Superar la injusticia

A DESALAMBRAR

POR: ANA CRISTINA BRACHO

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Cuando los abuelos de nuestros abuelos iban a la escuela o al trabajo había un tema que se daba por cierto. Dios, que fue el que creó el mundo y dispuso el orden de las cosas, había dividido en el mundo los hombres libres de los esclavos, que descendían de los hijos de Noé y que conoció Moisés. Así, había quien teológicamente sostenía que era una decisión de Dios que no nacieran libres, en especial los negros.

Algunos hombres, mas modernos no cuestionaban la esclavitud con estos argumentos. Les angustiaba la suerte de esas personas, paupérrimas, indefensas que sin un amo no tendrían oficio ni qué comer.

Con esas ideas en la cabeza y en los escritos pasaron los siglos en América hasta que, por lo menos en Venezuela, apareciera Simón Bolívar a hablarnos de la libertad de los esclavos y que finalmente, en 1854, procediera José Tadeo Monagas a dar legalmente fin a aquel oprobioso sistema de humillaciones y degradaciones que había sido el motor económico de nuestras primeras horas.

Pensar de este modo, en el siglo XXI nos resulta hasta difícil de imaginar. No conozco a nadie capaz de sostener en voz alta que estaría de acuerdo con la compra y venta ni con la capacidad de una persona de heredar, como una cosa, a otro.

Sin embargo, no porque esto se ha olvidado podemos decir que hemos alcanzado un espacio donde realmente todas las personas son libres e iguales. Solo que, como si nos despertáramos en esa conversación de zaguán en el siglo XVIII, los argumentos a favor de privar a una parte de la humanidad de sus derechos aun nos resultan sostenibles sobre la base de nuestra lectura de los textos sagrados, o, cuestiones de orden práctico.

¿Puede una persona no encajar en el esquema binario de nuestra sociedad que dice que hay mujeres y hombres? ¿Qué los hombres se casan con mujeres y qué esta es la única forma de familia? Sí. Esas personas existen desde que la humanidad existe y su estatus jurídico ha variado.

¿Podemos en una misma mesa decir que todas las personas son iguales en dignidad y derechos y obviar que existe este sector que solo tiene una titularidad cuyo goce significaría renunciar a quienes son o, si no deben abstenerse de disfrutarlos?

Esa incomodidad, ese miedo, esa duda sobre el qué dirán o sobre si la sociedad está preparada para levantar una causa de dolor, de angustia y de injusticia hicieron temblar la mano de Bolívar y llover críticas sobre Monagas pero hoy, a mas de 100 años, no hay un venezolano que no esté orgulloso de vivir en un país de gentes libres y una de las primeras naciones que dijeron “¡Basta!” a esta forma de explotar a las personas.

Aunque los hechos injustos, las causas de discriminación o los tratos diferenciados toquen a un grupo entendido minoritario y la mayoría de las personas estén muy agobiadas en sus propias vidas avanzar a una sociedad de iguales es la única vía para el otro mundo posible. Es la única apuesta que podemos hacer si aspiramos que la violencia deje de ser una vía válida.

El hombre nuevo, ese ser capaz de sentir la injusticia, ese que se abraza a la pluralidad de su pueblo, tiene que cerrar esta puerta donde la misoginia y la homofobia pasan como situaciones naturales que alguno también encontraría justificada en la Biblia

@anicrisbracho
Caracas