Por Mario A. Quiñones Súñega|Terrorismo y salud pública (Opinión)

El terrorismo en el campo de la salud no es nuevo. Siempre ha sido un arma criminal tenida a buen resguardo, para mejores oportunidades, por quienes han hecho de la política los derroteros de la canalla, el delito.

Entre los desafíos a plantarse, la salud pública debe contemplar estrategias definidas y mejor dirigidas a enfrentar esta perversión, nacida de la precariedad del alma “humana”, de lo inescrupuloso, surgido de los abismos donde están amortajados los cadáveres de la ética, la moral profesional y ciudadana de unos cuantos actores de la infamia.

El terrorismo que posee como pivote la salud colectiva, en procura de desestabilización, induciendo el sobresalto, pánico entre la población, solazándose en la insania para obtener objetivos políticos, tiene la impronta identificatoria de esa avanzada capitalista que constituye el fascismo, que subyuga la sensatez germinando en la crueldad y el fanatismo demencial conducente al desconocimiento del otro, su eliminación, la violación de los derechos humanos.

Cuando la ultraderecha se siente preocupada, desesperada por los avances populares y revolucionarios, deja las simulaciones “democráticas” y se la juega en el campo de la calumnia, y otros tantos.

De allí que la tarea de los sectores democráticos y revolucionarios es evidenciarlos y no permitir que la impunidad haga comparsa a lo apocalíptico.

El impacto en la salud y en el sistema sanitario de esa acción criminal de inocular el imaginario colectivo con informaciones alarmantes sin veracidad es de consecuencias impredecibles.

Por consiguiente la profilaxis impone información, oportuna, legitimada, que impida que las voces del infundio saquen partido funesto a hechos sanitarios no excepcionales, excepcionales en la práctica médica, que como tales, estos últimos, no obstante, no deben utilizarse irresponsablemente.

¡Las leyes de la República tienen la palabra!

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