Venezuela está a punto de conseguir otra declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad|Pueblo de Aguasay espera con emoción veredicto de la Unesco sobre la curagua

Desde hoy 1 y hasta el 3 de diciembre el Comité Intergubernamental para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco se reúne en Namibia, al sureste de África, para deliberar sobre 45 manifestaciones tradicionales, provenientes de igual número de países, que aspiran a entrar en lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

En esa lista figura, por Venezuela, el expediente identificado con el número 1.094 sobre Los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua, una práctica que se realiza desde hace casi un siglo en el municipio Aguasay del estado Monagas.

Como lo explicó el cronista local, Eduardo Maurera, al Correo del Orinoco, esta serie de conocimientos y tecnologías tradicionales populares implica un complejo conjunto de prácticas que van desde el cultivo de la planta hasta la elaboración del famoso chinchorro de curagua de Aguasay, emblema de la región; pasa también por la extracción de fibras blancas de gran resistencia, durabilidad y suavidad, así como su transformación en el hilo que sirve de materia prima fundamental para las artesanas tejedoras.

Tradicionalmente, apuntó Maurera, desde que la planta de origen amazónico llegó a Agusay a principios del siglo XX, los hombres son los encargados de cultivar la planta y de procesarla para extraer sus fibras, puesto que ambas tareas requieren de fortaleza física.

En contrapartida, casi siempre son las damas quienes se dedican a convertir la fibra en hilo para posteriormente diseñar y construir la emblemática hamaca típica de Aguasay, una labor mucho más extensa que requiere mayor creatividad y sensibilidad.

PARTE DE LA IDENTIDAD

Con el tiempo, sostuvo el cronista, estas prácticas tradicionales han cobrado una importancia trascendental en la configuración de la identidad de las aguasayeras y los aguasayeros e incluso de algunas poblaciones cercanas.

De hecho, en el informe elaborado por el comité encargado de evaluar los expedientes elevados ante el Comité Intergubernamental para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, se reconoce que esta serie de prácticas tradicionales funcionan como un mecanismo de cohesión social, el cual supera cualquier barreras socioculturales, de etnia o género. Más aún, promueven diversas formas de cooperación dentro y entre las comunidades, así como en las estructuras familiares donde las mujeres ejercen una tarea creativa que incide significativamente en el ingreso familiar.

Otro de los factores que juegan a favor de la incorporación de estas costumbres a la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es el hecho de que y las tecnologías y los conocimientos populares vinculados al cultivo y procesamiento de la curagua se trasmiten de generación en generación,principalmente por medio de tradición oral, apoyada por la observación y la imitación entre los miembros de la familia, en un proceso de formación esencialmente robinsoniano.

DESDE LA TIERNA INFANCIA

Un ejemplo de esto es la maestra tejedora Ramona Alejandrina Chaurán, quien está en Namibia en representación de las creadoras que se han dedicado a cultivar, durante más de 80 años, con sus manos y su creatividad el arte de hacer los representativos chinchorros de curagua, artúcuylo fundamental en los ámbitos social, cultural y económico del pueblo monaguense.

Chaurán, de 63 años de edad, aprendió a convertir la fibra de curagua en hilo a la tierna edad de 10 años. Como ha ocurrido en buena parte de las familias aguasayeras, a ella la enseñó su madre Julia Chaurán,

Ramona Alejandrina aprendió primer a “encabezar”: esto consiste en ordenar las madejas de fibra, previamente lavadas, para luego separarlas hebra por hebra. El siguiente proceso, explicó la artesana al Correo del Orinoco, es hilar la curagua, uniendo las hebras con un instrumento llamado uso, que también sirve para “torcer” el hilo, de manera que las hebras unificadas se compacten en una sola cerda blanca y muy resistente.

Más tarde aprendió todo lo demás: hacer la urdimbre inicial en un telar, la elaboración de los caireles para unificar los hilos, elaborar los dibujos o diseños con pabilo, las randas (especie de cascada lateral de la cama aérea), para darle mayor vistosidad y belleza. Posteriormente se incorporan las cabuyeras que terminan en los colgaderos llamados también lanzas, por su forma similar a la punta de este tipo de armas.

