Por Carlos Miguel Escarrá Malavé|Un dolor en amparo (Opinión)

En el aniversario 57° del Camarada Llamarada, un dolor en amparo es un grito por la justicia, escrito en el año 2000, en el que se plantean interrogantes humanas sobre el derecho positivo, realizado para mantener el statu quo que magnifica la lucha de clases.

Es un dolor en amparo que complementa la justicia como idea aplicable, capaz de decidir sobre sentimientos y sueños como la Revolución Bolivariana con la definición del Estado venezolano a nivel constitucional, como “Estado democrático y social de derecho y de justicia”.

En ese contexto, y para celebrar un año más de un hombre que no se ha ido sino que nos observa desde otro horizonte, aprovechamos el espacio para compartir con ustedes “Un dolor en amparo”, (CEG)

Ciudadana
Jueza de Olas, Mares, Tormentas y Vientos de la Circunscripción Judicial de los Espacios y Sentimientos.
Su Tiempo.-

Yo, Carlos Miguel Escarrá Malavé, venezolano de convicción y de nacimiento, algo loco, poeta, con el alma y el corazón abiertos, domiciliado en cualquier lugar donde encuentre lumbre y calor, amor y deseo, titular de nada porque todo me es ajeno, con la edad que tienen mis canas, heridas, ojeras y marchito tiempo, ante usted, que es la autoridad para decidir sobre soledades y versos, sobre los hombres que todavía regalan una rosa y pueden ver más allá del pensamiento, acudo, por la angustia infinita que me está quemando por dentro, a interponer un amparo por lo que me queda de sentimientos.

I
DE LOS HECHOS QUE ME DESGARRAN Y ME ABRIERON UN SURCO POR DENTRO

Ciudadana Jueza, que como ya dije lo era de las olas que dejan brumas y se entregan al mar, y nos mojan de humedad y sal, y rompen las caracolas y siempre se están yendo; que lo es de las tormentas que en teluria mueven todo en busca de la esencia y de lo verdadero; que lo es de los vientos que marcan la cara, de los mismos con que los niños hacen volar sus pensamientos; que lo es de la justicia, porque ella como usted es mujer hermosa y fuerte, valerosa y sin miedos, algún día quizás antes de nacer me enamoré de usted, al punto que cuando la vi por primera vez ya reconocía su rostro sin importar quién nació primero.

Entonces nací amando, como el Inca a la mujer de cabellos de trigal y ojos de cielo.

En cada latido que del corazón brotaba, en cada respiración y en cada momento, soñé como sueñan los niños, soñé como sueñan los hombres recorrer el mundo entero, para encontrar en cada rostro su sonrisa, para encontrar en cada recodo la luz de su mirar tierno; para encontrar cada camino una esperanza y en cada hora la verdadera conjugación del tiempo. Crecí amándola, con un amor intenso, con un amor sincero.

En el mar descubrí, que usted era la ola, bruma, humedad y recuerdos; que era la gaviota que rasga el cielo; que era el coral que se formó en milenios; que era la mirada del pescador, cuando en la mañana echa la red de los sueños; que era el muelle solitario donde amarrar la barca de mi tiempo; que era la arena virgen que esperaba la pisada y la huella de mi vuelo. Usted, es la ola que invita a domarla y luego se esconde en el azul del cielo; la ola de la que quiero ser capitán para que me lleve a la fantasía de su universo; la ola que imaginé y que quedó dibujada en el lienzo que llevo por dentro.

De tanto andar caminos no sé si perdí el timón del tiempo. Lo que sí sé es que en cada encrucijada al tomar un camino renuncié a otros cientos, que quedaban como túneles oscuros de un pasado incierto.

Dejé de mirarme al espejo, porque ya no veía mi rostro; veía el firmamento, con su caudal de estrellas y luceros, con niños jugando a la ere, las escondidas, a pepa y a palma y volar cometas contra astros, romper las pompas y herir al cielo.

También dejé de contar luceros, porque en cada uno de ellos estaba usted y tenía que comenzar de nuevo. Por eso hoy ya no cuento luceros.

Dejé de transitar caminos, los que no me quita el sentido de arriero. Ahora transito sueños, y con ellos la fantasía de encontrar un mundo nuevo.

Hoy en esta nueva encrucijada, necesito que usted decida y que al hacerlo, recoja flores, agua cristalina y algunos luceros, para que su decisión sea, la que yo quiero. Que su decisión sea amanecer, que sea aurora, arco iris, que sea lo que lleva al papagayo a querer ser mas infinito que el cielo.

II
DEL DERECHO QUE TODOS TENEMOS AL SENTIMIENTO

Ciudadana Jueza, no sé qué es el derecho, y creo que no me interesa saberlo. Algunos me dicen que son normas que inventó el hombre para tapar los luceros, para cortar el cordel de las cometas, para que el trompo no baile ni se mueva. Otros me dicen que son reglas de comportamiento para que tiesos caminemos por la Tierra, para que los hombres no sueñen, para que los niños no jueguen.

No sé qué es el derecho, pero alguien me dijo que era una mujer con una túnica puesta, que esperaban que la desnudaran y que hicieran el amor con ella; que era la justicia del que ama y del que espera; del que sueña; y del que al soñar, en el amor crea.

