Se apagaron las luces, el estadio quedó vacío, la fanaticada se retiró y los peloteros marcharon directo a las duchas. Solo un cementerio de latas de cerveza da testimonio de la bacanal deportiva que, como en la letra de la canción, «…es ilusión que rodó con la noche». Se acabó la pelota.
Con el beisbol pasa lo mismo que con los caliches de año nuevo: todos sabemos que al final de la jornada no habrá nada que decir.
¡Pobrecitos los narradores deportivos! Usted los ve por ahí, como implorando aunque sea una caimanera que les permita decir «papita, maní, tostón» con esa voz engolada y pastosa que intenta ser Delio Amado y no llega ni a Musiú Lacavalerie.
¡Dígame los periodistas!… ¡tan huérfanos de chismes de dogout!… ¡tan sin la primicia del pitcher que abrirá esta noche contra Los leones y sin nadie a quien contarle sobre la lesión del short stop de Los Navegantes!
Sí señor… ¡se acabó la pelota! y con ella todas las delicias de esos lugares comunes que estremecen la Sala de Redacción a la hora del cochino, cuando toca emular a Yogui Berra recordando que «…el juego no se acaba, hasta que se acaba», porque «…después del error viene el hit» y, por si no lo sabías, «…la pelota es redonda y viene en caja cuadrada».
A los fiebrúos, para pasar el guayabo, nos queda el consuelo de la Serie del Caribe, premio de consolación que nos regala la ñapita de unos cuantos doble play vistos por televisión y, con algo de suerte, como decía Galeano, implorar «…una jugadita, por el amor de Dios».
¡Se acabó la pelota!