Tesoros escondidos, ron y cañaverales conforman el entramado de la novela Azúcar Negra de Miguel Bonnefoy

La melaza, el ron y un tesoro escondido por el corsario Henry Morgan son los hilos que soportan el entramado de Azúcar negra (Sucre noir), segunda novela del escritor venezolano-francés Miguel Bonnefoy que será publicada en nuestro país gracias a un convenio entre el sello Monte Ávila Editores Latinoamericana, adscrito al ministerio para la Cultura, y la Embajada de Francia en Venezuela.

Miguel Bonnefoy nació en París en 1986 y buena parte de su crianza transcurrió en Venezuela. Su madre, María Antonieta Borjas, venezolana, ha trabajado como diplomática en diferentes partes del mundo. Su padre, Michel Bonnefoy, también escritor, es un chileno que debió exiliarse luego de la dictadora de Pinochet.

Con esa herencia y con un cariño que lo ata por igual tanto a sus raíces franceses como a las venezolanas, conjugado con su formación en letras en La Sorbona, Miguel Bonnefoy asumió la tarea de usar la lengua francesa y su conocimiento de las estructuras y esquemas mentales de Francia para explicar en el exterior que Venezuela es mucho más que petróleo, reinas de belleza y Revolución.

Es así como Azúcar negra surge de su inquietud de hablar “de la maldición bíblica” del petróleo venezolano, por medio de la metáfora, la parábola y la alegoría que configuran un relato sobre una familia de productores de ron, dueños de importantes plantaciones de caña de azúcar bajo las que supuestamente unos piratas del Caribe enterraron un tesoro.

VENEZUELA EN FRANCÉS

“Estoy en Francia para hablar de Venezuela. Y esta maldición bíblica del petróleo venezolano es algo que en Venezuela conocemos desde la infancia, pero los franceses no lo saben. Yo quería entonces hablar de que la gran maldición de del país, en parte, su grandeza y su pérdida, ha sido el descubrimiento del petróleo más o menos en los años 20 (del siglo pasado). Entonces, la idea era poder hablar de esta realidad que fue un problema porque dejamos de producir, nos pusimos a importar y entonces creamos una renta petrolera”, comentó el autor en conversación con el Correo del Orinoco.

Según el autor, en Azúcar negra los exploradores van a empezar a llegar a los cañaverales de la familia Otero para voltear la tierra y tratar de conseguir las riquezas abajo. En lugar de cultivar el cañaveral van a tratar de levantarlo para conseguir el tesoro, sin darse cuenta de que el verdadero oro estaba en la cultura del azúcar, del maíz, del tabaco, del café, del cacao y no a unos metros bajo tierra, en un cofre sellado con clavos de oro y brazos de metal.

“Esa era la idea, poder justamente entonces llamar al libro Azúcar negra, ya que por un lado está el azúcar morena, el papelón y la melaza que tienen ese color ámbar, color miel (que se utiliza para elaborar el ron) y por otro lado, está el oro negro del petróleo, más o menos por ahí se dibujaban las cosas”, aclaró el escritor

EL PROCESO

Escuchar a Miguel Bonnefoy hablar sobre el proceso creativo de Azúcar negra es como asistir a un taller exprés de creación literaria. Contó, por ejemplo, que para colocar el supuesto tesoro bajo los cañaverales, en lugar de colocar una simple frase como “hacía tiempo unos piratas habían enterrado un tesoro allí”, prefirió comenzar la novela con todo un capítulo contextualizado en el siglo XVII en el que desarrolla la historia de los piratas y el botín.

Luego, la primera frase del segundo capítulo dice algo así como “tres siglos más tarde, un pueblo se instaló donde el tesoro había sido enterrado y una finca se había creado con cañaverales y una familia vivía ahí”.

A partir de estas líneas discurre el desarrollo de esta historia sobre el señor y la señora Otero y su hija Serena, heredera de la plantación de cañas de azúcar, quien sueña con otros horizontes.

“La moraleja de la historia, de manera bastante simple, y es un cliché decirlo, es que uno siempre está buscando un tesoro si darse cuenta de que ya está sentado sobre él” señaló Bonnefoy.

LA PRE HISTORIA DE LA HISTORIA

La chispa que generó la creación de esta novela se encendió en Francia, en 2015, durante una fiesta organizada por una periodista con la intención de cruzar la lectura de la primera novela de Miguel Bonnefoy, El viaje de Octavio, con la degustación de un ron venezolano.

