Por Marcelo Barros|Las venas siguen abiertas y sangrientas (Opinión)

Después de más de 50 años de que Eduardo Galeano escribiera Las venas abiertas de América Latina, esas venas siguen más heridas y sangran.

Es verdad que en la última década, en los países latinoamericanos, la experiencia de algunos gobiernos más comprometidos con los pobres ha logrado que la pobreza no aumentara. Según organismos de la ONU, el único país latinoamericano que, en los últimos años, logró reducir desigualdades sociales fue Venezuela, por eso está pagando un precio político muy caro.

También, desde el movimiento zapatista de los indios de México en 1994, el protagonismo de movimientos indígenas y campesinos ha sido un factor positivo y nuevo en todo el continente.

Desde algunos años, gracias al liderazgo del presidente Hugo Chávez, por primera vez, el continente se unió. La Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), la Unasur y otros organismos han creado un clima de diálogo y de integración no solo comercial, sino cultural y de solidaridad entre nuestros pueblos. El Mercosur, aun frágil, ya completa 25 años.

Es claro que el imperio estadounidense no dejaría que esas conquistas se firmaran tranquilamente. Solo en esta década sus funcionarios lograron financiar y dar apoyo a dos golpes de Estado: en Honduras (2009) y Paraguay (2012). Diversas veces, han intentado hacer lo mismo en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Mientras tanto, Perú, Colombia y otros países firmaron el Tratado de Libre Comercio del Pacífico que privilegia el mercado de Estados Unidos en nuestros países.

En diciembre de 2015, el imperio logró que en Argentina ganara las elecciones un gobierno de línea neoliberal y desde hace años, pero ahora con mayor fuerza, la lucha es para hacer caer nuestros gobiernos progresistas en Venezuela, Ecuador, Bolivia y finalmente en Brasil. La presidenta Dilma ha cometido diversos errores, pero está siendo juzgada y condenada no por sus errores y sí por sus aciertos.

En Brasil, desde los años de la dictadura militar (de 1964 a 1984) no se veía una onda de intolerancia tan fuerte, odio y radicalización de la derecha, conducida por la mayoría de la prensa y por la élite. Por otro lado, ese sufrimiento provocó una nueva organización de los movimientos sociales. Casi siempre, las cúpulas de las Iglesias siguen poco proféticas; sin embargo, en las bases de las comunidades y en los movimientos sociales, muchos cristianas y cristianos dan testimonio de que el proyecto divino se realiza poco a poco en nuestras luchas pacíficas por justicia, paz y comunión con la Tierra y el universo.

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