Temple, genio y gallardía de Bolívar se impusieron en los acuerdos de Trujillo

Durante mucho tiempo, el Libertador solo había considerado como suyo el terreno que pisaba con sus tropas, y de haber caído en manos de los realistas habría sido ahorcado o fusilado por la espalda. Ahora era el representante constitucional de una gran nación que se extendía desde las bocas del Orinoco hasta las fronteras del Perú

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El Correo del Orinoco en diciembre de 1820, en su edición número 90, publicó en sus páginas tanto el acuerdo de Armisticio como el Tratado de Regularización de la Guerra acordado y firmado por los emisarios de Simón Bolívar y Pablo Morillo en la ciudad de Trujillo. Ambos documentos fueron rubricados el 26 de noviembre de ese año, es decir, mañana se cumplen 200 años de una feliz negociación que suspendió la beligerancia entre ambos ejércitos por seis meses y puso fin a las crueldades de la guerra.

El presidente Nicolás Maduro, quien ha anunciado la conmemoración de aquel documento y resaltó que por primera vez España reconocía a Colombia, la de Bolívar, como una república. De hecho, el documento del Armisticio comienza: “Deseando los Gobiernos de España y de Colombia transigir las discordias que existen entre ambos pueblos; y considerando que el primero y más importante paso para llegar a tan feliz término es suspender recíprocamente las armas para poderse entender y explicar…”.

Pedro Calzadilla, historiador y presidente del Instituto Simón Bolívar para la Paz y Solidaridad entre los Pueblos, igualmente ha resaltado la trascendencia de los acuerdos de Trujillo y los ha ubicado como parte de nuestras fechas memorables.

La decisión que llevó a los dos jefes militares a convenir los tratados se tomó luego de un intercambio de correspondencia entre ambos jefes militares y maniobras de parte y parte tendientes a sacar el mejor provecho. Los antecedentes han sido estudiados ampliamente por los historiadores, entre ellos el colombiano Indalecio Liévano Aguirre en su obra Bolívar, o el venezolano Augusto Mijares en la biografía El Libertador. Ambos incluyen memorables pasajes en sus respectivos libros. En ellos quedan plasmados el genio y la grandeza de Bolívar y su irreductible empeño en lograr la independencia de su Colombia, de su patria y del suelo americano.

En el Diccionario de la Fundación Polar se deja claro el contexto que llevó a la negociación.

“Los llamados Tratados de Trujillo”, señala el diccionario, “firmados en noviembre de 1820 por el presidente de la República de Colombia (la Grande) Simón Bolívar y por el general en jefe de las Fuerzas Armadas de España en Venezuela Pablo Morillo, fueron 2: el de Armisticio y el de Regularización de la Guerra. El año de 1820 tiene tanto para España como para Hispanoamérica una significación especial. Se inicia el 1 de enero con el alzamiento del Ejército Expedicionario en el sur de España y culmina en la última semana de noviembre con los Tratados de Trujillo y el abrazo de Simón Bolívar y Pablo Morillo en el pueblo de Santa Ana. Con miras a la salvación del imperio español herido de muerte en Hispanoamérica, la Corona organizó a lo largo de los años 1819 y 1820 un poderoso ejército de 20.000 hombres, que puso en manos del general Félix María Calleja del Rey, conde de Calderón y ex virrey de Nueva España, cuya misión era someter las provincias de ultramar, concretamente las más influyentes Venezuela y Río de la Plata; pero la misión se trastornó por la rebelión de los oficiales Rafael del Riego y Núñez y Antonio Quiroga, quienes, influidos por las logias masónicas y los dirigentes liberales, tomaron el mando militar y cambiaron totalmente el panorama político de España. Este movimiento estalló en enero de 1820 en Cabezas de San Juan, en las inmediaciones de Cádiz, y se extendió por toda España. Se proclamó la Constitución de 1812, que Fernando VII se vio obligado a jurar (7.3.1820). Riego y Quiroga fueron ascendidos a mariscales de campo. Calleja rehusó participar en el nuevo régimen liberal. En Venezuela, entre el 11 de enero y el 2 de noviembre de ese año, no se dio ninguna batalla. Hubo sí, 14 combates, especialmente en los llanos. De esos combates los republicanos ganaron 7 y los otros 7 los realistas. En ambos bandos se notaba ya gran desgaste, debido a la lucha que duraba desde 1810, en la que tanto patriotas como realistas se batieron con ardor y valentía y en muchos casos cayeron en excesos. Por más que se pregonaba el cese de la guerra a muerte, la matanza continuaba, aunque no con la intensidad de los años 1813-1816. Se imponía, pues, una tregua para el descanso y también para humanizar la contienda, y la situación del Gobierno español en la Península hacía propicia la concertación de cualquier arreglo. Pablo Morillo recibe de Madrid instrucciones para abrir negociaciones con los independientes, después del cruce de correspondencia entre las partes y de conversaciones de representantes de ambos ejércitos, se llega a la posibilidad de suspender las hostilidades y suscribir los documentos que sea menester”.

BOLÍVAR SE PONE BRAVO

Liévano Aguirre escribe en su comentada obra, que Morillo había recibido con regocijo la propuesta del Libertador de regularizar la guerra además del Armisticio.

“… después de la batalla de Boyacá y la insurrección de Riego en España, no tenía otra preocupación que la de buscar salida decorosa para su gloria militar”.

Aguirre señala que entre los negociadores de Morillo venía el oficial Pita, hombre audaz, inteligente y de la plena confianza del jefe español.

Pita, cumpliendo órdenes superiores, se adelantó a manifestar a Bolívar que las negociaciones tendrían más feliz resultado si las fuerzas republicanas regresaban a sus campamentos de Cúcuta, abandonando las provincias conquistadas en la última ofensiva.

