Swing Latino: Venezuela recuerda este lunes a Felipe Pirela

No se extrañe, querido lector, que hoy la radio venezolana le sature con canciones del gran Felipe Pirela. El caso es que hoy nuestro gran bolerista celebraría su onomástico número 76. Quiso el destino que su vida quedara truncada hace 45 años, en la mañana del 2 de julio de 1972, cuando Luis Rosado Medina, un mafioso, convicto buscado por el FBI, descargó su revólver calibre 38 contra el talentoso cantante.

Pirela Cayó agonizante en una esquina de Isla Verde, Puerto Rico. Minutos después, auxiliado por dos policías y trasladado en un carro patrulla, falleció en el hospital Presbiteriano de Santurce. Ese día, un domingo caluroso, murió el bolerista venezolano y nació el mito.

UNICAMENTE TÚ

Su voz inconfundible, melosa y romántica, vibra aún a los 45 años de su muerte. El bien llamado “Bolerista de América” resumió en el tema “Lo que es la vida” su funesta historia. Famosos compositores, inspirados en su drama, le escribieron exitosas canciones.

Se afirma que Pirela cometió tres grandes errores que lo llevaron a la muerte: Confiar ciegamente en sus amistades, casarse con una niña de 13 años y empeñar su carrera artística a un sello disquero. A 45 años de su asesinato, nuestro bolerista se mantiene vigente.

Pirela enfrentó la pobreza, alcanzó fama y cosechó una fortuna que se esfumó enriqueciendo a unos cuantos, pero jamás superó la tragedia de su vida, tras la demanda de divorcio y los señalamientos inmisericordes de su esposa y su suegra.

Azotado por un vendaval de calumnias, perseguido por una justicia que para él no fue justa, retó el difícil mercado internacional de la música. Recorrió América, conquistó el público en cotizados escenarios de Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Miami y otras ciudades de habla hispana en los Estados Unidos, llegó hasta Canadá, escaló así lo más alto del pedestal de la música para convertirse en ícono del bolero.

SU VIDA

Siempre se dijo que nació el 4 de septiembre de 1941, pero como todas las imprecisiones que rodearon su vida, aún después de su muerte, en el registro de Maracaibo se halló su partida de nacimiento con fecha del 3 de septiembre de 1940. Su madre, Lucía Morón, negra emprendedora con sangre y temple curazoleño, religiosa, y su padre, Felipe Pirela Monsalve, albañil, con el carácter y la disciplina del indio, lo presentaron como hijo de ambos el 18 del mismo mes y año ante el jefe civil del municipio Santa Lucía, Justiniano Áñez.

Felipe fue el menor de una familia humilde de ocho hermanos, cuatro hembras y cuatro varones, cobijada por una vieja y romántica casa situada en la calle Delgado del barrio El Empedrao en Santa Lucía. Eran talentosos los muchachos. A los varones, inspirados en la vocación poética de Mamá Lucía, les gustaba la música. Su madre, cariñosa, los apoyaba cuando armaban la “orquesta” en la enramada trasera de la casa. Felipe interpretaba los boleros.

CON BILLO

Felipe era introvertido, algo tímido, ingenuo, cariñoso, risueño, con un sorprendente sentido del humor, muy ocurrente. Un muchacho piel canela, de rasgos guajiros y negroides, de pelo ensortijado y mirada triste, no existían maldades, quizás esa falta de malicia fue su gran debilidad.

Cuando apenas despuntaba en su carrera artística, el maestro Billo Frómeta lo fue a buscar un domingo a su casa en El Empedrao. El joven se presentaba en el Show de las 12 dirigido por Víctor Saume y transmitido al mediodía por Radio Caracas Televisión. Cantaba en el Coney Island de los Palos Grandes y, aunque con poca experiencia, integraba el grupo de vocalistas de la orquesta Los Peniques del maestro Jorge Beltrán.

“Usted canta como los ángeles, lo quiero en mi orquesta”, le dijo Billo al muchacho, aún menor de edad, que lo miraba fijamente, como apenado, entrelazando sus manos sudorosas, sentado muy junto a su madre, en la sala de la humilde casita de la calle Delgado.

Un día de julio de 1960, en una fiesta del Club Gallego en la urbanización El Paraíso de Caracas, el maestro Billo relanzaba su orquesta, la Billo´s Caracas Boys, con Felipe Pirela, y otro zuliano, Cheo García, como solistas. Esa noche comenzó a brillar la estrella del que más tarde fue llamado “El Bolerista de América”.

La cautivante voz de Felipe obligó al maestro a producir, en septiembre de 1961, un disco de boleros que salió al mercado con el título de Canciones de ayer y hoy. Fue un éxito y las ofertas al cantante no se hicieron esperar. Con Velvet de Venezuela grabó su primer elepé: Tu camino y el mío. El éxito y la fortuna lo abrumaban, era el bolerista de moda, elogios y críticas a la vez en un confuso mundo de atenciones. Su voz se escuchaba por todo el continente. A su regreso triunfal de Colombia organizó una recepción en su residencia, un apartamento que ocupaba con su familia en la avenida Urdaneta, esquina El Platanal de Caracas. Fue allí donde conoció a una niña de 13 años llamada Mariela Guadalupe Montiel, quien tres meses después sería su esposa.

En junio de 1966, cuando Lennys Beatriz, fruto de aquel vertiginoso amor, comenzaba a dar sus primeros pasos y Felipe anunciaba que se residenciaría en Puerto Rico con su familia, su suegra anunciaba el divorcio de la pareja a los periodistas que cubrían la fuente del Capitolio.

“Mi hija introdujo una demanda de divorcio (…) contra su esposo Felipe Pirela (…) esgrime en el libelo de demanda como causales, abandono de hogar sevicia e injuria grave (…) él dejó de cumplir con sus deberes conyugales (…) ella está en mi casa por orden del juez de la causa (…)”. Aquella noticia fue lanzada entre graves e injustos señalamientos contra el bolerista.

Desmoralizado, decepcionado, calumniado por el amor de su vida, Felipe siguió cantando. Algunos compositores se inspiraron en su tragedia, él mismo escribió su dolor y la disquera rebuscó temas que marcaban su historia triste. De esta manera, el cantante compartió con su público los momentos más amargos de su corta vida. Sonaron discos como “Tan solo calumnias”, “Dios sabe lo que hace”, “Injusto despecho”, “Lo que es la vida” y “La mentira”, entre otros tantos.

Felipe se autoexilió en San Juan, Puerto Rico, arruinado, donde encontró el apoyo y el amor de Paquita Berio, periodista boricua que lo acompañó hasta la muerte, hasta verlo enterrar en el cementerio Corazón de Jesús de Maracaibo.

T/ Ángel Méndez
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