¿Y nuestra felicidad?

A DESALAMBRA

POR: ANA CRISTINA BRACHO

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Dicen que fue Benjamin Franklin quien incluyó en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos el derecho a la felicidad de todos los estadounidenses. Esta idea que nos puede causar un poco de extrañeza o de risa fue retomada en 2013 por la ONU que sostiene que cada 20 de marzo debe celebrarse un día de la felicidad que es indispensable para la humanidad.

Por nuestra parte, nosotros creemos que John Locke tenía algo de razón cuando decía que «la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”, pero esto se relativiza cuando no se logran satisfacer las más urgentes necesidades que tenemos como seres vivos.

La felicidad como parte de los derechos humanos es una gran quimera. Nadie puede sostener que todos pueden ser igualmente felices si hay países condenados al caos, niños destinados a morir por causas que se debieron evitar, etc. Y nadie puede pensar que en la cada vez más afirmada capacidad de ciertos países de ir sancionando a otros no se lesiona el derecho a la felicidad que tienen todas las personas de los países sancionados.

¿Los pescadores norcoreanos? ¿Los niños de las orquestas de Venezuela? ¿Los fabricantes de carros iraníes? ¿No son ellos humanos y titulares de ese derecho a la vida mentalmente saludable? Parece imposible decir que no lo son y que por tanto pueden algunos ir por allí procurando su infelicidad. Tampoco es verosímil que alguien puede hacer infeliz a otro diciendo que lo hace “por su propio bien”.

La felicidad forma parte indiscutible de la idea del buen vivir de la que ya hablamos tan poco y que es tan importante para la Revolución Bolivariana; y, tiene en los países que han sido oprimidos una función importantísima porque la alegría debe defenderse, como lo planteaba Benedetti “como una trinchera… de la miseria y los miserables”.

Hay en estas horas donde todos estamos resistiendo y sobreviviendo un proceso violento que intenta hacer a la gente profundamente infeliz. Los momentos que normalmente son jubilosos se han tornado una verdadera tragedia y la gente lucha –hasta el insomnio- por intentar que los niños no se den cuenta, tengan su tortica o su merienda.

Ninguna política pública que diseñemos para seguir resistiendo puede obviar esto: la desesperanza y la tristeza son los caldos de cultivo donde quieren ver crecer la rabia y con ello la pérdida del apoyo al Gobierno Bolivariano. Ningún discurso de denuncia puede obviar esta estrategia y ninguna plegaria o reconocimiento al carácter indoblegable de los venezolanos puede soslayar que el Caribe y nuestros vibrantes colores son parte fundamental de esta resistencia.

@anicrisbracho
Caracas