Venezuela es un poemario de amor por la libertad

Hoy, como hace 200 años, el venezolano se encuentra envuelto en una batalla crucial por el logro definitivo de su independencia. Nadie puede responder a la pregunta de por qué nos toca de nuevo. Luis Britto García, al examinarnos, dice que “somos un enigma indescifrable”

_______________________________________________________

En 1810 un tal Simón Bolívar, caraqueño, increpaba a sus paisanos sobre la imperiosa necesidad de declarar la independencia definitiva de España. ¿Es que 300 años de calma no bastan? , dijo en los candentes debates. Vacilar es perdernos. Casi dos siglos después, en 1999, Hugo Chávez, un barinés, nacido en un pueblo llamado Sabaneta, electo presidente, expresó: “Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución, haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. ¡Lo juro!»

En la programación por la toma de posesión de Chávez transmitieron por televisión un video con algunos rasgos de la vida del nuevo Presidente, que incluía la lectura de una composición del escritor y poeta Eduardo Alí Rangel, también nativo de Sabaneta:

Frente al paisaje azul
canta un llanero
recuerda tu niñez
la mariposa y el
alma de Maisanta está
gozosa con caballos y espuelas
con sombrero.

Tanto Bolívar como Chávez, cada uno en sus circunstancias, se echan al hombro la causa libertaria de la patria y seguidos por el mismo pueblo incendian la pradera americana. Bolívar, tras una cruenta lucha llena de heroísmo echó de América al imperio más poderoso de la época. Chávez hizo tambalear al de hoy y despertó la conciencia dormida de los pueblos americanos y del mundo que buscan liberarse de sus yugos.

No pocos historiadores, analistas e intelectuales coinciden en señalar que nos encontramos en un momento parecido al de 200 años atrás, es decir, batallando para completar la obra inconclusa que inició Bolívar al frente de un ejército de descamisados, patas en el suelo y desdentados. La lucha es ahora contra Estados Unidos, el imperio militar, financiero y económico más poderoso de la historia. Sin embargo, queda la interrogante de por qué de nuevo Venezuela. ¿Qué tiene este pueblo señalado de bochinchero, comedor de arepas y bebedor de café a borbotones?

Lo cierto es que ayer como hoy, Venezuela y los venezolanos se ubican en la cresta de una ola libertaria que, cual tsunami, amenaza con barrer el orden mundial constituido por uno más equitativo, humano y solidario. Parece que por primera vez en la historia de la humanidad ha llegado la hora de los pueblos. Lo paradójico es que los vientos de cambio soplan cuando el mundo, por el Covid-19, sufre la así llamada peor pandemia de los últimos 100 años en medio de una gravísima crisis económica.

Desde que Hugo Chávez, en la rebelión del 4 de febrero de 1992, pronunció su famoso “Por ahora”, y pidió a sus soldados que depusieran las armas ya que los objetivos que se propusieron en la capital no serían alcanzados y que vendrían otras oportunidades, muchos tuvieron el pálpito de que se avecinaban nuevos tiempos. Un rayo de esperanza cruzó Venezuela por los cuatro costados. Aquella fracasada revuelta de jóvenes militares, inspirados en Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez, llenó de horror a la oligarquía venezolana.

El 7 de diciembre de 1998, luego de su triunfo electoral, Chávez acude a una entrevista en Venevisión, en la que le dice al periodista Napoleón Bravo que la victoria se veía venir, estaba en el ambiente, él lo sabía antes de que el organismo electoral diera los resultados. Se vale de una expresión recogida en el seno familiar, de uso extendido en los campos venezolanos: “Como decía la abuela Rosa Inés: ‘¡Huguito!, vaya y recójame la ropa que está tendida en el patio’. Y yo le decía: ‘¡Abuela!, pero si es que no hay nubes en el cielo, está clarito’. Y ella me decía: ‘¡Es que huele a viento de agua!. Aquí olía, se olía hace días lo que iba a pasar, era una victoria anunciada”.

Venezuela heroica

En la introducción del libro Venezuela heroica, su autor, Eduardo Blanco, apunta en el primer párrafo: “Desde el sometimiento de la América a sus conquistadores, el estruendo de las armas y los rugidos siniestros de la guerra no despertaban los ecos de nuestras montañas”.

El autor se refiere luego al letargo de los 300 años de colonia en los que “las generaciones se sucedían mudas. Nuestra propia historia apenas si era un libro en blanco… Y nadie habría podido prever, que, no muy tarde, se llenarían sus páginas con toda una epopeya”.

De pronto una palabra recorre el continente.

