Un doctor que sin ser beato ya era reconocido por el pueblo de Venezuela

Salió de la botica apresuradamente por el estado salud de la paciente y se dispuso a cruzar la pequeña avenida para bajar a la esquina de Cardones. A las 2:15 de la tarde fue golpeado en la esquina de Amadores, en La Pastora, por el guardafangos de un carro, uno de los pocos vehículos que circulaban en el país en aquel entonces. Por el impacto del choque fue a dar varios metros adelante y enseguida el doctor José Gregorio Hernández exclamó: “¡Virgen Santísima!”. Así narró una joven que presenció uno de los sucesos más terribles y tristes de la historia venezolana

______________________________________________________

La madrugada del 29 de junio de 1919, el doctor José Gregorio Hernández se levantó muy temprano y rezó el Ángelus como siempre, luego se dirigió a la iglesia de La Divina Pastora, donde oyó misa y comulgó como acostumbraba a hacerlo todos los domingos. Cuando salió del recinto religioso había una tenue neblina y un frío amainado, saludó calurosamente a sus vecinos y fue a atender a sus enfermos más necesitados.

A las 7:30 de la mañana llegó a su casa, desayunó con su hermana María Isolina del Carmen. Se dispuso a ordenar su modesto consultorio y a verificar la lista de pacientes que solicitaban su atención aquel día. Al terminar con ellos, pasó a ver a los niños del asilo de huérfanos de la Divina Providencia y a los enfermos del Hospital José María Vargas.

Volvió a casa poco antes de mediodía, bebió dos vasos de jugo de guanábana, uno de los pocos placeres que se permitía el doctor Hernández. Luego se fue al templo de San Mauricio para la contemplación diaria del Santísimo Sacramento. A las doce en punto, al toque del Ángelus, rezó el Ave María y regresó a casa para almorzar.

Se sentó a reposar en una silla mecedora, al lado de la gran imagen de yeso de San José, que tenía en la sala de su casa. A la una y media pasó a visitarlo un amigo que deseaba felicitarlo por el aniversario de su graduación, ese día cumplía 31 años de haber aprobado su examen de grado en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Al encontrarle regocijado, el amigo con curiosidad le preguntó:

–¿A qué se debe que esté tan contento doctor?

–¡Cómo no voy a estar contento! -respondió Hernández con un brillo especial en la mirada – ¡Se ha firmado el Tratado de Paz! ¡El mundo en paz! ¿Tiene usted idea de lo que esto significa para mí?

El médico Hernández acercándose a su amigo le dijo en voz baja: “Voy a confesarle algo: yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo (…) Esta ya se dio, así que ahora solo falta (…)”, dijo conmovido y con un gesto radiante interrumpió su frase. El amigo se alarmó por lo que acababa de escuchar; el doctor Hernández nunca imaginó lo cerca que estaba de cumplirse aquella ofrenda.

Otros amigos también lo visitaron por su aniversario de grado. Luego como, todos los domingos, esperaba compartir la tarde en familia, hasta que llegara la hora de la misa vespertina. A las dos de la tarde, tres aldabonazos estremecieron la vieja puerta de madera de la casa de los Hernández. El médico salió al encuentro del familiar de una de sus pacientes, quien le dijo que su abuela se encontraba gravemente enferma.

Con la prontitud que requería el caso, el doctor tomó su borsalino y salió a realizar la visita médica de la quebrantada abuelita. Avanzó a la siguiente esquina y entró a la botica de Amadores para comprar unas medicinas, pues sabía que la señora las necesitaría. El boticario don Vitelio Utrera preparó rápidamente la fórmula indicada por el doctor Hernández y se la entregó.

Salió de la botica apresuradamente por el estado salud de la paciente y se dispuso a cruzar la pequeña avenida para bajar a la esquina de Cardones. A las 2:15 de la tarde fue golpeado en la esquina de Amadores, en La Pastora, por el guardafangos de un carro, uno de los pocos vehículos que circulaban en el país en aquel entonces. Por el impacto del choque fue a dar varios metros adelante y enseguida el doctor José Gregorio Hernández exclamó: “¡Virgen Santísima!”. Así narró una joven que presenció uno de los sucesos más terribles y tristes de la historia venezolana.

