Miles de muñecas de trapo que proclaman libertad quedaron huérfanas este jueves, con la partida de Zobeida Jiménez, la querendona portugueseña que por más de 40 años luchó contra la monotonía de la muñequería industrial y convirtió su casa en un museo de originales y alegres creaciones.
Zobeyda, «La Muñequera», nació en Píritu, estado Portuguesa, el 2 de febrero de 1942. Se despidió de la vida terrenal justo el día en que cumplía 70 años de edad. Falleció producto de un infarto que le sobrevino tras someterse a una intervención quirúrgica en Barquisimeto, estado Lara.
Desde los años 70 desarrolló una intensa actividad cultural, con presencia en diversas universidades de América y de Europa, donde dictó múltiples talleres manuales y dejó huella de su profunda sensibilidad como creadora, poeta y, especialmente, como muñequera.
De menuda figura y ensortijados cabellos, Zobeyda recorrió sonriente el territorio venezolano y viajó a otras latitudes del planeta con cerros de retazos de tela que empleaba para enseñar e involucrar a la gente en la confección de «muñecas liberadoras e inspiradoras», como ella misma les llamaba.
Se tituló maestra en la Escuela Normal Simón Rodríguez, en Valencia, en 1962. Ejerció la docencia en Píritu, su pueblo natal, y llevaba telas a las aulas para hacer muñecas, mientras intercambiaba puntos de vista con sus alumnos y los inducía a la liberación, con técnicas pedagógicas basadas en el juego y en el contacto permanente con la naturaleza.
Así comenzó a labrar una robusta obra manual que la hizo merecedora del Premio Nacional de la Cultura, en 2006, y del reconocimiento como Patrimonio Cultural del estado Portuguesa.
Sus creaciones pueden contemplarse a pocos metros de la Plaza Bolívar de Píritu, entre la carrera 7 y calle 8. Allí está la casa de Zobeyda, llena de muñecas de todos los tamaños y colores, cada una portadora del mensaje de paz y del respeto a la diversidad.
Por ser hija de un perseguido político del Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, tuvo que asumir la lucha clandestina desde niña y encontró en la fabricación de muñecas lo que ella definía como «volar en una escoba y recorrer las estrellas para defender la libertad con alegría y amor».
Viajó por primera vez a Cuba en 1982, en busca de la cura para un hijo que padecía las secuelas de una meningitis. Aprovechó la oportunidad para acompañar a una delegación que asistía al Consejo Mundial de la Paz y a partir de ese momento comenzó a ir anualmente a estimular la creación manual y literaria sobre testimonios promotores de solidaridad, integración y, sobre todo, de los infinitos sueños que se cobijan en la infancia.
Su apellido fue cambiado por su entrañable amigo y también inmortal Alí Primera, quien le compuso la canción Zobeyda, La Muñequera, para dejar sentado que «todas las muñecas de Zobeyda son soldados del amor y de la vida, son guerrilleros centroamericanos despertando a la historia que dormía».