Si usted utiliza el Metro con alguna frecuencia, habrá sido testigo de la presencia de numerosos vendedores ambulantes y de personas que practican la mendicidad dentro de los vagones.
Mas allá de los argumentos que con tan buena labia suelen exponer quienes se dedican a tales faenas, se hace necesaria una acción comunicacional por parte de la dirección de ese medio de transporte, que oriente a usuarias y usuarios en relación a la manera como deben dar respuesta a una situación que afecta la calidad del servicio.
En uno de nuestros viajes recientes escuchamos por el sistema de sonido interno el llamado a no adquirir la mercancía ofrecida por los practicantes de la economía informal dentro de las instalaciones, y a no contribuir con quienes piden dinero alegando enfermedades y desgracias familiares.
Noté, y hacia allí apunta este comentario, un uso respetuoso del lenguaje, pero poco efectivo en el objetivo de modificar la conducta de quienes, al dar limosna y adquirir los productos que se ofertan, alientan el deterioro aludido.
Siendo norma la prohibición de comprar, vender y consumir alimentos en el Metro, así como la de cualquier práctica que no se corresponda con la naturaleza y uso de sus instalaciones, el llamado a respetar dichas reglas debe ser contundente y aleccionador, alertando sobre las sanciones que puede acarrear su incumplimiento.
Expresiones como “evite adquirir” o “procure no contribuir”, transmiten debilidad institucional y no exponen con fuerza el mensaje que debe darse: “La violación de la norma supone sanciones”.
No nos convertimos en una manada de tomadores de refrescos y fumadores de cigarrillos con leves insinuaciones estilo “…si lo desea, tome Coca Cola” o “¿le provoca un Belmont?”.
La publicidad nos dio órdenes: “¡Toma!”, “¡Fuma!”, “¡Compra!”.
¡Y le obedecimos!