Ser de San Juan no es cualquier cosa

Un letrero escrito en una especie de lápida de contorno vertical, colocada por el Gobierno Bolivariano en la plaza Capuchinos, detalla que en ese sitio, el 6 de agosto de 1813, una multitud de unas 30 mil personas recibió con júbilo a Simón Bolívar y su ejército. Bolívar, tras la fulgurante Campaña Admirable, iniciada en Cúcuta en febrero de ese año, entró triunfante a Caracas, donde se le concede el título de Libertador. En una de las caras del pequeño monumento se inscribió la proclama que Bolívar dirigió a los habitantes de la ciudad: “Esta es caraqueños mi misión, aceptad con gratitud los heroicos sacrificios que han hecho por nuestra salud mis compañeros de armas, que al dar la libertad se han cubierto de una gloria inmortal”. En aquel entonces el sitio era conocido como plaza del León.

Bolívar, al referirse al hecho, escribió en su momento: “A mi adorada ciudad natal llegué el día 6 de agosto. Tenía yo 30 años. Y ya todo el pueblo sabía que mi ejército había venido venciendo de población en población. Los realistas de Caracas, encargados del poder civil y militar, abandonan la ciudad precipitadamente y se esconden en La Guaira. Luego, en 14 barcos se van hacia Curazao”.

La pequeña plaza Capuchinos luce a cualquiera hora del día bastante concurrida por los parroquianos, en su mayoría gente de tercera edad que se refugia del sol bajo la sombra de los árboles. Los vecinos entablan sabrosas tertulias, que algunas veces desembocan en los años de la llamada “lucha libre”, del antiguo y desaparecido Palacio de los Deportes, que hoy recuerdan entre risas: el Dragón Chino, uno de los “malos” o los “sucios”, le echaba al rival en los ojos una agüita “aliñada”, o sustancia china, con la que lograba enceguecerlo y dominarlo. En unos de estos bancos se encuentra Douglas Mendoza Collazo, nacido entre las esquinas de Garita a Pepe Alemán, en la clínica de la Guardia Nacional, donde está la Intendencia, y hoy acoge un liceo, ahí mismo en San Juan.

Douglas Mendoza evoca una infancia bastante divertida, jugando beisbol en las calles de El Guarataro, uno de los barrios de más renombre de la parroquia San Juan, aunque en cierto tiempo tuvo bastante fama como zona roja por la proliferación de bandas delictivas.

Dice que El Guarataro ahorita está bien. Gracias a Dios, pero que antes habían más fiestas. Asegura que los Carnavales en la parroquia eran increibles, los más sabrosos. Allí bailaron con la Sonora Matacenera y Celia Cruz y con la Billo’s Caracas Boys. En las fiestas de San Juan, el 24 de junio, varias cofradías de Caracas se reunían en la plaza Capuchinos para rendirle homenaje al santo, cuya iglesia está al frente.

“Ser sanjuanero es ser caraqueño cien por ciento”, señala Mendoza.

-¿Y los de La Pastora no dicen lo mismo…?

-Es una rivalidad que siempre ha existido. Ellos eran pudientes y nosotros más pueblo. Aquí en San Juan se criaron Alfredo Sadel, que nació allá abajo; Yolanda Moreno es de allá adentro y Aquiles Nazoa de allá arriba, en El Guarataro.

Mendoza, abundando en recuerdos, refiere que cerca de la placita había una restaurante llamado Pepe ganga”, por lo barato.

“Uno se metía un plato de espagueti con caraotas por 1,50. En la esquina quedaba la arepera El Bosque. En la esquina de Pepe Alemán había una bar donde y que venía Isaías Medina Angarita. De los cines estaban El Diana, El Royal, el Ritz. Arriba, el cine Colón. La lucha libre en el Palacio de los Deportes, en la esquina de Cruz de la Vega, dos cuadras derechito, eso ya no está. Recuerdo que por aquí vivía Paulita Suárez, una señora chiquitica, que era la madrina de los luchadores limpios. En su casa vivía Emilita Dago (famosa cantante de música popular con la orquesta Los Melódicos). Yo practiqué hasta boxeo en el Palacio de los Deportes. Aquí uno lo tiene todo. Caminas y en un momentico estás en El Silencio. Hay farmacias como arroz picao. El metro a pata de mingo”, dice Mendoza.

La 19 de Abril

A un costado de la plaza Capuchinos se encuentran otras dos casas que, además de la iglesias San Juan, forman parte del patrimonio edificado de la parroquia: la Casa de la Cultura Aquiles Nazoa y la Escuela Básica Nacional Bolivariana 19 de Abril. Ambas edificaciones datan de los siglos XVII y XVIII. A la primera la conocen como la casa N °1, ya que fue ubicada en el catastro con ese número. El Colegio 19 de Abril está considerado uno de los más antiguos de Caracas. Allí estudiaron una serie de celebridades que han hecho de San Juan, junto a la Maternidad Concepción Palacios, una de las parroquias más populares de Caracas.