TODOS SABEN

Si bien conoció casi todo lo esencial gracias a su madre, Ramona Chaurán admite que aprendió algunos trucos y técnicas gracias al intercambio con otras tejedoras vecinas. Y todo ese conocimiento ella lo ha trasmitido, no solamente a sus tres hijas hembras y a los tres varones. Igualmente se ha dedicado a enseñar a otras personas, muchas de las cuales hoy en día son también maestras artesanas.

Dentro de la descendencia de Chaurán, como en casi todo el municipio Aguasay, no todas sus hijas ni todos sus hijos de dedican a trabajar con la fibra de curagua, pero cada integrante de la familia, en su momento, aprendió el arte que permitió a la madre levantar toda una familia.

MUCHA EMOCIÓN

“Ahora la única que se dedica a tejer es mi hija mayor. Todos mis hijos son bachilleres y varios son licenciados. A todos lo he mantenido, les he dado de comer y han echado adelante gracias a los chinchorros. Todos saben tejer. Uno de los varones es licenciado en administración y él me ayuda, encabuya los chinchorros y les teje las lanzas y los rapacejos de las randas. Y mis nietas están chiquitas, la mayor tiene 15 años, pero ya quieren aprender a tejer”, contó con orgullo Ramona Alejandrina Chaurán.

Un caso similar al de Chaurán, con algunas variantes, es el de Ángela Noguera de 44 años. Ella aprendió a tejer desde muy pequeña, “como a los 12 años”, pero desde los 22 se dedica a la elaboración de chinchorros de curagua como medio de subsistencia.

HASTA EN LA ESCUELA

Los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua, tienen tanta importancia en Agusay que además de trasmitirse de generación en generación, se imparten programas de formación dentro de las escuelas, con la participación de maestras artesanas y agricultores de la localidad.

Una de las maestras tejedoras involucradas en esta iniciativa es Carmen Gregoria Carreño, de 44 años de edad, quien además es directora de una escuela bolivariana en un sector rural, donde las y los estudiantes tienen estrecho contacto con el cultivo de la planta, la extracción de la fibra y su procesamiento para hacer los chinchorros.

Carmen Gregoria es una de los 12 hijos de Aura Antonia Cermeño. Ella, la madre, no nació en Aguasay, llegó al sector El Guamo en los años 40, luego de casarse con un agusayero que posteriormente la dejó viuda.

Para salir adelante con su descendencia Aura Antonia aprendió de varias artesanas tejedoras a trabajar primero con el moriche y luego con la curagua.

Curiosamente, no fue Aura Antonia quien enseñó a tejer a Carmen Gregoria. “Ella no me quería enseñar, no me tenía paciencia, me enseñó fue un primo. Recuerdo que yo estaba muy pequeña y para poder llegar al telar me paró (el primo) encima de un bloque ”, contó la docente de profesión.

Luego de un proceso de aprendizaje a medias autodidacta, Carmen Gregoria Cermeño se concentró en ayudar a su madre y entre ambas sacaban el trabajo que le daba de comer a la familia, situación que continuó incluso mientras estudiaba educación.

“La curagua es mi pasión. Soy maestra enseño a los niños el arte de la curagua. Gracias a los chinchorros tuve acceso a la academia y hoy tengo la dicha de combinar los dos campos. Desde la escuela trasmito estos conocimientos populares, por supuesto sin dejar de lado el aspecto formal”, aclaró Carmen Cermeño.

La docente explicó que en horas de la mañana las niñas y los niños completan las actividades comprendidas en el programa regular de educación y después de mediodía, con el apoyo de oras maestras artesanas y cultivadores, las y los estudiantes de primaria aprenden las tareas necesarias para convertir la curagua en chinchorro, comenzando por el cultivo de la planta.

“Los viernes los niños van con ropa cómoda para trabajaren el mantenimiento del huerto que tenemos en la escuela”, agregó.

Tanto Chaurán como Noguera y Cedeño reconocen que toda la vida de Aguasay gira en torno a la curagua. De tal manera que si declaran como patrimonio cultural de la humanidad a los conocimientos y las tecnologías tradicionales relacionadas con el cultivo y procesamiento de la curagua, “será una alegría de más de grande para toda la gente de Agusay. No me imagino como va ser ese momento. Pero todo el mundo aquí está muy emocionado”, admitió Ramona Alejandrina Chaurán.

T/ Luis Jesús González Cova
F/ Ángel Dejesús