Por Juan Azócar|Si de derechos humanos se trata (Opinión)

El discurso y la práctica de la Revolución Bolivariana se han caracterizado por un gran sentido de respeto al ciudadano, sus deberes y derechos, sueños y anhelos. En este sentido no hay variaciones ni desviaciones desde la promesa inicial de quien a la postre se ha convertido en inspirador de pueblos, convertidos en millones, que hoy siguen luchando a la largo de nuestra América.

Los millones de habitantes de esta América acumulan miles de años de todo tipo de humillación, explotación y sacrificios perversos. Este amplio y todavía rico territorio ha sentido desde la llegada de los primeros invasores el más feroz saqueo de sus materias primas, para que su mayoría siga en una constante y penosa lucha por la sobrevivencia.

Ocurre que cada vez que surgen liderazgos y gobiernos decididos a enfrentar todo este cuadro de injusticias, se presenta también el eterno capataz del “patio trasero” a poner calificativos y decidir por la vía de la fuerza nuestro destino.

Así, de la manera más descarada y grosera decapitan gobiernos que no les son afectos. Asesinan a los líderes y humillan sus pueblos con sus grandes maquinarias de guerra. Ahogan así las voces de justicia y quienes desde el corazón de nuestros pueblos surgen para reivindicar sueños libertarios.

Con todo y sus sangrientas maneras de acabar con gobiernos progresistas y revoluciones, a esta altura deben saber muy bien que no podrán torcer el destino y la decisión de una América indómita y rebelde.

La constante intimidación, sus decretos guerreristas contra pueblos indefensos y el diario ataque de su maquinaria mediática que genera el terrorismo sicológico no han sido mella para los millones de habitantes de América y el mundo que conocen muy bien la condición depredadora del imperialismo norteamericano.

De manera que a sabiendas de los grandes logros sociales y políticos de la Revolución Bolivariana, guiada primero por Hugo Chávez y ahora por Nicolás Maduro, nuestro pueblo sabrá sobreponerse y comprender a la perfección que ese al que Mao llamó “tigre de papel”, es efectivamente un imperio sin alma, inhumano, descarado, provocador de constantes guerras que dejan a su camino pueblos desolados y sumidos en la más espantosa tristeza.

Que no nos vengan los imperialistas del norte y sus aliados internos con el cuento de que nuestros gobiernos son violadores de los derechos humanos, a sabiendas que todos los días luchamos por hacerlos realidad.

En este caso Venezuela y su gobierno es un excelente ejemplo.

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