeres tengan un rol en los procesos de toma de decisiones.

¿El Papa Francisco es una oportunidad?

Creo que sí, espero que sí. En el tema de la crisis del abuso sexual fue muy lento al principio y he visto un cambio que espero se traduzca cada vez más en acciones concretas. Con respecto a las mujeres, hasta ahora solo he escuchado palabras, pero no cambios significativos. No se trata de poner una o dos mujeres en puestos de responsabilidad en el Vaticano. El sistema no puede cambiar así. Se trata de repensar la eclesiología, las estructuras de poder y las tomas de decisión.

Espero que este cambio se vea en la reunión de febrero (la cumbre antiabusos). Espero que no veamos solo a los presidentes de las Conferencias Episcopales. Espero ver mujeres que se sienten en la mesa de discusiones, para buscar, juntos, soluciones a la crisis. Espero también que esa reunión no solo sea un monólogo de sólo la voz de obispos que se escuchan entre ellos. Espero que sea un diálogo donde se escuche no sólo la voz de mujeres sino la voz de víctimas, que para mí son una voz profética para el futuro de la Iglesia.

FyF/eldiario.es