Rómulo Gallegos fue un novelista antiautoritario

“Doña Bárbara, 90 años después. Más allá del cuento civilización versus barbarie”, representó un interesante y candente tema abordado, entre encuentros y cordiales divergencias, por Alejandro Bruzual, poeta, catedrático de la UCV, profesor ejecutante de la guitarra e investigador literario y Nelson Guzmán, filósofo y docente. Ambos estuvieron recientemente en la Casa de la Historia Insurgente, ubicada al lado de la casa natal de Simón Bolívar, analizando los intríngulis y vericuetos, las lecturas y relecturas de la novela de Rómulo Gallegos que a 90 años de su aparición, pues fue publicada en 1929, sigue despertando polémica y pasiones.

El conversatorio fue moderado por el historiador Manuel Carrero, quien caracterizó a la Venezuela de aquellos años como un país rural, la Venezuela del chimó, del emplasto, de las ánimas, de espantos y aparecidos.

Rómulo Gallegos vino al mundo en Caracas el 2 de agosto de 1884. Ayer se cumplieron 135 años de su nacimiento.

Los dos, expertos en la materia, y conocedores de la obra del escritor caraqueño, le metieron el “bisturí crítico” a una obra traducida a 12 idiomas, que ha sido reeditada más de 40 veces, y que desde su inicio despertó elogiosos comentarios. En cuanto a Rómulo Gallegos, ambos reconocieron sus dotes de escritor, y elogiaron la maestría con que plasmó ciertos pasajes de Doña Bárbara.

Guzmán afirmó: “Gallegos fue un gran narrador”. Bruzual se siente atraído por la manera en que Gallegos relata el desprendimiento que paulatinamente experimenta Doña Bárbara en sí misma para hacerse digna del amor de Santos Luzardo, a quien ha tratado de conquistar por todos los medios: “Doña Bárbara cabalga en marcha forzada hacia el espejismo de su amor imposible”. A Bruzual se le escapa un “¡Qué grande es Gallegos!”, al alabar la finura del escritor.

Nelson Guzmán sostiene que para hablar de ese gigante que fue Rómulo Gallegos es preciso no hacerlo desde las loas, sino reconociendo las cosas importantes que dejó su obra y meterle el bisturí crítico.

“Sin duda, Gallegos fue en lo personal, en lo político, en lo literario, un novelista antiautoritario. Se cuenta que en la época en que Gallegos escribe Doña Bárbara, anteriormente llamada La casa de los Cedeños y después La coronela, cuando llegó a Apure y se encontró con Antonio José Torrealba, un personaje icónico extraordinario que ha traído polémicas magníficas porque ¿quién es el autor de Doña Bárbara, José Antonio Torrealba o Gallegos? Los dos. Hubo una crítica de mala fe que intentó decir que Gallegos había copiado los textos de Antonio Torrealba. No es así. Gallegos actuó allí como

etnógrafo. La antropología establece tres grandes niveles de las cosas: la etnografía, la etnología y la antropología como ciencia”, indica Guzmán.

De Torrealba dice Guzmán que Gallegos al llegar a Apure pide un baqueano, un hombre que lo acerque a la realidad y le traen al manco, al renco que era Torrealba, quien era un hombre de pueblo, posiblemente con sexto grado, vilipendiado, perseguido, despojado de su pequeño fundo por Vincencio Pérez Soto, para entonces gobernador de Apure. Torrealba se había dedicado a plasmar en apuntes la idiosincrasia del pueblo apureño y el sentir del pueblo llanero. Estos apuntes se los entregó a Gallegos.

En 1927 cuando Gallegos se sienta a escribir Doña Bárbara, se dice que lo hace en 27 días y la publica en España en 1929.

Al entrar al terreno de lo que consideró la vieja polémica entre barbarie y civilización, consideró que Gallegos en 1902 planteó que el país se estaba cayendo por la disentería, la malaria, el escorbuto, las enfermedades pulmonares, de allí que ondea, como un programa de gobierno, las banderas de la civilización. Era necesario civilizar, reconducir la instrucción pública.

