Esta semana los hechos me obligan a hablar de algo más que de los medios de comunicación.
Estoy obligado como revolucionario a hablar de una situación muy real que está golpeando a los más humildes en los barrios de toda Venezuela: la falta de algo tan básico como el gas doméstico.
Debemos reconocer el trabajo de millones de personas en el proceso de incorporación de cada vez más comunidades a la gran red nacional de distribución de gas directo.
Pero tampoco es menos cierto que en varias entrevistas nuestro ministro Rafael Ramírez ha reconocido que se han presentado fallas en la distribución de un producto tan necesario para la vida de una sociedad moderna.
Esta semana me quedé sin gas y como siempre acudí al barrio donde compro las bombonas y donde además debo asumir el costo con un incremento del 1.000 por ciento, igual sigue siendo- como la gasolina- un regalo; lo que encontré frente al local fue una cola de por lo menos 70 personas.
El problema no es el precio, llegué a pensar que el problema tampoco era hacer la cola; el verdadero problema es la resignación y la rabia en el rostro y los comentarios de esos venezolanos humildes que decían en tono de burla: “Que más pues… Haremos cola, como para la harina y como para el café”.
Entiendo la guerra económica como la mejor arma utilizada por los enemigos de la Revolución Bolivariana para tratar de quebrar el espíritu de nuestra gente.
Pero no comprendo y no acepto como revolucionario que una empresa que fue recuperada con el sudor y las lágrimas del comandante Hugo Chávez y de tantos otros esté ocasionado hoy tanto caos en los sectores más humildes esos que defienden lo que tenemos a capa y espada y que son nuestra única garantía de estabilidad.
Al pueblo, ¡hagámoslo feliz!