Pero ya le dije, no sé qué es el derecho, y si acaso debo invocar alguno, invocaré el de los hombres que aman en la plenitud de su espacio y con el tiempo haciendo piruetas. Invoco al sentimiento y el derecho que todos tenemos a amar, y el derecho de la noche serena; y el que brota de los manantiales para decirnos que hay que iniciar una faena; y el que calienta con el sol mestizo y con la luna morena, y el que se eleva hasta no sé dónde y llega hasta donde pueda.

Ese es mi derecho, no sé si es suficiente, pero es el que me quema. Me ha sido violado, porque ayer se cayó un pétalo y no me di cuenta; y hace un tiempo y desde siempre y cada vez que un estúpido quiera, hay niños durmiendo al plenilunio, con la barriga vacía y el alma llena; con huecos que los asfixian que se los hizo el hombre-hiena, cada vez que mordía su futuro, cada vez que corroía sus ideas; me han sido violado cada vez que el campesino araña la tierra y deja caer semillas para que se las coma la tierra, o se las quite el del latifundio, o se las robe el hombre-hiena; me han sido violado cada vez que el obrero parte su espalda ante la maquina ajena; cada vez que el estudiante es detenido sin entender que no pueden poner presas sus ideas.

Me violaron mis derechos cuando me enamoré solo de una mujer y de una idea; cuando me dijeron que el proceso no era mío y cuando la mujer me dijo “espera,…espera…”; cuando mi armadura se puso blanda y me clavaron las lanzas, las espaldas y los dientes del hombre-hiena.

Usted es la jueza de mis sentimientos, violó mis derechos cuando no quiso entender un mal poema; cuando me dejó ir, sin entender la muerte en la partida, aunque de ella la muerte diera. Cuando entre sol y mar, oleajes y ventiscas, dejó que mi velero se estrellara en las piedras, con las velas rasgadas, con le timón en la arena, con la proa hacia el cielo y la popa en la profundidad del océano.

Me violó mis derechos cuando me difirió la decisión aquella; cuando no dice qué piensa, qué siente y eso sin darme cautela. Y me horada, y me quema, y se pone yeso en la mirada, en los dedos, en el corazón, pero no deja de ser tierna. Me violó mis derechos cuando guardó silencio, y éste parecía un abismo, un punto negro en el firmamento, cuando soñé con sus manos suaves, con sus ojos y con su cuerpo, y me despertó la soledad del sentimiento.

Me violó mis derechos porque me enseñó a amarla más que a la vida entera; porque usted, ciudadana Jueza, hizo que yo la quisiera, y no sé si el amor se mide, como podemos medir la Tierra, pero yo le amo más allá de mis fronteras, y me angustia que su amor tenga como límite el amor de la Tierra.

Cuando me pidió espacios, sin entender que el espacio es nuestro; cuando me pidió tiempo para medir los sentimientos; cuando me pidió soledad, sin saber que en la soledad la quiero.

III
DE LO QUE DEBO PEDIR, EN ANGUSTIA Y ESPERA

Ciudadana Jueza, que lo es de mis sentimientos y de mi vida, y de lo que hay más allá de mi existencia, por los hechos que le he narrado, sin orden y sin paciencia, sin tiempos y sin métodos, pero con la herida abierta; por las razones de derecho, que son los mismos hechos a mi manera, ante usted ocurro y tal vez por simple ocurrencia, a demandar que se me restablezca el sueño, la idea, el amor y la esencia. Tan solo usted puede, en mi caso, dictar sentencia.

Usted tiene la jurisdicción de mi alma y la competencia de mis sueños; usted tiene tanto el poder cautelar pleno, como la fuerza de la justicia, sin formalismos, sin dilaciones. La justicia es usted, y por ello, tiene usted todos los poderes para hacer la fantasía, para imaginar al mar por dentro.

No me importa si me condena, o me absuelve o haga lo que quisiera, quizás, el sentido de esta acción era decirle todo lo que la quiero, para que en alguno de sus sueños me haga protagonista de su novela. Para imaginar ser capitán en una tormenta.

Debo pedir algo, y quizá tan solo sea, una sonrisa de las que siempre me ha brindado; un guiño de ojos de esos que a usted bien le quedan; un ardiente deseo en una noche de tormenta.

Debo pedirle que decida lo que quiera, pero que decida antes de que me muera. Si su decisión es condenarme a la soledad, la muerte será una alborada que se desea; si es restablecer el derecho de amar, el amanecer será una vida nueva.

La dirección procesal es la que a usted le parezca, y como es amparo no importan los días y las horas, cualquiera es buena.

El amparo es acción principal, es sobrevenido y es cautela, es como jugarse la vida en un instante; es como dejar en la petición a las velas que esperan un suspiro suyo, como el viento que las lleve hacia las estrellas.

Espero justicia de sus labios, de su cuerpo de su vida señera, que como bálsamo recorra mi piel y hagamos con ella una vida nueva.

La urgencia es tan vital, como la noche para ver las estrellas; como la playa al mar, como al mar las sirenas. Es tan inminente que pido que decida sin proceso y sin audiencias, que decida por la profundidad de los océanos, en donde está el amor esperando que lo saquen de la tormenta.

La fecha no importa, el tiempo siempre será una invención del hombre para medir sus pasos por la existencia; el espacio o lugar, será siempre el de los sueños, donde habitan los sentimientos, donde se hospeda la esperanza que nace en la mirada que un día nos encontró.

cescarragil@gmail.com