Oscar Catellanos, coordinador de la Casa de Cultura Aquiles Nazoa, informa que la edificación es de mediados del siglo XIX, que fue recuperada por la alcaldía de Caracas en 2002. Allí, además de las actividades culturales, se organizan frecuentes exposiciones de arte, se imparten cursos y talleres y se reúne con frecuencia el poder popular parroquial.

En los pasillos del viejo caserón que acoge al Colegio 19 de Abril, la chiquillería disfruta del recreo en una bullaranga que se escapa a la calle, hasta que el implacable timbre pone fin al tiempo libre. Por estos pasillos corretearon de estudiantes Aquiles Nazoa, Alfredo Sadel, Oscar Yánez, Yolanda Moreno José Luis Rodríguez, Héctor Cabrera, Eva Blanco, según informa Ninoska Vázquez, la actual directora del plantel.

En una resumida historia, Vázquez cuenta que esta antañona casa se comenzó a construir a finales del siglo XVIII. Avanzado el siglo XIX funciona allí el primer San José de Tarbes de Caracas. Luego se llamó Escuela Modelo. También se llamo Ezequiel Zamora.

Ninoska Vázquez muestra como una curiosidad un pequeño busto de una mujer colocado en una columna en una plazoleta en el patio. La dama porta un gorro en su cabeza y tiene el escudo de Venezuela en la zona del pecho. Según Alberto Aranguibel, columnista del Correo del Orinoco, ese busto fue donado por el pintor Manuel Cabré.

“Esa es una monja que se murió y sale aquí en la escuela”, dice un niño aludiendo al busto.

La docente detalla que los antiguos alumnos nunca olvidan su paso y los años inolvidables vividos en esta escuela. Algunos, casi centenarios, han viajado desde los Andes y otros estados del país para recorrer de nuevo sus espacios y recordar los días infantiles, incluso sus primeros amores.

“En una oportunidad que hicimos un encuentro, un señor de El Guarataro que estudió aquí recordó muchas anécdotas. Le dijo a uno de sus nietos: En ese salón me enamoré de tu abuela”, cuenta Vázquez.

En esta escuela, en el ala nueva del siglo XX, funcionó el primer centro Teo Capriles de Venezuela. Allí se daban clases de natación, detalla Vázquez.

“La parroquia San Juan contó con la primera escuela gratuita, obligatoria, pública y laica de Venezuela, llamada Ezequiel Zamora, hoy Escuela Bolivariana 19 de Abril”, señala una nota que alude a la escuela.

Vida sana

La avenida San Martín, que acoge a una gran cantidad de mueblerías, tiene a lo largo las referencia con que las que los parroquianos suelen ubicarse: la Maternidad Concepción Palacios, el Hospital Militar Carlos Arvelo, la sede de Ipostel, la iglesia de Palo Grande, la plaza Capuchinos, la urbanización El Silencio, considerada el mayor proyecto arquitectónico y residencial desarrollado en Caracas, el Parque El Calvario, la plaza O’Leary con las las fuentes y las Toninas del escultor Francisco Narváez.

Las calles laterales de San Martín se comunican, por un costado, con Artigas, El Guarataro, y por otro, con El Paraíso. Este último mediante tres puentes que todo sanjuanero conoce: el Ayacucho, ubicado por las esquinas de Aguacate a Francisquito, el Santander, más allá de la maternidad, y el 9 de Diciembre.

José Francisco Gómez dice, en un banquito de la plaza Capuchinos, que es sanjuanero, nacido en la Maternidad Concepción Palacios y añade: “Aquí me tiene a la orden”. Le preocupa que se hayan perdidos los valores, el respeto al ciudadano.

“Yo viví una infancia demasiado buena. Nos dieron una buena educación. El que no estudiaba iba a trabajar. Era una vida sana, ni parecida a la de ahora”, dice.

“Aquí, cómo decirle, había restaurantes como arroz. Estaba la tostada El Bosque, en Palos Grandes, donde mataron a Oscar Calles, un gran boxeador. Usted comía con un bolívar, real y medio. Ah, un plato de espagueti con su bistec, una Pepsi cola y una cesta de pan. ¿Qué más quería? Si se comía el pan le volvían a llenar la cesta. Ay, madre, que tiempos aquellos. Le digo una cosa: esos tiempos no vuelven más en la vida. Se tiene que acabar el mundo. Eso era delicioso”, señala.

T/ Manuel Abrizo
F/ Héctor Rattia