“Al grito de libertad”, escribe Blanco, “que el viento lleva del uno al otro extremo de Venezuela, con la eléctrica vibración de un toque de rebato, todo se conmueve y palpita; la naturaleza misma padece estremecimientos espantosos; los ríos se desbordan e invaden las llanuras; ruge el jaguar en la caverna; los espíritus se inflaman como el contacto de una llama invisible; y aquel pueblo incipiente, tímido, medroso, nutrido con el funesto pan de las preocupaciones, sin ideal soñado, sin anales, sin ejemplos; tan esclavo de la ignorancia como de su inmutable soberano; rebaño más que pueblo; ciego instrumento de aquel que lo dirige, cuerpo sin alma, sombra palpable, haz de paja seco al fuego del despotismo colonial sobre el cual dormía tranquilo, como en lecho de plumas, el león robusto de Castilla; aquel pueblo de parias, transformándose en un día en un pueblo de héroes. Una idea lo inflamó: la emancipación del cautiverio. Una sola aspiración lo convirtió en gigante: la libertad”.

Blanco señala más adelante: “Sobre doscientos mil cadáveres levantó Venezuela su bandera victoriosa; y como siempre en los fastos modernos, la República esclarecida en el martirio se irguió bautizada con sangre”.

En los primeros años de la guerra de independencia, una gran parte del pueblo venezolano, sobre todo de los llanos, combatió en las filas realistas al mando del sanguinario asturiano José Tomás Boves, a quien Blanco califica de “siniestro gladiador”, “pesadilla horripilante”. “atroz canario”, “terrible monstruo”.

Boves aglutinó un temible y poderoso ejército ante el cual sucumbió la Segunda República.

“Mayor número de jinetes jamás se viera reunido en los campos de Venezuela. De cada sepa de yerba parecía haber brotado un hombre y un caballo. De cada bosque, como fieras acosadas por el incendio, surgían legiones armadas prestas a combatir…”, indica Blanco en su capítulo de la Batalla de La Victoria.

Al describir al ejército de Boves, Blanco refiere que estaba compuesto casi en su totalidad de “rudos moradores de nuestras llanuras, por entonces completamente salvajes; de esclavos, que blasfemando de la revolución que rompía sus cadenas, corrían desatentados a degollar a sus libertadores…”.

“Aquella falange desordenada; aquel tropel de bestias y de hombres feroces; aquel híbrido hacinamiento de razas en el más alto grado de barbarie, esclavos sumisos a la vez que verdugos implacables; aquel ejército, en fin fantástico y grotesco por la singularidad del equipo en que predominaba el desnudo, ponía espanto e inspiraba terror ”,añade.

Muerto Boves de un lanzazo en la Batalla de Urica, en 1814, estas hordas llaneras se incorporan progresivamente a las filas patriotas y bajo la conducción de Bolívar liberan medio continente.

Miguel Acosta Signes en su obra Bolívar. Acción y utopía del hombre de las dificultades, considera: “Bolívar sintetiza históricamente el esfuerzo de miles y miles de combatientes a quienes él condujo, pero de quienes aprendió, y sin los cuales nada hubiera podido hacer. Pardos, mestizos, negros, indios, blancos, constituyeron los ejércitos de Sucre, Páez, de Mariño, de Piar, Urdaneta, de Flores, de Montilla…”.

Al aludir a los ejércitos, Acosta Saignes menciona que anduvieron como los generales o los juristas.

“El batallón Rifles tuvo una prolongada vida de batallas. A través del tiempo quedaron en él sólo unos pocos sobrevivientes, pero como entidad popular por todos los confines de América. El batallón Boyacá, el Voltígeros, el Carabobo, anduvieron por desiertos y alturas nevadas. Venezolanos y granadinos se fueron al Sur. Encontraron a chilenos y argentinos. Representantes de los pueblos americanos ganaron en Junín y Ayacucho. Unos habían venido del Norte, veteranos de Boyacá, de Pichincha. Otros habían combatido en Chabuco y Maipú y ascendían desde los territorios meridionales hasta encontrar s sus hermanos de combate. Símbolo de las lejanías de donde fueron los combatientes hasta las alturas peruanas, es aquel soldadito venezolano que en la noche anterior a la batalla de Ayacucho cantó con su cuatro una copla de nostalgia:

Ay, Cumaná, quien te viera
y por tus calles paseara
y en San Francisco asistiera
a misa de madrugada”.

Relata Acosta Signes que a este soldado lo sometieron a silencio, y, en castigo por haber transgredido las órdenes, no fue autorizado a pelear al día siguiente. Quizá eso le permitió, tiempo después, contar el cuento en las tierras orientales de Venezuela.

Más allá del apego a la patria y a la tierra, al venezolano se le reconoce su nobleza y desprendimiento. En cada casa a la que usted llega, por más humilde que sea, lo reciben con el acostumbrado saludo de “Pase, adelante y siéntese, ¿quiere un cafecito? ¿Gusta un pedacito de torta?”. Así somos.

