Samuel Robinson: pionero en la pedagogía de la curiosidad

Punto y despegue

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Hombre de ideas originales respecto al papel que toca a la escuela para la erradicación de los vicios heredados del régimen colonial, Simón Rodríguez se nos presenta como alguien que comprende la necesidad de impulsar la enseñanza de las ciencias exactas y los oficios manuales. Y a la vez con claridad expone en sus escritos la importancia de cultivar la curiosidad como instrumento de innovación, cuando insta a que se permita a los niños “ser preguntones”

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En el campo de las definiciones humanistas persisten asuntos todavía no saldados en Nuestra América y específicamente en la Venezuela que se construye bolivariana desde los inicios del actual siglo XXI. En materia de una percepción científica de la educación, así como de la tarea pendiente en cuanto a revalorizar la ciencia y la tecnología como una actitud que concibe la vida para la perpetua construcción de nuevas realidades y configuración de soluciones a partir de la indagación, las preguntas del ser humano a la naturaleza, a los libros y a sus semejantes, Simón Rodríguez tiene todavía mucho que hacer y decirles a la Venezuela y la Latinoamérica del siglo XXI.

CIENCIA Y AUTODIDÁCTICA

En la Venezuela que va desde el día de nacimiento de Simón Rodríguez en 1769 hasta 1797, cuando se obliga a exiliarse por sus nexos con la conspiración de Manuel Gual y José María España, resultaba sumamente difícil, casi que extraordinario, el surgimiento de una mente que compendiase erudición con perspectiva crítica y resolutiva, como la que encarnó aquel maestro de la Escuela de Primeras de Caracas y quien en 1795 tuvo como pupilo al niño Simón Bolívar.

Salvo ocasionales visitantes y furtivas lecturas que sí debió realizar en la Caracas conventual de su tiempo, el joven institutor debió hacer grandes esfuerzos de creación intelectual para redactar por sí solo el sorprendente documento que la historia ha recogido bajo el título de “Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento, Estado actual de la escuela y nuevo establecimiento“. En dicho escrito Rodríguez a sus 24 años ofrece una clara visión del propósito de la educación como instrumento de transformación de la sociedad y su relación con la ciencia y las artes: “Sus objetos son los más laudables, los más interesantes: disponer el ánimo de los niños para recibir las mejores impresiones, y hacerlos capaces de todas las empresas. Para las ciencias, para las Artes, para el Comercio, para todas las ocupaciones de la vida es indispensable” (file:///tmp/mozilla_profesor0/02_OC). Con las fuentes históricas que se conocen de aquel a quien el Libertador tituló como “el Sócrates de Caracas”, bien puede sostenerse que en el pensamiento del original pedagogo, si bien tuvo influencia la tertulia con otros colegas en su natal Caracas y luego en como exiliado, en el mundo que se adentraba en la Revolución Industrial y los procesos políticos derivados de la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, el nutriente teórico fundamental del gran iconoclasta radicaba en su propia vocación de aprendizaje, de cultivarse a sí mismo mediante un inagotable ejercicio de la lectura y la reflexión, que le permitió aprender varios idiomas, tanto en su tránsito por Estados Unidos como durante su estadía en Francia, sin contar con profesores salvo de forma ocasional. Así, la clara percepción robinsoniana de la ciencia y la técnica, las artes y los oficios, como se les llamaba por aquella época, a la par de su disposición autodidacta, hicieron de él un auténtico genio cuyos escritos anticipan las reformas profundas de una sociedad sometida a la servidumbre, en analfabetismo y la sumisión a los señores, en otra que ha de practicar a plenitud la democracia, y asegurar el derecho a la población que vive en República, sus derechos al conocimiento, al oficio útil, a la práctica de la igualdad civil y a la vida recta que se desprende de una conciencia moral. En Rodríguez, moral y conocimiento, ciencia y generosidad, individuo y ser social no pueden separarse, por cuanto se trata de formar un republicano en términos que trascienden la formalidad jurídica, para constituirse en sustancia del ensayo de una sociedad nueva en la cual imperan los supremos atributos de la condición humana.