A lo largo de la velada, los asistentes se tomaban el ron mientras el escritor leía algunas páginas del libro. La tarea era buscar un eco, pasarelas, conexiones superiores, entre el perfume del ron y el perfume de las palabras.

Más adelante intervino un maestro ronero que tomó la palabra para desgranar las características de la bebida.

El experto en el ron “comenzó a utilizar un campo léxico que estaba mucho más cerca de la poesía que del alcohol. Usaba palabras como canela, cambur, frutas rojas, cuero, tabaco, viejo pergamino, olor a ceniza. Palabras sonoras, algo completamente fascinante, y pensé que me gustaría escribir un libro que cuando la gente hable de él pueda utilizar el mismo abanico de adjetivos y de adverbios”, reveló el artista.

Con esta idea, el autor aplicó para una beca que financia viajes con el propósito de buscar ideas para un proyecto literario. Así vino de nuevo a Venezuela, a la Hacienda Santa Teresa, donde conoció de la mano del maestro ronero Nestor Ortega todo el arco transformacional desde el instante en que cortan la caña de azúcar hasta que el sorbo de ron llega a los labios del consumidor.

“Ahí me di cuenta de que tenía el esqueleto narrativo perfecto, con unos personajes que se me habían dibujado, y mi trabajo entonces era simplemente tomar esa estructura narrativa ya existente y ponerle adentro todo el imaginario de mis personajes, el relieve que le quería dar a las escenas, la construcción novelesca”, contó el ganador del premio al Joven Escritor en Lengua Francesa 2013.

Luego de 18 meses de trabajo en Francia, Bonnefoy estaba presentando su nueva propuesta editorial que pronto presentará Monte Ávila Editores Latinoamericana.

EL GUSTO POR LA PIRATERÍA

La aparición del corsario Henry Morgan en esta historia se debe a las influencias del libro La Odisea de los marinos ( L’Odyssée des marins) de los hermanos Oliver y Patrick Poivre Darvor en el que incluyen todo un capítulo sobre el gales Henry Morgan, que de pirata se convirtió en noble, con título de Sir, e incluso fue nombrado gobernador de Jamaica donde terminó su vida cultivando plantaciones de cañaverales “y haciendo un primer ron que debe haber sido un alcohol bastante malo”, estimó Miguel Bonnefoy

Entre todos los piratas este era el que se ajustaba más al contexto, especialmente por su vinculación con el ron.

Para el también merecedor del Premio de Vocación Literaria 2015, eso que llaman inspiración es la capacidad de tomar diferentes ideas o “hilos” distintos, independientes y autónomos, de colores y texturas distintas y hacer con ellos una trama sólida y coherente.

El texto entonces es el que viene a recoger todos esos diferentes hilos, riachuelos, que se reúnen en un solo río para ir hacia al mar. En este caso esos hilos son, por una parte, la fascinación por el folclor de la piratería, tema sobre el que ya tenía rato queriendo escribir.

Por otro lado, de manera absolutamente independiente y autónoma Bonnefoy también deseaba escribir sobre el ron venezolano, no solamente por los adjetivos y adverbios recitados en aquel evento por el maestro ronero , sino también para rendirle homenaje a una cultura ancestral venezolana.

Finalmente, el hilo que se mete por debajo de todo esto, de manera metafórica, para completar la textura de esta tela, es el petróleo venezolano simbolizado en el tesoro escondido.

TRADUCCIONES Y TRAICIONES

Paradójicamente, aunque domina perfectamente ambas lenguas, la edición que publicará Monte Ávila Editores Latinoamericana, con el apoyo de la embajada francesa en Venezuela, es una traducción del francés realizada por Alexia Álvarez Franco, quien en opinión de autor, logró un trabajo “extraordinario”.

Sobre este aspecto, Miguel Bonnfoy sostiene que si le hubiera tocado hacer la traducción de su propio libro, lo hubiese reescrito completamente. Argumentó que por la naturaleza de su trabajo, el traductor tiene un mayor dominio del léxico que le permite conseguir la palabra precisa que él mismo no estaría en capacidad de colocar en un idioma distinto al que escribió la novela, así lo domine.

“Traducir viene del latín traducere que significa traicionar. Entonces, etimológicamente, el traductor es un traidor y uno no puede ser traidor de uno mismo. De alguna manera entonces el traductor le aporta un relieve, a veces un espesor al libro, una materia, un aliento que de pronto no hubiese tenido si yo lo hubiese traducido” argumentó.