Gallegos en la revista La Alborada desde una óptica desarrollista sigue inspirado en la idea del progreso, aunque este concepto niega las particularidades de un país diverso, y ante la idea de unificación se niegan las particularidades que nos componen.

En los escritos políticos, en los escritos de Gallegos en su juventud y aun en 1912 en El Cojo Ilustrado da a conocer un texto y dice que era necesario traer a Europa, civilizarnos, que era necesario el progreso, que era necesaria la instrucción y la escuela, y que el progreso era lo único que podía sacar a esta sociedad del atraso y el rezago.

“Gallegos era un político, pero un político de nueva estirpe, un político antiautoritario. Se dice que el mismo Gómez leyó Doña Bárbara, alumbrado en las noches por las luces de dos Ford en Maracay. Le leían la novela justamente porque se decía que en Doña Bárbara lo atacaban. Cuando termina de leer la novela, dice, bueno, no me están atacando por todas partes. Este hombre tiene que ser sencillamente senador por el estado Apure y lo nombra”, afirma Guzmán. Pero Gallegos, aconsejado por Teotiste, su esposa, se marcha a Nueva York. Aquí le esperaba la persecución, el presidio.

Un canto a Venezuela

En Doña Bárbara, en el diálogo civilización y barbarie, la figura de Santos Luzardo, el protagonista masculino, emerge como la luz para Gallegos. Santos Luzardo es quien debe enrumbar, quien debe dominar, traer la escuela, ser el límite de aquella Venezuela violenta. Debe empezar a romper con las creencias del llanero de que el hombre se definía por su fortaleza física.

Santos Luzardo llega con una función civilizadora, que incluso desde el punto de vista narrativo es extraordinaria por la sensualidad que Gallegos pone en el hecho no solamente de incorporar a Marisela, que era prima de Luzardo, a la vida cultural y sacarla del estado de mendicidad, de abandono que tenía en el campo.

Luego de un complejo itinerario por los diversos personajes y episodios, se detiene en el drama familiar por el asesinato de Félix Luzardo (padre de Santos Luzardo) a manos de su propio padre, de escudriñar en la propia doña Bárbara, hija de indígena, violada en su infancia, de referirse a la estadía de Santos Luzardo en Caracas y su retorno al llano, de referirse a la palabra “indio”, con la que el desarrollismo ha querido arrinconar a los pueblos indígenas, Guzmán concluye: “Doña Bárbara en sus 90 años podemos decir que es un canto a una Venezuela diversa. Esto no es un solo país. Aquí hay muchas poblaciones, muchos poblamientos, los orientales fueron poblados por los andaluces, Guayana tuvo otro poblamiento, el centro del país. La idea desarrollista es una idea perniciosa”.

Luego agrega: “En Doña Bárbara hay que ver, sobre todo, la magia de Gallegos. Esta novela termina prácticamente con esta reflexiones: en primer lugar, Doña Bárbara, frustrada porque no había podido seducir a Santos Luzardo y no había hombre que se le pudiera oponer porque era bella y seductora. Por otro lado, en el momento espeluznante donde toma el revolver para matar a Marisela (su hija), que era su oponente, la mujer que le arrebata el hombre que amaba, se arrepiente y se va. Algunos críticos dicen que tal vez Doña Bárbara se acordó de cómo le mataron a Asdrúbal y ella no quiso continuar con esa tragedia. Y lo otro: Doña Bárbara como novela, como estructura, no termina; desparece más allá del Meta, del Cunaviche, más a allá de los ríos. Queda a la libre imaginación de cada uno de nosotros”.