CURIOSIDAD COMO HÁBITO

En un tiempo en que los países suramericanos emergían del sistema colonial y se debatían entre el esclavismo y la servidumbre feudal, Robinson expone su proyecto de la Escuela-Taller, aquella que enseñaba a pensar y hacer, más allá del mero cultivo de destrezas que se reducen al dominio de la lectura y escritura y operaciones aritméticas básicas, objetivos que si bien reconocía el Sócrates de Caracas, resultaban insuficientes para formar los individuos que debían organizar la sociedad republicana. Están llamados también los educadores a reflexionar y tomar posición respecto a la nada inocente solicitud que hizo Rodríguez acerca de promover el desarrollo del “niño preguntón”. Todo cambio profundo de un tiempo histórico que conduzca a uno revolucionario debe abrir las compuertas a la vocación inquisitiva del niño. De no ocurrir así se castra, estanca y retrocede frente a las fuerzas de la tradición y el oscurantismo la potencialidad transformadora de una sociedad que corre los riesgos de perpetuarse en sus estructuras de dominación con las nuevas generaciones, o, por el contrario, se hace de estas el agente de una irreversible continuidad de la ola de cambios. De este modo, la edificación de nuevas estructuras que democraticen los canales para la construcción y circulación del conocimiento, y para la máxima masificación posible de los instrumentos de apropiación del saber acumulado, así como de los instrumentos de construcción del nuevo conocimiento científico-tecnológico y humanista, encontrarán su cauce y han de insertarse en proyectos que integran la mayor suma de felicidad posible respecto a cada individuo en particular, con la mayor suma de contribución corresponsabilidad social, que cada quien pueda hacer en la empresa de regenerar la sociedad. Y en pos de tan loable propósito hoy inconcluso, alcanza su plena vigencia el llamado de Rodríguez a permitir que los niños sean preguntones, pues de allí, del niño preguntón, ese que no se siente aplastado ante la violenta impugnación del maestro de escuela, o del padre o madre en el hogar: “Deja de hacer tantas preguntas”, “No fastidies tanto” “Ve a jugar al patio” u otras contestaciones de este tenor. De la importancia del carácter de preguntón del niño, y que descubrió Simón Rodríguez, no se percata todavía el grueso de los adultos contemporáneos ni tampoco un grueso contingente de educadores. Es un rasgo de premodernidad y patriarcalismo que permea la naturaleza de clases en sociedades que procuran su inserción dentro de la modernidad. Se desconoce por lo tanto, que de dicho perfil de niño preguntón, ha de brotar el joven curioso, uno que se intriga y busca explicaciones ante todo fenómenos de la naturaleza y la sociedad y espera respuestas sensatas, al margen de la supercheria y lo pomposo de las generalizaciones. El joven curioso es uno en quien los “por qué” de la primera infancia se han transformado a partir de la exacta guiatura -si se permite la expresión- del “maestro contestador”, aquel que responde en los mejores y amistosos términos, en nada Castrador del ímpetu cognitivo de los niños y estudiantes-, en vocación para la búsqueda sistemática de la verdad moral, científica, política y de cotidianidad. Y el joven curioso se convierte, en virtud de la sola inercia de dicho atributo respecto al cual ha encontrado adecuado cauce, en un adulto investigador, uno que todo lo ha de escrutar con los ojos del científico, y cuyo tipo ha de proveer las cohortes de científicos, tecnólogos e innovadores que cada nueva época demanda para la construcción del desarrollo y su sostenibilidad, en todo país organizado, al paso de las décadas. Hasta aquí algunas consideraciones preliminares respecto a la portentosa figura transformadora de Simón Rodríguez, quien al igual que Simón Bolívar, tiene mucho que hacer y decir en América todavía.

CIENCIA Y EDUCACIÓN

Así, al proponer su estrategia de pedagogía de la curiosidad o del “niño preguntón”, Robinson apunta a un propósito cuya nítida percepción será alcanzada en las primeras décadas del siglo XX, si bien tuvo antecedentes en la política de Escuelas Normales y la Escuela Normal Superior creada por Napoleón Bonaparte dentro de las reformas institucionales que el emperador de los franceses impuso en los territorios que conquistaba mientras duró su poder. Se trata de la relación entre ciencia y educación y a la vez, la visualización de la educación como ciencia.

Y esta inclinación a examinar los procesos de formación y administración de un establecimiento escolar, la muestra el Sócrates de Caracas, cuando traza el perfil de un buen Director de escuelas, caracterizándolo como “aficionado a la invención y los trabajos mecánicos, estudioso, en fin . . . hombre de mundo, no ha de ser un simple que se deje mandar por los que manda, ni un necio que se haga valer por el empleo” (http://biblioteca.clacso.edu.ar). Y el significado de las artes manuales en la educación ya lo había asomado en sus Seis Reparos de 1795, cuando en reflexión acerca del desprecio que la Colonia y sus castas superiores manifiestan al trabajo manual, afirma: “Hay quien sea de parecer que los artesanos, los labradores y la gente común, tienen bastante con saber firmar…considerando…suprimir las Escuelas por inútiles y dejar los niños en la ociosidad”. Carga de prejuicios que la Colonia transfirió a la República y sus clases dirigentes, quienes durante doscientos años entendieron la educación como privilegio de élites.

RODRÍGUEZ AGRIMENSOR

Convencido de la función de la función que debía desempeñar la escuela para formar verdaderas repúblicas, el antiguo Maestro del Libertador nunca abandona su inclinación a la actividad científica y técnica, como se desprende de su texto de 1830 Observaciones sobre el terreno de Vincocaya con respecto á la empresa de desviar el curso natural de sus aguas y conducirlas por el Rio Zumbai, donde hace gala de “profundos conocimientos de la ingeniería hidráulica, que se apoyan fundamentalmente en un profundo saber geológico” (http://biblioteca.clacso.edu.ar). Allí se constata la comprensión de Robinson acerca de la vinculación entre ciencia y técnica con la producción agrícola y aprovechamiento económico de los recursos de una región específica, Vincocaya (Ecuador). Dicho trabajo, además de contener consideraciones sobre una represa y dique en construcción de la zona, permite al autor explayar sus ideas en torno al tipo de suelo de Vincocaya, definiéndolo como “terrenos Volcánicos, mucha arena, poca greda, fragmentos, mas ó ménos pulverizados, de rocas primitivas y secundarias vitrificadas, escorificadas ó derretidas por los fuegos subterraneos…. La piedra pómez, el trass ó tiras, la puzolana -mucho granito blanco descompuesto- todo formando un terreno fofo en general, y en algunas partes firme y sonoro, pero friable” (Íbidem). Este escrito permite a las nuevas generaciones apreciar en su justo valor los méritos del insigne trashumante, como estudioso notable de los problemas científicos y técnicos y las potencialidades que posee un territorio para la producción de riqueza y bienestar para su población.

T/ Néstor Rivero Pérez
F/ Cortesía
Caracas