Vida y obra del trujillano universal

Oriundo de Isnotú, estado Trujillo, hijo de Benigno Hernández Manzaneda y de Josefa Antonia Cisneros Monsilla, nació el 26 de octubre de 1864. Sus primeras letras las estudió en su pueblo natal hasta los 13 años de edad, luego se mudó a Caracas, donde ingresó en el Colegio Villegas. Fue un estudiante sobresaliente y obtuvo su título de bachiller en Filosofía en el año 1884.

Cursó estudios de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, donde se graduó de médico con excelentes calificaciones el 28 de junio de 1888. Presentó sus tesis La doctrina de Laennec y La fiebre tifoidea en Caracas, ambos proyectos relacionados con enfermedades bacterianas, campo en el cual centró su profesión.

Fue fundador y docente en las cátedras de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

A la vanguardia de la ciencia médica

Se trasladó a Trujillo para ejercer medicina rural y allí recibe la noticia de que había sido becado para cursar en París estudios de Microscopía, Bacteriología Histología y Fisiología Experimental, a la vanguardia de la ciencia médica, experiencia que le permitió conocer avances que trajo a su país. Regresó de Europa en 1919 y creó el Instituto de Medicina Experimental, el Laboratorio del Hospital José María Vargas y abrió las cátedras de Medicina, Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología, esta última la primera que se fundó en América. Esto impulsó la renovación y el progreso de la ciencia venezolana.

Con su amplia experiencia y actualizados conocimientos perfeccionó el uso del microscopio. En el año 1904 ingresó a la Academia Nacional de Medicina, de la que había sido uno de sus fundadores.

En 1909 renunció a sus labores en Venezuela y se trasladó a Italia para ingresar al monasterio de la Cartuja, como fray Marcelo, pero una enfermedad respiratoria lo motivó a volver y a retomar sus actividades profesionales, en Caracas. En 1914 se fue a Roma e ingresó al Seminario, y nuevamente le fue imposible culminar este ciclo por su condición de salud. Regresó a Venezuela y continuó sus labores académicas y la práctica de la docencia. El doctor Hernández fue un médico excepcional, reconocido por su bondad, rectitud y fervorosa dedicación para aliviar el sufrimiento humano hasta el último día de su vida en 1919.

Al poco tiempo de su partida física, los venezolanos comenzaron a venerar al doctor José Gregorio Hernández por sus virtudes como médico ejemplar y su vocación religiosa. Desde hace muchos años se le atribuyen varios milagros y curaciones que permitieron que la Iglesia católica en 1949 iniciara el proceso para la santificación.

La Santa Sede lo declaró Siervo de Dios en 1972. En 197 sus restos fueron exhumados en el Cementerio General del Sur y trasladados a la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, en Caracas, donde sus restos reposan en la actualidad y acuden miles de devotos para agradecer su dedicación a los más necesitados.

El 16 de enero de 1986 el Vaticano lo promulgó Venerable, título que lo colocó en el antepenúltimo peldaño rumbo a su beatificación y canonización.

El 27 de abril de 2020, la Comisión Teológica del Vaticano aprobó el milagro del doctor José Gregorio Hernández de la curación de la niña Yaxury Solórzano, obra certificada previamente por una junta médica el 9 de enero, que llegó a la conclusión de que allí intervino la mano de Dios.

El pasado 19 de junio, el papa Francisco decretó su beatificación después de que el milagro fue reconocido unánimemente por todos los cardenales que estudiaron el caso.

El Venerable será llamado beato una vez que sea declarado oficialmente por la Iglesia católica, durante una ceremonia, que está previsto que se celebre el primer trimestre de 2021. A partir de ese momento, estará a un paso de convertirse en santo.

TyF/ Mpprijp
Caracas