Mientras en la Bienal de Venecia se programó para hoy 4 de septiembre la función para la industria y la crítica de la producción Aún es de noche en Caracas, dirigida a cuatro manos entre Mariana Rondón y Marité Ugás, en nuestro país se estrena Zafari, la película inmediatamente anterior, escrita por ambas, guiada por la primera y producida por la segunda. La misma fórmula de múltiples propuestas entre las cuales destaca Pelo malo, la ganadora de la Concha de Oro, en 2013, en San Sebastián, el mismo lugar que marcó el debut de la que hoy entra en los circuitos comerciales venezolanos.
Zafari ya lleva un amplio recorrido por festivales, aún en desarrollo, y a estas alturas de la trayectoria del filme su directora desea confrontar esta perturbadora historia con el gran público. El 28 del mes pasado entró en salas de Perú y hoy también se presentará por primera vez ante la audiencia chilena. Se espera que luego entre en salas de Brasil, México (donde ya tuvo una corrida), España, República Dominicana y Francia.
Potencia narrativa
Si bien este enfrentamiento con las audiencias es necesario e intrínseco para que una obra de arte sea tal, Zafari completó una preparación que de alguna manera prefigura su valor expresivo. El guion que de acuerdo a Rondón no tuvo menos de 18 versiones, recibió un total de siete premios que en definitiva atrajeron los aportes para su realización final.
El texto, acotó la realizadora barquisimetana, estuvo al menos en unos 12 certámenes.
“Nunca nadie te da dinero, menos para una película de arte, porque sí, por tu cara bonita o porque tienes alguna idea que les guste”. De manera que la historia se abrió camino por su potencial, delante de diversos jurados, de distintos lugares, “con distintas procedencias y distintas ideas”, celebró Mariana Rondón.
Lo humano como espacio
Para esta película Rondón se inspiró en una situación sumamente extrema y se atrevió a multiplicar los límites para contar una historia que cambia el espacio geográfico por el espacio de lo humano. Por supuesto, tiene escenarios como soporte, pero la historia que la misma realizadora describe como una “distopía”, transcurre en la condición humana, en la desfiguración (o configuración) de dilemas éticos y morales llevados a presiones límite.
Salvando los abismos y apoyada con la facilidad de los recursos del séptimo arte, Mariana Rondón logró hacer lo que Carlos Cruz-Diez nunca pudo con su propuesta plástica de mostrar el color como un todo que abarcara al mismo tiempo soporte, figura, luz…universo. Tampoco es algo nuevo en el cine, pero en Zafari las acciones se desarrollan en el espacio de lo humano.
En este universo llega un hipopótamo a un zoológico en decadencia y a partir de allí se generan tensiones entre vecinos de diferentes clases y maneras de enfrentar su realidad. Unos habitan en un lugar discreto que algunas vez fue esplendoroso, frente a otros menos afortunados a los que pertenece una familia encargada de cuidar al nuevo animal.
Las mismas situaciones extremas que los llevaban a “compartir” una piscina, donde de alguna manera se van borrando algunas diferencias, obligan a los personajes a confrontar sus principios y puntos de vista.
En este contexto y en respuesta a la nefasta evolución de los conflictos que ponen a prueba la condición humana, la protagonista, Ana, magistralmente interpretada por la chilena Daniela Ramírez, ganadora recientemente por este trabajo en el Sanfic 2025, se ve obligada a tomar una decisión tan extrema como el resto del planteamiento de la película
Mezcla de géneros
En esta película Mariana Rondón recurre por primera vez a una combinación de géneros, una decisión que respondió más a una necesidad expresiva que a un deseo de experimentación.
Comienzan con elementos de comedia negra y luego el suspenso como transición hacia el terror necesario para transmitir la tensión de la historia. Pero no se trata de un terror convencional. Tal vez, como en el caso de los zombies, es un terror a abandonar lo humano, pero desde otras salidas quizás más verosímiles.
La dirección de fotografía, a cargo del franco-mexicano Alfredo Altamirano, es un personaje fundamental dentro del largometraje. Los esquemas de luz marcan a rajatabla el arco de la historia, al principio con un sol que bien puede ser tropical y poco a poco se trastoca en una espeluznante oscuridad.
“Era imposible lograr esa curva, ese abanico, si no empezábamos de la mayor luz, para que el ojo y el espectador sintieran cómo se iba hundiendo todo en la oscuridad. Cómo íbamos llegando a ese terror, a ese camino. Nosotros nos pusimos el reto de cuidar mucho la luz hasta que llegáramos a la no-luz”, explicó la realizadora.
Zafari es una película que intencionalmente causa estupor, perturbación y angustia, y es justa esa la base de su fuerza: “Con esa misma angustia la filmé”, reveló la barquisimetana que dice no estar segura de algunas de las intencionalidades de su obra, pero sí de algunas.
“A mí me gusta la posibilidad de mostrar un poquito la torpeza, usando la torpeza como eufemismo para no decir la estupidez del ser humano de caer una y otra vez en situaciones tan críticas”, es una de las certezas.
Y la otra, es que le importaban mucho las decisiones éticas a las que se enfrenta Ana. “Ella al final, asume una decisión que la lleva a sacrificar algo que hemos visto durante toda la película que le importa mucho y que en circunstancias normales no lo haría”
Zafari es el resultado de una coproducción sin precedentes entre entidades de siete países Sudaca Films (Perú), Paloma Negra (México), Klaxon Cultura Audiovisual (Brasil), Still Moving (Francia), Quijote Films (Chile), Selene Films (República Dominicana) y Artefactos Films (Venezuela).
Los exteriores se rodaron en República Dominicana y los interiores en Perú, salvo la escena final que tuvo lugar en México. Para esta producción la directora se enfrentó al reto de trabajar con tres equipos técnicos diferentes en cada uno de esos países.