Gallegos y Luzardo

Alejandro Bruzual planteó que su lectura de Doña Bárbara, desde la visión fundacional que está en la superficie del texto, en los nombres de los personajes, en la forma como es llevada la historia, en la información referida a la realidad del llano, es más bien “antifundacional”. Explora cómo la novela va más allá de sus propios materiales.

En una densa referencia a su postura, señala: “Los materiales van a ir más allá de lo que piensa Gallegos. Los materiales lo van a ir moviendo a un espacio en el que civilización y barbarie, como diría Nelson, empiezan a confundirse y que si uno hace una lectura uno poco más apegada al propio texto, no a la superficie de la trama, al movimiento de la trama, sino al propio texto, encuentra que la novela esta llena de ambigüedades, que por un lado la hacen profundamente mucho más literaria en términos de efectividad, de sentidos, y que por otra parte la hace menos aprehensible en esto 90 años de lectura, en la cual lo que se ha planteado fundamentalmente es que Santos Luzardo aporta todo, como lo radicalizó Nelson, Santos Luzardo aporta civilización, Doña Bárbara es la oscuridad. Esta lectura creo que está muy marcada no solamente por la época, como muy bien describió el, es la época del gomecismo. El propio Gallegos decía que era leída como la oscuridad, la barbarie, como una cosa que representaba al gomecismo, en el año 30. En El Repertorio americano, una revista de Costa Rica, Rómulo Betancourt va a escribir un texto donde dice que ellos son la generación de Santos Luzardo. Entonces, claro, la novela va a estar muy marcada por una lectura, vamos a decir socialdemócrata, adeca, que va a estar radicalizada, sin duda, y favorecida sin duda porque Rómulo Gallegos va a ser presidente en pocos años. Falta mucho todavía hasta el 48, pero en ese momento en Venezuela comienza a discutirse el posgomecismo, como perfectamente se puede apreciar en la trilogía que se da con Doña Bárbara, Uslar Pietri con las Lanzas coloradas y Cubagua de Enrique Bernardo Núñez. Allí hay una discusión de postgomecismo antes de que Gómez muera. Yo creo que la novela fue marcada por una relación natural con lo que iba a suceder en el momento inmediato después del gomescismo que era por supuesto la lectura adeca”.

Bruzual considera que en torno a la novela se se da una disputa generacional, entre la generación del 28, con Betancourt a la cabeza, y por otro lado, la década de las generaciones anteriores a la que Gallegos pertenece. Ambas se atribuyen representar a Santos Luzardo.

Como datos curiosos, Bruzual menciona que Doña Bárbara y Santos Luzardo tienen un poco más de 40 años, que es la edad que tiene Gallegos cuando escribe la novela. La obra discurre en 1912 y cuando se da el momento del filicidio, cuando José Luzardo mata a Félix Luzardo, coincide con la guerra hispanoamericana, es decir en 1898, fecha en que Santos Luzardo tiene 14 años. Eso quiere decir que Santos Luzardo nació en 1884, que es la misma fecha en que nace Rómulo Gallegos.

Para Bruzual las edades en la novela están puestas como información específica. En Santos Luzardo se cruzan las dos generaciones. De alguna manera, Gallegos se está proponiendo como la persona, como el eje, como el agente de transformación de todo esto…”.

Bruzual también hizo una extensa y aguda disertación sobre Doña Bárbara, y ahondó en lo que subyace en la trama de la obra y su simbolismo mediante faenas llaneras como la doma del caballo y la captura del toro salvaje que se escapa y es coleado y castrado.

Observa Bruzual que en la obra no hay movimiento de clases, no hay acceso de las clases populares, que están bloqueadas; se produce una renovación del estamento hegemónico que es el de los propietarios y uno de ellos son los Luzardo. Además, se refuerza el latifundio y no cuestiona la forma ilegal y violenta como los indígenas fueron arrojados de sus tierras. Tampoco se cuestiona la apropiación de los sectores poderosos de las tierras de la nación.

T/ Manuel Abrizo
F/ Luis Graterol, archivo CO
Caracas