La bandera auténtica

El 17 de diciembre de 2001, en el Panteón Nacional, durante la conmemoración de la muerte del Libertador, el presidente Hugo Chávez expresó en un corto discurso el propósito de la Revolución que preside.

Refiriéndose a Bolívar expresó: “Es necesario recordar que fue humillado en vida, es necesario recordar que la oligarquía de su tiempo lo echó de Venezuela, lo expulsaron de aquí, le prohibieron regresar.

Es necesario recordar que en Bogotá lo mandaron a matar.

Es necesario recordar que lo difamaron de tirano, de traidor. Así como Cristo tuvo sus judas, Bolívar tuvo sus judas. Es necesario recordar que murió, ya muerto, como él mismo lo dijo: “Estoy muerto en vida”, en sus últimos días. Vilipendiado, traicionado, y el sueño que él tuvo, por el que luchó tanto, se fragmentó en pedazos y aquí estamos hoy, nosotros, 171 años después llenos de pobreza, de desigualdad, de miseria y de dolores.

Eso hay que recordarlo, y en Venezuela hemos retomado su bandera auténtica, porque aquí vinieron, eso hay que recordarlo, y en Venezuela hemos retomado su bandera auténtica, porque aquí vinieron, vinieron muchos a ponerle flores, pero, como dice Alí Primera: ‘A ponerle flores para verificar que estaba bien muerto’.

Hoy venimos ponerle flores y a cantarle, pero sobre todo a decirle: Padre, aquí estamos luchando por tus sueños. 171 años después, es decir, a reivindicarlo, haciendo lo que él trató de hacer. Eso es lo que está rodeando la Venezuela de hoy, ese es el conflicto que está ahí en la calle: un pueblo que ha retomado su bandera y su esencia. Porque lo dijo Neruda: ‘Bolívar despertará cada cien años cuando despierten los pueblos’. Pero hay que recodarlo aquí porque estamos obligados reivindicarlo y ponerlo en alto, a su sueño, a su nombre y a su grandeza”.

El 21 de octubre de 2001, con motivo del primer encuentro nacional de voceros y comunicadores populares, Chávez aludió a la coincidencia de repetición del fenómeno libertario.

“Ahora, doscientos años después se está repitiendo el fenómeno, dice (Ignacio) Ramonet. Es Venezuela, una vez más, el primer país donde revientan procesos alternativos a la imposición, a la pretensión de montarnos a todos en un solo tren como si no hubiera más alternativas o caminos posibles. Y fue así como llegó el 27 de febrero cuando el pueblo caraqueño y venezolano se reveló contra la pretensión de aquella política neoliberal de shock y llegó después el 4 de febrero de 1992, la rebelión militar, y luego el 27 de noviembre de aquel año, y se quebró el neoliberalismo, se quebró. ¡Lo quebramos pues, lo quebramos!…”.


Un enigma indescifrable

Luis Britto García en su libro El verdadero venezolano, mapa de la identidad nacional, que puede descargarse por internet, señala: “Nuestra identidad es imaginada más como destino que como aprendizaje. Asumimos como signo de inteligencia una viveza que raramente pasa de ingenuidad. Nos creemos extrovertidos aunque las pruebas sicológicas reflejan equilibrio entre extroversión e introversión. Se condena nuestra violencia, sin recordar que ha sido más padecida que ejercida…”.

Sobre nuestro carácter expresa: “Resulta de la compleja interacción de necesidades, creencias, valores, actitudes, motivaciones y conductas. Un régimen social, económico y político de extrema desigualdad ha determinado carencias graves en la satisfacción de necesidades básicas”.

Y revela que “creemos en una compleja amalgama de mitos aborígenes, africanos y europeos en apretado sincretismo. Nuestra religión es terrenal, sociable y festiva; somos creyentes pero poco practicantes… Durante siglos se nos ha querido imbuir una autoimagen negativa. Y sin embargo nos consideramos uno de los pueblos más felices del mundo”.

Para Britto García se nos acusa de falta de valores a pesar de nuestra evidente lealtad a los amigos, a la familia y a los afectos.

De nuestras actitudes detalla: “Somos raigalmente igualitarios, quizá por herencia indígena y africana. No creemos en abolengo, jerarquía ni casta. El único rango que respetamos es el de la destreza personal demostrada”.

“Somos tolerantes y no discriminadores, como lo demuestran nuestro mestizaje y nuestra solidaria hospitalidad hacia inmigrantes y exiliados. Un lavado de cerebro nos incita demoledoramente al consumo, pero no somos posesivos sino dadivosos. No somos esclavos del tiempo: ni del pasado ni del futuro. Amamos lo nuevo. Hemos experimentado los más vertiginosos cambios sin dejar de ser los mismos. Somos un enigma indescifrable”, dice acerca de nuestra conducta.


T/ Manuel Abrizo
F/ Archivo CO
Caracas