Por Beatriz Aiffil|Una mujer (Opinión)

Tú hablas de la abuela que conociste. Yo también. La mía se llamaba como yo. La tuya llevaba nombre de flor. De esas flores que tienen el privilegio de dar nombre a un color. Un color femenino por excelencia según la vieja escuela.

La mamá de tu papá igual que la mía. La tuya hacía arañitas de lechosa. La mía hacía turrones de coco. Dulces viejas dulceras.

Tú mismo pudiste ver que no era una flor débil e ingenua. Que en vez de cuidar de ella, como el Principito responsable de su flor cuidaba la suya, ella cuidaba de ti. Sabia y fuerte mujer. Y eso era que corrías o te encaramabas. Nada de medias tintas ni guabineos.

Lo cierto es que como en tu libro Silabario no aparecía ninguna abuela que deletrear, entonces la llamaste mamá. Y desde entonces no es que la ves como a una estrella lejana en lo alto sino que la metiste dentro de ti.

Entonces hablaste siempre de tus mujeres y ellas te contaron de los hombres de la familia. Pero esa abuela, Mama Rosa, te conectó con el mundo-mujer. Floreció dentro de ti y por eso nos entendiste tan bien. Por eso nos amaste tanto como nosotras a ti, Comandante. Y nos empoderaste. Que ya nosotras andábamos echadas palante ¿cómo no?, pero tú hiciste consciente a las venezolanas de ese poder que tenemos las mujeres. Ese poder de ser pilares, de guapear y armarnos de coraje para levantar a las familias, de estirar las lochitas cuando la situación no es muy buena, de bregar con el marido y convertirse en padre cuando este no está, de cuidar de los hijos y hasta los hijos de los vecinos, de entregarnos en cuerpo y alma en una vorágine a veces injusta con nuestras humanidades pero que al final de todas las alegrías y esperanzas colmadas, de todas las angustias y sinsabores, deja un buen recuerdo en nuestra descendencia.

La abuela Rosa fue la clave para que tú entendieras todo esto que te estoy diciendo. La hija de Inés. Cuántas veces nos hablaste de sus colores para que no nos enredáramos. Y a pesar de eso hay quien funde y confunde a la Negra Inés con la Rosa Inés, el rosa con el negro en un solo color más profundo y amoroso. Más vergatario. La madre Inés, hija del “Africano de Sabaneta”, con la hija Rosa que es madre del padre del hijo más hermoso que ha dado Sabaneta. Y si no, que me pregunten.

Ella se quedó esperando hasta que por fin pudo llevarte por otros lugares.

Había una mujer dentro de ese gran hombre. Así es.

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