Bonnefoy está en el albor de su pluma, al principio de su camino, y no se atreve a asegurar que nuca traduciría un libro suyo. No obstante piensa que si le toca en algún momento hacer un trabajo de traducción, preferiría reconocerse en las palabras de Borges: “Que otros se jacten de lo que han escrito. Yo me enorgullezco de lo que he leído” y entonces estaría feliz de poder pasar al francés textos de autores venezolanos.

EL OFICIO DE ESCRIBIR

-¿Qué caminos te llevaron a convertirte en escritor?

– Pienso que la escritura comenzó por asuntos de mimetismo, por imitación de mi padre que también escribe. Mi madre fue agregada cultural de la embajada de Venezuela en diferentes países y en mi casa siempre estaban de visita escritores y poetas. Y paralelamente, como hijo de diplomático, y mi caso no es extraordinario, todos los hijos de diplomático tienen una vida desordenada, y fueron los libros los que me permitieron tener mi propia geografía, ya que la geografía en esa situación es estrellada. Entonces, leyendo y escribiendo en diferentes capitales del mundo siempre tuve ese viejo sueño de poder escribir mis propios libros y ser publicado.

-¿Quiénes son tus referentes constantes?

– Yo soy un gran lector de Stefan Zweig, escritor austriaco que nació a finales del siglo XIX y se suicidó en Brasil en plena Segunda Guerra Mundial, tuvo que huir de exilio en exilio y escribió probablemente los libros más lindos que me han causado un impacto muy fuerte en mi corazón. Soy un gran lector de Arturo Uslar Pietri, quien me parece una de las plumas más maravillosas que ha tenido Venezuela junto a la de Miguel Otero Silva. También soy un gran lector de la literatura francesa, me gusta mucho Flaubert, Émile, Zola y Víctor Hugo. También nuestros escritores del realismo mágico como Alejo Carpentier y García Márquez, sin dejar por fuera a Cortázar, Borges, Benedetti, Neruda, Cesar Vallejo…

-¿Escribirás en español alguna vez?

– Eso va a venir tarde o temprano, estoy convencido. Por lo pronto, necesito llegar a cierta satisfacción de lo que quiero escribir en francés, quiero llegar a ciertos niveles en francés a los que aún no he llegado. Estoy aprendiendo; espero volver a empezar de cero y escribir esta vez en español y tener, por ejemplo, la suerte de pocos escritores, que la tienen, de poder tener, en una misma vida, dos primeras novelas.

LA EDICIÓN EN VENEZUELA

-¿Qué opinión tienes del ambiente editorial en Venezuela?

-Me parece fascinante que el ministerio de Cultura tome un presupuesto para crear editoriales que se encarguen de la elaboración y la distribución para que cuando el libro llega a las mesas de las librerías sea muy económico, lo que permite que la lectura y la escritura no sea el privilegio de ciertas clases y de ciertos nombres ilustres. Eso me parece interesante. En Francia hicieron más o menos lo mismo, pero allá, en la estructura editorial, sale el libro primero en gran formato y cuesta €. 20 y luego de un año, si se vende bien lo, sacan una edición de bolsillo en €. 7. Eso hace que muchas personas esperen la edición de bolsillo. En Venezuela no necesitan esperar un año, si lo publican las editoriales del Estado. Eso me parece importante, democrático y justo.

-¿Qué opinión tienes de las nuevas generaciones de autores venezolanos?

-Confieso que cuando vengo a Venezuela, una vez a año, no me quedo suficiente tiempo y siempre he venido por cuestiones de trabajo y no tengo la suerte de poder recibir, conocer y participar de este movimiento, que debe ser fascinante, de la joven literatura venezolana. Estaría muy curioso de saber concretamente que es lo que la gente de mi edad en Venezuela está escribiendo, si han vuelto al realismo mágico de sus abuelos o al contrario se han dirigido a una literatura iconoclasta, sobre el mundo de la noche, de la droga, la prostitución. O si están tratando de calcar la realidad del país, mostrar los problemas de la crisis, la escasez, la delincuencia o al contrario, pintan una Venezuela más florida no por no querer ver eso, sino por querer subrayar cosas grandes y heroicas que también pasan día tras día en Venezuela.

T/ Luis Jesús González Cova
F/ Roberto Gil-Archivo CO
Caracas