Desde el 1° de enero hasta el 2 de febrero|Violines y cuatros acompasan la paradura del niño enraizada en Los Andes venezolanos

El cuatro, la bandolina y los violines acompañan la liturgia popular llamada paradura del niño en la población de Chachopo, municipio Miranda del estado Mérida, localidad de Los Andes venezolanos donde la celebración de la santa niñez de Jesucristo heredada del cristianismo, adquirió en el devenir del tiempo las particularidades propias de la devoción del merideño.

Los romanos dedicaban los primeros días de enero a la adoración de cuatro divinidades: Jano, Juno, Júpiter y Esculapio, con el advenimiento del cristianismo estas celebraciones tornaron en la conmemoración y celebración de la niñez de Jesucristo, concebido por el espíritu santo en el vientre de María, y que -de acuerdo a la creencia- nació el 25 de diciembre en un pesebre a las afueras de Belén.

Don Tulio Febres Cordero, cronista de la historia y costumbres merideñas, recoge en su libro Archivo de Historia y Variedades (1931) la esencia de la paradura, liturgia precedida por la construcción del típico pesebre y el nacimiento de Jesús el día 25 a las 12:00 de la medianoche, momento en que se coloca la imagen del niño, acostada en el pesebre.

«En los pueblos de la Sierra Nevada de Mérida, acostúmbrase hacer una fiesta doméstica de carácter religioso, en los campos sobre todo, dentro del lapso corrido desde el 1° de enero hasta el 2 de febrero; la cual consiste en sacar del pesebre o nacimiento al Santo Niño, que se halla acostado, para conducirlo en procesión con música, pólvora y velas encendidas, por el contorno de la labranza, con el fin de que bendiga la tierra y haga prosperas las cosechas del año», refiere.

En Chachopo, denominación de origen indígena que significa Camino de Algodón, la celebración de esta liturgia popular comienza el mismo 1° de enero con la paradura de la familia Alarcón, que es por costumbre la primera en el poblado, ubicado unos 60 kilómetros al noreste de la capital merideña a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar.

Desde muy temprano humea el fogón donde se cuece el sancocho de gallina, entre tanto, las familias venidas de toda la comunidad degustan el «calentao» -trago corto y tibio de aguardiente aromatizado con hierbas-.

La celebración comienza con el canto de los músicos del pueblo. Versos y estribillos se dedican por entero a la adoración del niño.

«Dulce Jesús mío, mi niño adorado, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto. Vengan los padrinos, pasen al altar, a adorar al niño que hoy se va a parar», son los versos con que inicia la paradura, que incluye el rezo del rosario, que marca en Los Andes el fin de la navidad.

Vino, bizcochuelos, paledonias, sancocho y ensalada de gallina, secundan a la procesión del niño en el compartir que tiene lugar entre los moradores durante casi todo el día.

La celebración de origen distante en el tiempo persiste en las familias merideñas y se ha extendido a poblados de Trujillo, Táchira y Barinas.

El anhelo de una bendición para las cosechas en el nuevo año sigue siendo el alma de la paradura en los poblados de la Sierra, pero la veneración al niño se extendió por Los Andes hasta las urbes, donde el pueblo consagra al niño Dios todos sus anhelos de paz y prosperidad para el año nuevo.

T/AVN