La propuesta de Pita exaltó a Bolívar: “Diga usted al general Morillo de mi parte -le contestó Bolívar en tono airado- que él se retirará a sus posiciones de Cadiz antes que yo a Cúcuta; dígale usted también que cuando fugitivo de mi patria, mientras que él la estaba oprimiendo a la cabeza de un ejército numeroso, envanecido con sus triunfos, yo, acompañado por unos pocos proscritos, no temía buscarle, y que cuando apenas tenía a mis órdenes unas pocas guerrillas, jamás me retiré sino disputándole el terreno palmo a palmo; y por último, que hacerme semejante proposición, ahora que cuento con un ejército más disciplinado y numeroso que el suyo, es un insulto que yo devuelvo con desprecio”.

Otro pasaje o incidente que mostró el arrojo de los soldados patriotas fue narrado por Rafael Urdaneta en sus memorias. Allí cuenta que Morillo se había movido sobre Carache con su ejército. El coronel patriota Juan Gómez lo ve bajar por la cuesta. Ordenó a todos los hombres enfermos o estropeados que se retiraran a Santa Ana. Gómez se quedó con 30 soldados. Morillo ordenó atacarlo con una compañía de Húsares. Gómez se replegó ordenadamente, y cuando los españoles le estrechaban volvía sobre ellos, los lanceaba, los hacía replegar.

“Gómez tuvo poca pérdida y la que tuvo sirvió para dar una alta idea del ejército, porque habiendo perdido uno de los dragones su caballo, muerto en una de las cargas, y retirándose Gómez, quedó este hombre solo y a pie y apoyándose sobre el cadáver de su caballo enristró su lanza e hizo frente a toda la caballería española y aun mató a dos; fue cercado y herido, teniendo ya rota el asta de la lanza y así se defendió. Hubiera muerto, si Morillo que lo observó no hubiera gritado que salvaran aquel valiente. Fue conducido con varias heridas al hospital de Carache y cuando algunos días después se entablaron las negociaciones que condujeron el armisticio, habiendo ido con pliegos del Libertador a Morillo el edecán de aquel, O’Leary, Morillo le habló de aquel hombre con entusiasmo y se lo entregó para que lo condujese al Libertador, sin exigir canje y hasta le regaló dinero. El Libertador devolvió por él ocho hombres de Barbastro”, escribió Rafael Urdaneta.

LAS ESPALDAS DEL MOZO

Relata Augusto Mijares que el convenio de armisticio por seis meses se firmó en la misma ciudad, Trujillo, donde había dado Bolívar el Decreto de Guerra a Muerte en 1813.

“Quedaba pues reconocida la existencia de la República y Colombia comenzaba a tratar con su antigua metrópoli de igual a igual. Desde luego, los jefes españoles se dirigen ahora a Bolívar como Presidente del nuevo Estado. Por fin veían desaparecer los republicanos aquellos calificativos de traidores, rebeldes, insurgentes, que durante diez años habían caído sobre ellos y que tanto habían impresionado al pueblo. Hasta el hermano del Norte y la “libre Inglaterra” se lo habían repetido. Bolívar manifiesta varias veces en sus cartas la alegría y el orgullo de aquel triunfo. Tenía razón. Durante mucho tiempo sólo había considerado como suyo el terreno que pisaba con sus tropas y de haber caído en manos de los realistas habría sido ahorcado o fusilado por la espalada. Ahora era el representante constitucional de una gran nación que se extendía desde las bocas del Orinoco hasta las fronteras del Perú”.

Mijares también recoge una leyenda popular muy grata que quedó unida al recuerdo de aquella entrevista entre Bolívar y Morillo en Santa Ana luego de la firma de los acuerdos.

“Parece que en una de las ocasiones en que se hallaban reunidos estos dos jefes, un joven oficial patriota les daba la espalda, sin preocuparse de la etiqueta ni de la disciplina; por lo cual algo amoscado Morillo, quiso reprenderlo indirectamente y exclamó en alta voz:

-¡Hermosas espaldas tiene el mozo!

-¡Es la primera vez que un español me las ve!, le contestó rápidamente el criollo”.

“La casa que sirvió de sede a los firmantes de los Tratados de Trujillo en 1820 está en pie; es la misma en donde siete años antes había rubricado su decreto de Guerra a Muerte el brigadier Simón Bolívar; casa que es, en la actualidad, asiento del Centro de Historia del Estado Trujillo; allí se conserva entre sus reliquias la pluma utilizada en la escritura de los documentos y en la firma de los mismos, que perteneció a Juan Bautista Carrillo Quevedo, quien actuó como secretario de Sucre durante todo el proceso de la discusión y firma de los tratados. Epílogo de los Tratados de Trujillo fue la entrevista de Bolívar y Morillo en Santa Ana, el 27 de noviembre de 1820. El Tratado de Armisticio había sido previsto con una vigencia de 6 meses, prorrogables de común acuerdo. Expiraba, por consiguiente, el 26 de mayo de 1821. Pero por varias causas, entre ellas la incorporación de Maracaibo al bando republicano, fue denunciado antes. Bolívar se lo participó así al general Miguel de la Torre (quien había sustituido a Morillo como jefe del Ejército realista en Venezuela) el 10 de marzo de 1821; las hostilidades se reanudaron el 1 de mayo siguiente. En cuanto al Tratado de Regularización de la Guerra, se mantuvo en vigencia y fue generalmente respetado por los 2 ejércitos”, señala el Diccionario de la Fundación Polar.

T/ Manuel Abrizo
F/ Archivo CO-Miguel Romero
Caracas